¿La iluminación de la tienda es suficiente, posee un asiento a la entrada y sus precios están claros?

Una veintena de mayores valoran aspectos como estos en el ‘examen’ que llevan a cabo en establecimientos de la ciudad que quieren pertenecer a la Red de Comercios Amigables.

La voluntaria Pilar Pina, en una de las tiendas de comercios amigables
La voluntaria Pilar Pina, en una de las tiendas de comercios amigables
P. S.

De la Red de Comercios Amigables de Zaragoza forman parte 247 establecimientos que han sido reconocidos por su servicio y su trato preferente hacia las personas más mayores. Están repartidos por toda la ciudad: en el distrito de Las Fuentes, por ejemplo, hay 21; en La Almozara, 5; y en Universidad, 11. El Casco Histórico es el que actualmente lidera la lista de comercios adheridos (52), seguido por Delicias (44), San José (40) y el Centro (28).


Los que más abundan son los del sector de moda y complementos (64), salud y bienestar (57) y hogar y decoración (52); aunque lugares como tiendas eróticas, colchonerías o concesionarios también apuestan por satisfacer las necesidades de la tercera edad de una manera personalizada.


Este mapa de pequeños negocios ha sido elaborado a partir del trabajo de una veintena de voluntarios muy particulares, que comenzaron a recorrer y a evaluar establecimientos interesados de la ciudad en noviembre del año pasado, cuando el Ayuntamiento puso en marcha la red a través de la Oficina del Mayor y a raíz de la pertenencia de la capital aragonesa a la Red de Ciudades Amigables de la Organización Mundial de la Salud.


Pilar Pina tiene 73 años y es de Albalate del Arzobispo. Vive en Zaragoza desde hace más de 50 y compagina sus clases de jota, gimnasia, canto, baile en línea y guitarra con la visita a estos comercios los martes por la tarde. Dos de los últimos lugares que ha ‘examinado’ han sido una farmacia “alucinante y muy completa”, cuenta, y una tienda de ropa. “Si he visitado casi 50 tiendas en un año, ha habido alguna oveja negra pero en la mayoría nos han atendido muy bien. Disfruto cuando lo hago y me siento realizada y satisfecha”, reconoce.


Una ferretería, unos almacenes, una herboristería e, incluso, un ‘sex shop’ son otros de los establecimientos que ha tenido que evaluar esta voluntaria jubilada, que fue una de las primeras en embarcarse en esta iniciativa. Le informaron del proyecto en el Centro de convivencia para mayores de Torrero, la idea le gustó y decidió apuntarse. “Asistimos a unas jornadas de preparación durante quince días con una psicóloga y diferentes profesionales. Después, se formaron grupos de tres personas para ir a visitar las tiendas. Éramos protagonistas de algo nuevo que, según cómo lo enfocáramos, iba a crecer”, señala orgullosa. Además, para participar “solo es necesario estar bien de salud y ser una persona abierta que sepa desenvolverse en los sitios”, añade.


Su labor y la del resto de voluntarios comienza cuando reciben un mensaje en sus móviles en el que se les indica la dirección de los establecimientos solicitantes a los que tienen que acudir, el responsable al que se tienen que dirigir y un teléfono de contacto. Carpeta verde en mano, quedan con su compañero, toman el autobús y acuden a la tienda correspondiente de la ciudad. Allí, “nos presentamos como miembros de la Red de Comercio Amigable y comenzamos a trabajar: uno realiza una entrevista y el otro va examinando las estanterías, los precios, la luz, los accesos…”, detalla Pilar.


El listado de aspectos que puntúan y valoran incluye el trato –si es cercano y amable e incluye asesoramiento y atención especializada teniendo en cuenta las características de las personas mayores-, la accesibilidad –que se garantice el fácil acceso o que no haya obstáculos que puedan impedir la entrada de una silla de ruedas-, la iluminación adecuada del espacio, la anchura suficiente de las zonas de paso, la señalización clara de los precios y el etiquetado con números grandes, la disposición de los productos al alcance de los mayores, el tipo y el volumen de la música ambiental, la  existencia de un asiento para descansar o, también, si ofrecen descuentos y alternativas para facilitar el transporte de los productos sin coste a sus casas.


