La Zaragoza que duplica su callejero

La plaza del Carbón, el puente de los Gitanos o la Casa Grande son los casos más conocidos, pero la ciudad está llena de nombres populares que conviven con los oficiales.

Postales antiguas de Zaragoza: la calle de Don Jaime I en los años 20, el Arrabal y puente de Piedra y la plaza de España en 1910. Este material se puede consultar en www.zaragoza.es/archivo
Postales antiguas de Zaragoza: la calle de Don Jaime I en los años 20, el Arrabal y puente de Piedra y la plaza de España en 1910. Este material se puede consultar en www.zaragoza.es/archivo
Heraldo

El gobierno municipal acordó hace diez días dar el nombre de David Cañada al centro deportivo de Torrero. Cuajará, dado que en su interior hay un velódromo con el que se rinde homenaje póstumo al ciclista, pero puede que lleve su tiempo el que los vecinos se acostumbren a la nueva denominación. Es lo que ha sucedido en mucha calles, plazas o puentes y, de hecho, se podría decir que la ciudad tiene un callejero duplicado con nombres oficiales y otros procedentes de la memoria colectiva o de la imaginación del personal. Estos nombres oficiosos están tan presentes en muchos barrios que, incluso, se utilizan en las paradas del bus (véase ‘la Química’ o Valle de Broto-Kasan) y son útiles también en las notas del Ayuntamiento o la Policía, dado que es más clarificador referirse al ‘puente de los Gitanos’ que al del Emperador Augusto, por mucho que este sea su nombre oficial.

Entre dos aguas

La verdad es que los puentes y viaductos son ‘abonados’ a la tendencia de tener un doble bautismo: pocos se han acostumbrado a referirse al puente de Hierro como ‘el del Pilar’ y el que da acceso al parque Grande –actualmente en obras y llamado de Los Cantautores– para muchos sigue siendo el del 13 de septiembre. Esta fue la fecha del advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera y, en aplicación de la ley de Memoria Histórica, se desterró tal nombre. El fenómeno no solo se da en puentes levantados hace décadas sino que también en los más modernos. ¿Cuál es el nombre correcto, el puente de La Unión o el de Las Fuentes? ¿Esperaría el ingeniero Javier Manterola o los Voluntarios de la Expo que el protagonismo de su pasarela se lo robara un simple ‘el Pincho’? Algo parecido sucede con muchas plazas: la de ‘la Oasis’ (Padre Pedro), los bajos del Auditorio (Miguel Merino) o la de ‘los cañones’ (Glorieta Sasera).

Las nomenclaturas alternativas suelen proceder de las categorías que antaño tenían las calles, de los gremios que se reunían en ellas (sobre todo en el Casco) y también se puede rastrear un más o menos singular origen en algunas coplas y jotas. Estas, por descontado, se hacen eco de la sabiduría popular, pues mucha razón tenían los zaragozanos en los años 50 cuando indicaban que al final de Isabel la Católica se estaba construyendo una ‘Casa Grande’. Fue Fernando García Mercadal quien diseñó el hospital Miguel Servet, que dadas sus dimensiones y peculiaridades (nunca antes se habían empleado 5 millones de ladrillos y 113.000 kilos de cemento) durante décadas se conoció como la Casa Grande. El complejo sanitario que levantó la empresa Huarte hace ahora 70 años sigue siendo, por cierto, el mayor de la Comunidad.

Tozudos y persistentes

Cuando un nombre no cae en gracia, por muchos esfuerzos que se hagan por imponerlo, lo tiene difícil para triunfar dada la conocida obstinación de los moradores a orillas del Ebro. Miguel Salamero Buesa se empleó a fondo defendiendo la ciudad en los Sitios pero lo tiene más difícil para competir con el nombre alternativo de su propia plaza: la del Carbón. Cuentan que en el siglo XIX allí se reunían los arrieros con sus mercancías y los empleados municipales revisaban el carbón antes de ponerlo a la venta al público.

No pocas personas mayores continúan llamando calle de San Gil al último tramo de Don Jaime I (si hubiera un Trivial zaragozano esta sería pregunta obligada) y el impronunciable nombre de Albert Schweitzer ha hecho poca fortuna en el entorno del Camino de las Torres. Los hay quienes llaman a este recodo la plaza de ‘los Agustinos’ (por el colegio de sus inmediaciones), quienes siguen refiriéndose a él como ‘donde el Bazar X’ y, por último, quienes más canas peinan aún llaman a la plaza ‘la de las Oblatas’, pues hace años había un centro de enseñanza de esta orden religiosa.

Ríos de tinta se han escrito con los nombres propios del Casco Histórico y hace pocos años el grupo municipal de CHA propuso que se rescataran los nombres antiguos de las calles y se colocaran placas que indicasen su denominación histórica, su motivo y su contexto. Así se sabría, por ejemplo, que la calle de Azoque se corresponde con lo que era el antiguo zoco y que Casa Jiménez, antaño, era conocida como el ‘juego de pelota’ por razones que parecen obvias. Repasando seculares callejeros, se pueden incluso rastrear términos aragoneses que se utilizaban desde 1500. En otras ciudades no hay denominaciones como trenque, puyada (bajada), postigo, fosal o callizo, que sí son habituales en Aragón.

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