Por
  • José Luis Melero

El despacho de Sasera

El cañón recién restaurado, en su emplazamiento habitual.
El cañón recién restaurado, en su emplazamiento habitual.
Enrique Navarro

Tener en nuestra ciudad una glorieta no está al alcance de cualquiera. Y menos al comienzo de Sagasta, delante de los más afamados grandes almacenes de la capital y al lado de la sede central de la institución financiera aragonesa por excelencia. Lo malo para su titular es que a la glorieta le pusieron en medio unos cañones y todo el mundo ha acabado refiriéndose a éstos cuando se la quiere nombrar. “¿Quedamos en cañones?”, “¿Quedamos en la plaza de los cañones?”, oigo siempre que dice la gente, sobre todo los más jóvenes, de modo que el nombre de la glorieta está cayendo en desuso y son ya muchos los que ni lo conocen. Esa glorieta lleva el nombre de Sasera, es decir, de don Ricardo Sasera Samsón, nacido en Zaragoza en 1854, ciudad en la que vivió siempre y murió el 23 de mayo de 1921. Sasera, hijo de un médico prestigioso, zaragozano como él, fue doctor en Derecho y en Filosofía y Letras, catedrático de Derecho Romano de nuestra universidad desde 1882, presidente del Ateneo entre 1893 y 1896, y decano de la Facultad de Derecho nombrado, a propuesta del Rector, en 1913. No fue un catedrático de relumbrón, publicó más bien poco (yo en realidad sólo le conozco su discurso de apertura del Curso Académico 1892-1893, ‘El honor en la legislación aragonesa’), y tal vez otros catedráticos de la época de mayor fuste hicieron más méritos para dar su nombre a glorieta tan lustrosa y acogedora, pese a que Sasera, todo hay que decirlo, llevó fama de hombre elegante y, como se decía entonces, de gran señor. Lució siempre un clavel rojo en el ojal (coinciden en ese testimonio José María Castro y Calvo y Miguel Monserrat Gámiz), y cuando ejercía la abogacía -fue pasante de Franco y López- un presidente de Sala le impuso una multa de cinco duros porque ese clavel asomaba sobre la toga. Pero hizo algo hermosísimo, por lo que merece sobradamente esa glorieta. Compró madera de la derribada Torre Nueva y con ella ordenó que le tallaran su despacho. Sasera era soltero y legó en su testamento ese despacho a la Facultad de Derecho, en cuya Sala de Juntas se colocó. Sería bueno saber si todavía continúa ahí para ir a visitarlo en procesión, en recuerdo de nuestra incomparable Torre Nueva y en homenaje a la sensibilidad y delicadeza de don Ricardo Sasera Samsón.