“Muchas veces hay fallos en el tema de los precios, pues a veces no los disponen de forma muy clara para la gente mayor, o en el no tener una silla visible y a mano. Sin embargo, el trato suele ser donde obtienen mejor nota”, señala Pilar Pina, quien valora la relevancia de que los negocios cumplan con los anteriores puntos para facilitar la compra a este tipo de público: “Las personas mayores no siempre nos podemos desplazar hasta un centro comercial para adquirir un jersey. Esta también es una forma de apoyar al pequeño comercio”.


El siguiente paso es rubricar un acuerdo entre el Ayuntamiento y el establecimiento por el que el segundo se compromete a llevar a cabo las mejoras necesarias y a asistir a diferentes sesiones de formación centradas en la materia. Un certificado de pertenencia a la red y un vinilo identificativo para colocar en el escaparate materializan esa firma.“Nuestro cliente más veterano tiene más de 80 años”

Tania Huguet es una de las responsables de la Librería Centro, que ingresó en la Red de Comercios Amigables este verano. Que el entorno de su establecimiento fuese agradable para el público, sin olvidar a los mayores, siempre fue una prioridad para ella: “Este no es un lugar abigarrado, te puedes mover con comodidad, la iluminación y el aroma están muy pensados, el sonido es suave y tenemos un espacio con butacas donde la gente puede sentarse a ojear libros”, cuenta.


Así, tras la evaluación que llevaron a cabo en su local dos de los voluntarios de la red, los propietarios de la librería no tuvieron que realizar ningún cambio en ella y pasaron a formar parte del mapa. Una fracción de su clientela habitual la conforman personas mayores, pues su servicio contempla la lectura fácil a través de la oferta de libros adaptados para personas que presentan dificultades para realizar esta actividad. “Hay muchos mayores que quieren leer y no pueden seguir bien un libro convencional”, relata Huguet. De hecho,  su cliente más veterano tiene 80 años: “Él nos decía que había ido a otros lugares en los que, al verle mayor y al tener un problema de sordera, le trataban de tonto. Habla con nosotros, nos pide consejo, le recomendamos y siempre le ofrecemos asiento”.


A escasos metros de esta librería se encuentra un despacho de pan ecológico que también se unió a la iniciativa hace aproximadamente tres meses. “Conocimos el proyecto porque el negocio de un familiar ya formaba parte del movimiento. Busqué información sobre las características que se pedían y al ver que las cumplíamos, nos pusimos en contacto con el Ayuntamiento para pasar la inspección”, relata Laura Marcén, socia fundadora de la panadería Ecomonegros 03, para quien potenciar este tipo de gestos hacia el cliente mayor es “también muy positivo” en un pequeño comercio “que está en peligro de extinción”.


De su lugar de trabajo destaca la existencia de una rampa en la puerta que facilita el acceso a personas que utilizan sillas de ruedas y carros, así como la especificación de los ingredientes de sus productos en grandes carteles y la presencia de un rincón con una mesa y un par de sillas “que va muy bien para que los mayores descansen, se organicen el bolso o busquen su tarjeta bus”, ejemplifica Laura. Igualmente, una de las actuaciones que tienen pendientes en el establecimiento es la instalación de una puerta que se abra y se cierre de forma automática “para seguir mejorando”.


La red ha servido a comerciantes como ellos a abrir más los ojos y a ponerse continuamente en la piel de las personas mayores: “Siempre habíamos hecho las cosas valorando la comodidad, la accesibilidad, el respeto y la cercanía, pero ahora pensamos mucho más en cómo podríamos ayudarles. Yo ya he instado a otros negocios de La Magdalena a que se sumen pues estas redes, cuanto más grandes sean, mejor”, concluye Marcén.

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