El testamento del alcalde de Zaragoza José Aznárez

Fue uno de los hombres más ricos de la Zaragoza del siglo XIX, murió soltero en 1902 y dejó un peculiar testamento.

Retrato de José Aznárez pintado al óleo por Juan José Gárate.
Retrato de José Aznárez pintado al óleo por Juan José Gárate.

Es poco frecuente ver editados los testamentos. Por eso mi sorpresa fue grande el día que compré las Disposiciones testamentarias de don José Aznárez y Navarro publicadas por la Diputación Provincial de Zaragoza en 1904. Debió de ser don José uno de los hombres más ricos de la Zaragoza del siglo XIX. Tanto que sólo se fiaba de otros tan ricos como él, y por eso nombró albaceas a don Francisco Moncasi, al director de la Sociedad Aragonesa de Amigos del País y al Decano de Colegio de Abogados, y les ordenó que designaran también como albaceas a los “tres propietarios que resulten con mayor cuota por propiedad urbana en esta capital, que sean vecinos de esta ciudad y en ella residan”, obligándoles para permanecer en sus cargos a que mantuvieran siempre estas tres condiciones.

Había sido alcalde de la ciudad (desde diciembre de 1892 hasta el 1 de enero de 1894), murió soltero en 1902 y fue extremadamente preciso a la hora de testar: dispuso que todos sus bienes se enajenaran en pública subasta y que el dinero obtenido se invirtiera en fondos públicos franceses, ingleses y rusos (imaginen lo que ocurriría con estos últimos tras la revolución de 1917); instituyó heredero al Hospicio Provicial de Zaragoza (razón por la que la Diputación editaría el testamento), legó dinero u objetos personales a los Infanticos del Pilar, al Hospital de Nuestra Señora de Gracia, a la Hermandad del Refugio, a la Escuela de Artes y Oficios, a las villas de Hecho y Canfranc, a los porteros de sus casas, a su sirvienta, su cochero, su lacayo, su cocinera, su ama de llaves... e incluso dejó dinero para alimentar a sus pájaros y sus gatos.

Pero lo más impresionante fue que prohibió que su cadáver fuera enterrado sin que “el cuello y cabeza de mi cuerpo hayan sido separados del tronco” por un facultativo, de forma “absolutísima y completísima”. Nunca pensé que nadie pudiera incluir en su testamento una cláusula así. Quizá tuviera miedo a ser enterrado vivo. Quizá, en el fondo, no se sintiera tan poderoso como su inmensa fortuna nos haría pensar. Se conserva su Panteón-capilla en el cementerio de Torrero, obra del escultor Dionisio Lasuén, y dos retratos suyos: un busto en bronce de Félix Burriel, y otro pintado al óleo por Juan José Gárate, que es el que reproducimos gracias a la amabilidad de José Ignacio Calvo Ruata.

Puede leer aquí todas las notas costumbristas de José Luis Melero.   

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