Por
  • Guillermo Fatás

Valero y otros santos de Zaragoza

Guillermo Fatás dedica a la Universidad el Premio Valero
Guillermo Fatás dedica a la Universidad el Premio Valero
Aránzazu Navarro

Zaragoza tiene, desde hace muchos siglos, condición de ciudad de santos, con independencia de las culturas asentadas en su solar.

Silencio sobre Salduie

Nada se sabe sobre si hubo o no hombres santos en la ibérica Salduie, antecesora urbana de Zaragoza, sita en la zona de los barrios actuales de la Magdalena y las Tenerías. Claro que había creencias y rituales religiosos, pero no consta que ningún personaje concreto recibiera reverencia especial de los saluyenses.

Los santos de César Augusta

En época romana, entre la mitad del siglo III y los comienzos del IV, hubo una cristiandad ocasionalmente perseguida, por la interpretación que el poder político hacía de la reluctancia cristiana a asumir el ritual políticorreligioso de sumisión a Roma y los césares. Se consideraba una especie de traición a la ‘polis’. En esos intensos, aunque fugaces, episodios de violencia legal se registra desde antiguo una veintena de nombres de mártires, entre los que figura el más famoso en el mundo cristiano, san Vicente, copatrono de Huesca. Están, además, la patrona antigua de Zaragoza, Encratis (Engracia), y dieciocho contemporáneos, procesados y muertos por igual razón, que luego la devoción transformó en Innumerables.

Había en César Augusta un linaje episcopal, el nombre de cuyos varones era ‘Valerius’ (Valerio, Valero). Alguno está atestiguado por otras vías, como asistente a sínodos o concilios. La tradición lo hace poco locuaz, por la razón que fuere. Esa circunstancia, según los relatos más populares, dio lugar a que su diácono, Vicente, brazo derecho del obispo, se expresara con vehemencia incontrolada ante el juez romano, que, en Valencia, ordenó darle muerte. El obispo, en cambio, salvó la vida, por lo que la Iglesia católica tiene al uno por mártir y al otro por confesor de la fe, pues no sufrió la muerte por dar testimonio de su creencia en el Dios cristiano (mártir, en griego, significa ‘testigo’). Perdido su rastro durante largo tiempo, en la Edad Media se localizaron milagrosamente sus restos en Roda y aquella iglesia, por entonces sede episcopal, cedió parte de su osamenta (incluido el cráneo) a la restituida catedral, o Seo, de Zaragoza, tomada a los almorávides en diciembre de 1118 por Alfonso I de Aragón. Hace nueve siglos justos del caso. Cada año, Juan Antonio Gracia, cura y periodista, organiza una peregrinación a Roda, en memoria de esa relación entre los templos.

Los santos de Cesaracosta

Entre la ciudad romana y la musulmana, vivió la de los godos. Conquistada por estos en el año 472, por una expedición a cuyo frente estuvo un conde germano, de nombre Gauteric (¿Gualteric, acaso deformación de Walter?), Cesaracosta disfrutó de la fértil presencia del obispo Braulio, consultor de los reyes visigodos, sabio notable (a escala de su tiempo oscuro) y enemigo, teológico y político, de los judíos. Es conocido su amor por los libros y su discípulo Eugenio llegó a la más alta dignidad de aquel tiempo, regentando la mitra de Toledo. Uno y otro son venerados como santos.

Los santos de Saraqusta

Aunque, por razones obvias, sean menos conocidos hoy, también había personajes santísimos en la Saraqusta islámica (la Real Academia tiene prohibida la q para Saraqusta, y para Iraq, pero yo no me he enterado todavía). Pertenecían a la segunda generación de musulmanes. Esta circunstancia, en la ‘umma’ o comunidad islámica equivale a lo que en nuestra cultura se denominan ‘primeros cristianos’, especialmente dignos de veneración y respeto.

Los saraqustíes aseguraban que los cuerpos de ambos reposaban en uno de los cementerios locales, lo que confería a la ciudad carácter de santa. Uno de esos ‘tabíes’ o venerables era Hanash as Sanani, que, como otros en el islam, se parece más a un predicador profético que a un taumaturgo. Hanash habría inspirado la erección de la gran mezquita de Zaragoza, y no era la primera que impulsaba, pues, antes, había hecho otro tanto en tierras granadinas.

La palabra ‘hanash’ es muy cercana a otra que, en árabe, sirve para denominar a la serpiente y puede ser que de ahí surgiera otra leyenda piadosa de Saraqusta: el cuerpo de Hanash impedía que los ofidios vivieran en la ciudad. El lugar santo de su enterramiento no debía tocarse: cuenta un cronista que una especie de profetisa advirtió al emir que se abstuviera de construir allí un mausoleo con cúpula, porque el santo se oponía al propósito. Una tradición que presenta cierto parentesco con el sagrado Pilar, intangible e inamovible, de la cristiandad zaragozana.

Su triunfo absoluto en materia devocional no ha hecho, sin embargo, que Zaragoza olvide a su antiguo obispo romano.