Lo más loco de la Expo
Imprevistos surrealistas, anécdotas desternillantes e invitados que se prestan al absurdo llenaron las noches de Ranillas de carcajadas y estampas propias de la López Ibor.
Cuando uno avanzaba por la Avenida 2008 aspirando efluvios de internacionalidad y cosmopolitismo, de pronto, más bien, de frente, aparecía una charanga con aquello de Si te ha pillao la vaca, tralará, tralará. La Expo fue escenario de estampas muy locas, de situaciones ciertamente surrealistas, que en ocasiones eran resultado del choque entre el glamur y la boina y, en otras, eran provocadas por invitados a la muestra a los que digamos les iba la marcha.
Ya tuvieron buen ojo los organizadores al dedicar una de sus primeras semanas al genial cineasta calandino Luis Buñuel, intuyendo, acaso, que lo que iba a desfilar por Ranillas serviría para cualquiera de sus guiones. En este sentido, la Expo no defraudó gracias a los disfraces y los bailes del comisario Emilio Fernández Castaño que tan pronto aparecía de esquimal como de senegalés o al costumbrismo aragonés que llenaba el llamado Espacio Palenque con pesaje de niños o palotiaus.
Incluso la parte supuestamente seria de la Expo, aquellos sesudos debates en la Tribuna del Agua, tuvo su lado bochorno-gracioso cuando, por ejemplo, la popular escritora catalana Maruja Torres confesó cosas como que dejaba macerar su orina mañanera todo el día como medida de ahorro, para consumir menos agua y salvar al planeta. En este empeño escatológico le acompañó el economista Jeremy Rifkin, que destacó que las «emisiones de metano» de las vacas (se imaginan cuáles) son la segunda causa del cambio climático.
Carreras a lo Benny Hill
Sobre las personalidades que se sintieron atraídas por la llamada de Fluvi, hay que reconocer que el príncipe heredero de Japón, Naruhito, fue acaso el más simpático. Así como otras celebrities huían de la prensa y se escondían tras enormes gafas de sol, Naruhito desfiló por decenas de pabellones montado en un carrito de aquellos ecológicos. Asistió, además, a un show musical de peluches, lo que siempre es un plus y da para fotos graciosas. Otros príncipes corrieron dispar suerte: Alberto de Mónaco fue abucheado por su preguntita sobre el terrorismo en la presentación de la candidatura olímpica de Madrid, mientras que la holandesa (y argentina) Máxima Zorreguieta visitó Zaragoza hecha, realmente, una reina.
Las vedettes de La Cubana también quisieron entronarse y, de hecho, Mimí Lumiere fue coronada en el pabellón de Kuwait reina del desierto. La compañía de artistas celebró los 30 años de su Cómeme el coco, negro y también protagonizó una delirante promoción a bordo de los extintos Ebrobuses. Por cierto, que el de la Expo fue también el verano del resurgir del café cantante Plata, que renació de la mano de Bigas Luna con nuevos bríos y nuevas escenas cañí de inspiración de Broadway.
¿Otros momentos propios de la consulta de López Ibor? ¿Cómo es posible que la Policía empapele a Álvaro de Marichalar cuando llega hasta Ranillas para promocionar la muestra internacional? Pues así fue. El aventurero alcanzó el embarcadero del azud y, al llegar, le pidieron los papeles de su moto náutica porque Marichalar necesitaba una autorización expresa. También fueron muy locos (muy propios de Jerónimo Blasco, vaya) los recuentos de turistas y los premios que daban al visitante un millón, que decidían sobre la marcha y, por supuesto, a dedo.
La cover band de ABBA apareció sobre el escenario del Anfiteatro 43 y sus cantantes, entre Dancing Queen y Waterloo, no tuvieron mejor idea que preguntar al gentío cuántas albóndigas de Ikea eran capaces de comer: a esto se le llama hacer patria y desconocer, a la vez, la magna albondigada de Tabuenca. Y en esta recolección de anécdotas también caben extravagancias menores como el tacón que se le partió a La Prohibida en plena actuación o los bises que le pedían a la Década Prodigiosa que no se antojaban necesarios porque la banda actuó la friolera de catorce noches en Ranillas.
En los cuartos de final ante Italia, en semifinales contra Rusia y en la final frente a Alemania, Ranillas ya había vivido un idilio rojigualda con la selección. A la hora de los partidos, en el Anfiteatro no cabía un alfiler y el resto del recinto era un desierto sin gente. Muchos pabellones optaban, incluso, por cerrar sus puertas al público para ver el partido en privado, salvo en el caso de Alemania que, claro, como la otra finalista que era, también celebró una fiesta con banderitas y cerveza. En la puerta su directora, Anja Ehrke, tiraba de diplomacia: «Que gane el mejor», sonreía...
Entre vítores y jaleos sin complejos de «¡España, España!» se dejó ver por el Anfiteatro el mismísimo Fluvi, aunque con una camiseta que le quedaba un poco XXS. Los voluntarios, con la cara pintada, celebraron por todo lo alto el gol de Torres, si bien en la segunda parte les tocó sufrir. Cuando el árbitro italiano Rosetti pitó el final del partido, toda la Expo saltó, gritó y se abrazó.