“Para conseguir llegar a clase tengo que ir por un camino más largo ya que el otro tiene baches”

Inés Ballestar, de 18 años, tiene una discapacidad física y estudia Medicina en el campus público aragonés.

Inés Ballestar en el campus de la Universidad de Zaragoza.
Inés Ballestar en el campus de la Universidad de Zaragoza.
M. S.

“Los primeros días de clase fueron estresantes, ya que era complicado organizar los horarios (a veces no muy definidos) con la persona que me tiene que acompañar casi todo el día; pero ahora ya me voy acostumbrando”. Así explica Inés Ballestar su primera impresión de la vida universitaria. Esta joven de 18 que tiene una discapacidad física por la que debe desplazarse en moto; una cuestión que no ha supuesto un impedimiento para cumplir sus sueños ya que desde mediados de septiembre está cursando Medicina en la Universidad de Zaragoza.

“Es complicado porque existen algunas barreras, pero me voy adaptando”, subraya con una sonrisa en la cara. Para ello, cuenta con la ayuda de la Oficina Universitaria de Atención a la Diversidad (OUAD), que se dedica a mejorar la situación de todas las personas con discapacidad y también de aquellos que tienen unas necesidades educativas específicas, aunque no cuenten con una discapacidad del 33%.

En su día a día, una de las dificultades que encuentra es el camino a la Facultad de Medicina. Ballestar vive en el Colegio Mayor Pedro Cerbuna, ya que hasta ahora residía junto a su familia en Sabiñánigo. “Para ir a clase tengo que coger un camino más largo (a través de la ciudad universitaria) porque el que es más corto (por fuera del campus) tiene la acera en mal estado (con muchos baches que hacen imposible su tránsito con moto); por lo que tengo que salir con algo más de tiempo”, subraya.

Una vez llega a la Facultad encuentra otras barreras físicas. Como las aulas, que son con gradas (con un estilo similar a las de las películas americanas), así que tiene que bajar en ascensor: “El ascensor se ubica al final de la Facultad, tengo que ir hasta allí, bajar y volver hasta el principio, donde está mi clase”. Además, su estancia en este espacio tampoco es sencilla. Necesita a una persona para que la pase de un asiento a otro y, una vez allí, al tener que estar con la cabeza levantada (la pizarra y el proyector están ligeramente hacia arriba), tiene dolor de cuello.

“Sin embargo, desde la OUAD intentan ponerme las mayores facilidades. Les dije que no podía estar en las sillas habituales (con paleta) y al día siguiente tenía en mi sitio una silla con una mesa. Además, ahora me van a traer otra, así tendré una baja y otra alta”, subraya. Desde esta oficina también se le facilita una persona para que la acompañe durante casi todo el día: desde las 8.00 hasta las 15.00 y un rato más por la noche.

Como ella, en el campus universitario aragonés hay más de 200 estudiantes con discapacidad reconocida y cada año unos 400 alumnos más necesitan algún apoyo concreto. En este grupo se encuentran aquellas personas con dislexia, TDAH, síndrome de asperger u otro tipo de trastornos. “Nuestro objetivo es normalizar la situación, eliminando las barreras existentes para que puedan cursar sus estudios en igualdad de oportunidades”, subraya Fernando Latorre, responsable de la oficina.

Para ello, se hacen adaptaciones curriculares y se ofrecen diferentes apoyos. Al mismo tiempo, se trabaja con el profesorado “para que entienda las dificultades que pueden tener sus estudiantes y las normalice”. “Cuando los alumnos vienen a pedirnos ayuda; les explicamos las cuestiones que deberíamos abordar y que lo ideal sería que ellos mismos se lo dijeran al profesor. Les damos un plazo de unos quince días y entonces les enviamos a cada docente un informe con las necesidades concretas”, explica Latorre. También se trabaja en la sensibilización del resto de compañeros. De hecho, esta semana se ha puesto en marcha una nueva campaña en redes sociales con el lema #nomeetiquetes.

Otro de los aspectos que se está intentando mejorar es la empleabilidad de los estudiantes. Para ellos se ha llegado a un acuerdo con varias empresas para poner en marcha un programa de prácticas remuneradas de tres meses. Por ejemplo, este año se han alcanzado tres acuerdos: uno con una empresa ganadera, otro para una vinícola y un tercero en la propia Universidad de Zaragoza. También se colabora con la Fundación ONCE para la realización de cursos, especialmente dedicados a mejorar las habilidades informáticas y de idiomas.

Ayudas más comunes

En las aulas universitarias aragonesas hay una gran diversidad de estudiantes: personas con discapacidad visual, auditiva, física, con síndrome de asperger, dislexia... y cada uno de ellos precisa de un apoyo diferente. “La mayoría necesitan más tiempo en los exámenes: unos porque su forma de elaborarlos es más lenta (por ejemplo, si tienen ceguera y tienen que estar dictando las respuestas) y otros porque necesitan tener la seguridad de que contarán con tiempo de sobra (a las personas con asperger, el solo hecho de saber que tendrán más tiempo, les da la seguridad que precisan)”, especifica Latorre.

En muchas de estas ocasiones se necesita una persona de apoyo para la realización del examen y se suele recomendar a los profesores que faciliten el temario por adelantado. Por ejemplo, para una persona con sordera esta posibilidad le facilita el seguimiento de la clase. Lo mismo le ocurre a alguien con discapacidad visual, ya que con el tiempo suficiente, en la ONCE le puedan trascribir los textos a formato braille.

Además hay otras necesidades más específicas. Existen perros guía para personas con ceguera, perros que detectan las bajadas de azúcar e intérpretes de signos. “Tenemos una alumna, que estudia Biotecnología y que tiene sordera. En este caso, tuvimos que buscar a un intérprete de signos que conociera las materias que se están impartiendo. Nuestra intención es poner facilidades y nunca limitar a los estudiantes”, recalca. Para poner en marcha todo ello cuentan con un presupuesto de 85.600 euros.

Mejoras pendientes

Desde esta oficina reconocen que ,a pesar de las mejoras que se han realizado desde su puesta en marcha en 2006; todavía quedan algunas cuestiones pendientes. Entre ellas destaca la accesibilidad de los edificios, especialmente, aquellos que son más antiguos como es el caso de la Facultad de Filosofía y Letras.

Por ello, desde el vicerrectorado de Tecnologías de la Información y de la Comunicación se ha elaborado una aplicación (Sigeuz) que valora las entradas de todos los edificios, marcándolas en verde (fácil acceso), amarillo (intermedio) y rojo (imposible). “El objetivo a largo plazo es que oriente a la persona hacia el camino más rápido y accesible”, subraya Latorre. Asimismo puntualiza que se podría mejorar la conexión con los institutos, “para que el cambio sea más sencillo” y la empleabilidad.

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