La lenta extinción de los adoquines

Palomeque, Cinco de Marzo, Ossau y, ahora, Casta Álvarez. El hormigón coloreado se impone en las calles del Casco, que son menos estéticas pero más resistentes.

El cruce de Mosén Pedro Dosset con Casta Álvarez, donde hoy comenzarán las obras
La lenta extinción de los adoquines
Aránzazu Navarro

Poco a poco han ido desapareciendo de las calles hasta convertirse casi en una especie en extinción. El adoquín que acostumbraba a alfombrar las calles de Zaragoza ha perdido definitivamente la batalla frente al hormigón para alegría de las brigadas de mantenimiento y disgusto de los vecinos más exquisitos, que consideran que la estampa del Casco es mucho más encantadora con la piedra tradicional.


Hoy comenzarán a sustituirse los paños adoquinados (muy deteriorados) en la calle de Casta Álvarez, cuya banda central se rellenará con un pavimento de hormigón coloreado. Este tramo entre las calles de Aguadores y Predicadores se suma a muchas otras céntricas vías zaragozanas (Heroísmo, Manuela Sancho, Palomeque, Estébanes, SantoDominguito de Val, un tramo de Las Armas u Ossau), que en los últimos años han asistido a una lenta despedida de los adoquines que no se hallaban suficientemente consolidados.


¿Por qué se hace este cambio? El hormigón –según explican desde Infraestructuras– aporta una mayor resistencia y ofrece también un mantenimiento más fácil y económico. Pone fin a los constantes hundimientos del firme, a las molestias vecinales y a las costosas reparaciones que asume el Ayuntamiento, sobre todo, en las calles que soportan circulación.


Uno de los primeros cambios se llevó a cabo –no son sin controversia– en Cinco de Marzo allá por 2011. Una capa de grava y asfalto vino a sustituir los antiguos baldosines, lo que resulta menos estético pero más práctico porque por la zona –aunque peatonal– pasan a diario decenas de vehículos de carga y descarga. Desde entonces Cinco de Marzo dejó de ser "una sucesión de adoquines sueltos" y los vecinos agradecen que el hormigón no baile, no provoque caídas o tropezones, ni se convierta en una trampa con charcos los días de lluvia.


Apuntan también otros detalles curiosos en los que el ciudadano de a pie no pensaría a bote pronto. Así, las láminas de hormigón "que devuelven la uniformidad al terreno" no solo facilitan la circulación de ciclistas (en las calles en las que está permitido), sino que también facilitan que los pasos de Semana Santa recorran las calles del Casco –costaleros incluidos– con menos dificultad. Comentan desde el área de Urbanismo, consagrado este mandato a "las cosas pequeñas", que el asfalto es más barato, genera menos ruidos (por la rodadura más suave del vehículo) y provoca menos vibraciones en los edificios próximos.


Aún quedan unas pocas calles con adoquines supervivientes –acaso las más simbólicas estén en el entorno de San Pablo, además de Espoz y Mina o Méndez Núñez– pero la tendencia, a corto o medio plazo, es acabar con ellas. Siempre que las brigadas tengan que acercarse a arreglar socavones o hundimientos, la directriz será retirar los adoquines como también se ha hecho en otros rincones de la ciudad como en la calle de Francisca Millán Serrano, en Valdefierro, o en los cruces de la traza del tranvía con Tomás Bretón y Corona de Aragón. Hay distritos que solicitan el cambio, como en la única zona no peatonal de la calle Delicias, donde los adoquines bailan ‘la yenca’ por efecto del tráfico de los residentes y los servicios de reparto. Los únicos adoquines que parecen gozar de buena salud son los que se venden en la calle de Alfonso I junto a las piedras del Ebro de caramelo.

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