La Estación del Norte, una terminal con vistas al Pilar

Estuvo en funcionamiento durante más de un siglo, pero en los años 70 cerró sus puertas y ahora vive una remozada vida

La Estación del Norte, una terminal con vistas al Pilar
La Estación del Norte, una terminal con vistas al Pilar

Más de un usuario del zaragozano Centro Cívico de la Estación del Norte todavía recuerda cuando el edificio donde ahora pasa las tardes era una de las estaciones de referencia de la capital aragonesa. “Por aquí salían los pasajeros y por allí había que entrar cuando venías a buscar a alguien”, recuerda un jubilado señalando las distintas puertas del centro. “Había mucho tráfico de gente”, añade su compañero.

Como ellos, son muchos los vecinos de Zaragoza que rememoran la actividad de esta terminal, considerada una de las más importantes del país. Para Enrique Arpio Mateo este edificio fue algo más que un lugar donde subirse a un tren, ya que residió allí durante cinco años. “Mi padre, Juan Lorenzo, fue el jefe de la estación desde 1963 y hasta 1968”, rememora. La vivienda de la familia Arpio era de unos 200 metros cuadrados, de techos altos y sin calefacción. “Había que calentarse con estufa y eso que era una casa tremenda”. Estaba situada en una nave que fue destruida tras su cierre. “Eran dos edificios que estaban unidos por una gran cúpula bajo la que pasaban los trenes”, indica.

Unos convoyes de viajeros y otros de mercancías, con unos trayectos más largos. El carácter industrial de esta estación iba acorde con las manufacturas que poblaban la margen izquierda del Ebro. “Estaba la Azucarera Aragón, una papelera y más fábricas. Muchas de ellas tenían apeaderos y muelles”, apunta Arpio. Estas instalaciones facilitaban la carga y descarga de materiales.

Esto muestra la repercusión tanto urbanística como económica que supuso para la ciudad su construcción. La primera piedra del edificio se puso el 12 de mayo de 1856, por el general Baldomero Espartero, quien fuera duque de la Victoria, como se puede leer en la ficha municipal del inmueble, catalogado de interés arquitectónico. “Fue inaugurado en agosto de 1861”, apunta Juan Antonio Peña, investigador y experto en trenes y tranvías.

Aunque la mayoría de los viajes de pasajeros eran de cercanías, por sus vías también circulaba el conocido como ‘Shanghái’, según Peña y Arpio, compañeros de clase durante la adolescencia. “Eran muchas horas de trayecto y conectaba Cataluña con Galicia y había una variante que iba hasta Bilbao”, manifiestan ambos. De esta forma, la estación convirtió Zaragoza, y también el barrio del Arrabal, en un lugar clave del eje que conectaba el Norte con el Este de España.

En las fotos de la época se puede ver cómo el conjunto se imponía sobre la personalidad humilde e industrial del distrito. En la ficha del Ayuntamiento de Zaragoza se destaca el ritmo homogéneo que crean los vanos de arcos de medio punto que hay en la planta baja y escarzados en la segunda. Todos ellos enmarcados con una fina y revocada moldura. Misma apariencia que una parte de la fachada, la cual combina con otra de ladrillos.

La nave que se mantiene en pie, de dos pisos y rematada con cornisa, tiene una planta rectangular de más de 100 metros de largo y casi 15 de ancho. La simetría compositiva llama la atención, así como los vanos circulares que decoran el frontón. Allí se puede leer ‘Caminos de Hierro del Norte’, empresa que gestionó el servicio de la estación. Una actividad que permaneció viva en el día a día de Zaragoza durante más de un siglo.

Su último día en funcionamiento fue el 30 de septiembre de 1973. Entonces terminaba la primera etapa de un edificio donde se sigue almacenando recuerdos de despedidas y recibimientos. Fuesen una cosa u otra, la estampa siempre estaba presidida por un fondo de postal: las torres más altas del Casco Viejo de Zaragoza.

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