La abundancia ligada a la fiesta chirría con la vida sana

Cuesta encontrar el equilibrio entre una vida saludable y los compromisos navideños, siempre en torno a la mesa más surtida del año.

Reunidos en torno al mantel. Por muy rica que sea la comida, la reunión es para Conchita Gimeno e Irene Vallejo la esencia de la fiesta.
Reunidos en torno al mantel. Por muy rica que sea la comida, la reunión es para Conchita Gimeno e Irene Vallejo la esencia de la fiesta.
Oliver Duch

El soniquete de los premios de la lotería ronronea de fondo. Es el primer día en que la pequeña Irene no tiene que ir al colegio y puede quedarse en la cama leyendo. "¡No hay que madrugar y tengo todas las vacaciones por delante, sin estrenar!".

Así comienza el cuento de Navidad en la memoria de la escritora Irene Vallejo. Lo que ha quedado más grabado en la de Conchita Gimeno es "levantarme y ver una nevada de medio metro, que en Zaragoza no he conocido jamás, claro". Y es que el pueblecito de Aladrén, donde vivió hasta los 10 años, se ubica a 800 metros de altitud.

Para la cena de Nochebuena, la madre de esta investigadora del Instituto de Síntesis Química y Catálisis Homogénea "siempre nos hacía el cardo tradicional, que no nos gustaba mucho, y luego un pescado, que nos encantaba". En su casa siempre han sido "fans de los turrones, que esperábamos como un manjar; mis preferidos eran siempre los que llevaban chocolate, el Jijona, el guirlache casero de mi madre..., el turrón de Alicante no". En aquel tiempo no había mucha más variedad.

Ahora, siguen reuniéndose en la casa paterna, aunque su padre ya no está, pero "el cardo lo hemos abandonado totalmente y vamos a cosas más elaboradas, más ricas". Uno de sus dos hermanos trae de Extremadura ibéricos "de lo mejor" y luego hay "un buen pescadito, marisquito...". Al final, "acabamos tan llenos de comida que al turrón casi no se llega".

Ir a por el paquete de turrones a Fantoba, "con ese escaparate tan bonito", era para Irene "el anticipo de que la Navidad estaba cerca". La ilusión se asociaba a los preparativos.

En Soria, iban a un convento de clausura a comprar dulces y mazapanes. Nunca llegaba a ver a aquellas monjas clarisas, que "ponían el paquete en el viejo torno; acompañado de sus chirridos, giraba y llegaba la caja a tus manos. ¡De niña me parecía tan medieval!".

Irene se repartía entre sus abuelos maternos y paternos: unos en Zaragoza y otros en Soria. Las comidas navideñas, "sobre todo las sorianas, eran contundentes, acompasadas con ese frío soriano tan intenso". Como postre especial, hacían perolo, con frutos secos, almíbar, orejones, ciruelas..., que a ella no le gustaba por demasiado sustancioso.

Racionalizar el exceso

Cree que "la gente que comemos poco somos unos incomprendidos porque en Navidad todo el mundo intenta cebarnos". Por eso "mi progresión ha sido intentar racionalizar un poco el exceso alimenticio, que se desmanda". Las cenas importantes se encadenan con comidas copiosas "y tienes la sensación de haberte acostado repleto y levantarte para comer inmediatamente". A veces, señala Conchita, "no es que comas mucho en cada comida, pero se acumulan los compromisos".

Ambas coinciden en que, hace un tiempo, la gente no tenía tantas ocasiones especiales de darse el gran atracón, pero, ahora, podemos comer las cosas que nos gustan en cualquier momento del año, "no necesitamos el pretexto de la Navidad".

Además, actualmente "ni pasamos frío en las casas ni hacemos ejercicio físico –reflexiona Irene–, así que no tiene sentido que hagamos las comilonas del mundo rural de otras épocas. La gastronomía no ha cambiado y es todo demasiado saciante".

"Seguimos anclados en la antigua idea de que la fiesta necesita abundancia –añade–, que viene de tiempos en que se pasaban apuros y, al celebrar, se quería que hubiera de todo. Cuando no falta de nada, la fiesta debería ser minimalista, pero no nos atrevemos".

En medio de tanto exceso a la mesa, ¿se puede llevar una vida sana? Conchita cuenta que "como comemos demasiado y abusamos de muchos días sin fruta porque se pasa directamente a los dulces, los días ‘de descanso’ la borrajita es lo que más nos gusta". Tras tantas cenas y comidas especiales, Irene, "no por dieta o salud sino porque me lo pide el cuerpo", hace "comidas para depurar, como borrajas y una pieza de fruta" y toma muchas infusiones. De esta forma, "trato de ponerle barreras a la avalancha de comida que se nos echa encima en estas fechas".

Y lanza una propuesta: "Algún día será tendencia y acabaremos comiendo borrajas de Año Nuevo". Con 14 años, ya comenzó en el ‘activismo’ con "las nocheviejas subversivas que organizábamos con mi abuela, cenando únicamente una tortilla de patata". Aquello le hacía sentir como una rebelde.

Y, en medio de tanta celebración en torno a la mesa, también hay quien se calza las zapatillas para correr la San Silvestre la tarde del 31 de diciembre. Miles de corredores salen a las calles en Zaragoza, Villanúa, Huesca, Barbastro, Sabiñánigo, Teruel...

Aunque no corre porque lo suyo es caminar, Conchita ha vivido de cerca el ambiente de esta carrera popular. "Cada vez hay más gente, tal vez animados por la moda ‘running’, y grupos de amigos que acuden disfrazados; supone celebrar que se acaba el año de un rollo muy bueno, haciendo un poco de ejercicio y pasándolo bien con los amigos". Bajo las luces navideñas, el público se agolpa a los lados mirando a los que corren y, como en el caso de Conchita, prestándoles el apoyo de llevarles algo de abrigo para cuando termina la carrera, "algo importante porque hace mucho frío".

El ambiente de esta cita deportiva es relajado, al contrario de lo que ocurre en los supermercados, donde se viven momentos de feroz competición. "La gente está como estresada, al acecho, tensos porque solo queda una merluza, pensando: “Como se lleve mi cena salto a su yugular", novela Irene. "¿Qué más da si la cena no sale perfecta? No es un examen".

Parecidas situaciones se viven comprando los regalos. Conchita cree que "estamos comercializando demasiado la Navidad y los niños ya no valoran los regalos, únicamente les emociona abrirlos".

El ‘regalo’ que más impactó a Irene en su infancia no fue ningún juguete, sino un telegrama que le enviaron los mismísimos Reyes Magos explicándole que no habían encontrado lo que ella había pedido. Su abuelo era telegrafista y más de una vez vio la cabalgata de Reyes desde el edificio de Correos, "era espectacular, parecía que desfilaban para nosotros".

En aquel momento, era espectadora de la Navidad. Ahora, gracias a su hijo Pedro, ha pasado a ser "parte del equipo de producción navideño".

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