¿Qué secretos esconde el Parque Grande?

Marmolistas italianos participaron en la construcción del parque grande José Antonio Labordeta.

Imagen de archivo del Parque Grande
¿Qué secretos se esconden en el Parque Grande?

El puente de los Cantautores, frente al faro de la antigua Feria de Muestras, es el principio del paseo de San Sebastián, una de las vías del parque José Antonio Labordeta. Este espacio es un pulmón en el centro de la ciudad. El ruido del tráfico se sustituye por el de los pájaros, las prisas del paseo de Fernando el Católico por la tranquilidad de leer un libro o dibujar con al ritmo de las fuentes de fondo. El Parque Grande, como se conoce popularmente, es como una burbuja verde.

“Está entre dos corrientes de agua importantes. Por un lado, al Sur, el Canal Imperial y por otro, el río Huerva”, afirma Manuel García Guatas, historiador del Arte de la Universidad de Zaragoza.

“Se concibió de una manera que reuniera los lugares de paseo y otros servicios relacionados con la jardinería y el entretenimiento”, señala García Guatas. En la actualidad sigue cumpliendo ambos cometidos. Por un lado, es un lugar con gran variedad vegetal. En el Jardín Botánico se pueden encontrar plantas de todo el mundo, aunque abundan las de raíces aragonesas. Y por otro lado, el deporte y el ocio mantienen su función de entretenimiento.

A lo anterior hay que añadirle el gran valor de las esculturas y monumentos que se encuentran repartidos en las 27 hectáreas de extensión desde los años 30. “En alguna ocasión se ha dicho que este parque es un museo de escultura al aire libre. Nunca se pretendió que fuera eso. Hay algunas piezas diseñadas ex profeso para el parque, aunque haya otras que se trasladaron, como la fuente de la Princesa, que estuvo hasta 1902 en el Coso”, añade García Guatas. Esa fue precisamente la primera fuente de agua potable de Zaragoza. También es conocida como la fuente de Neptuno, ya que el Dios de los mares preside lo alto del conjunto, pero desde hace un tiempo sin su tridente.

Junto a este se encuentra el Jardín Botánico, ya citado. Un estanque hace las delicias de nietos y abuelos. En el centro de un estanque donde nadan los patos se levanta una crepsidra. Las manecillas de este reloj son movidas por la propia agua del estanque. Alrededor de este espacio varios bancos, decorados con azulejos de cerámica.

Al otro lado del bulevar se encuentra el quiosco de la música, recientemente víctima del vandalismo urbano. Este elemento, de estilo modernista, fue levantado con motivo de la Exposición Hispano Francesa de 1908. Desde su construcción ha estado en diversas ubicaciones, como la plaza de Los Sitios, o en el paseo de la Independencia, cuando era peatonal.

“Estos espacios se ubican en la avenida de San Sebastián, uno de los ejes principales del Parque Grande. La vía tenía la misma anchura que ahora, sin embargo, las esculturas y las fuentes se han ido añadiendo poco a poco después”, puntualiza Manuel. Como es el caso de la fuente circular, la cual es el primer conjunto de agua luminoso de la ciudad. “Se trasladó aquí en 1975, porque estaba construida encima del cauce del Huerva y el tráfico también le afectaba”, comenta Manuel García Guatas.

El otro eje es el de los Bearneses. Las copas de los altos árboles hacen que la sombra sea el suelo del paseo. Manuel García Guatas indica que “ha sido un lugar de gran actividad deportiva y lúdica. Allí han terminado vueltas ciclistas o concursos de motocicletas”.

Esculturas previsoras y disfrute tardío

“El monumento, en mármol, a Alfonso El Batallador se talló antes de estar construido el parque. Con esta estatua se conmemoró la conquista de Zaragoza en el año 1118. La ciudad de Zaragoza, 800 años después, decidió levantarle un recuerdo en el lugar más espectacular, como es el Cabezo de Buenavista”, comenta García Guatas. Este es uno de los miradores más conocidos de la ciudad, desde donde se puede ver gran parte de Zaragoza. En la creación de la escultura, obra de José bueno, intervinieron marmolistas venidos de Italia.

“El parque se inauguró a finales de la década de los años 20, pero los zaragozanos no empezaron a disfrutar de él hasta los años 40 y 50”, explica el profesor García Guatas, que añade que “el acceso a este parque era muy complicado con el obstáculo de la trinchera del ferrocarril, en lo que ahora es la avenida de Goya”. El transporte público hasta el parque llegó con la construcción de la Romareda y del Hospital Miguel Servet.

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