Un estudio que dará la campanada

?El Centro de Estudios Bilbilitanos encargó a un antropólogo valenciano un inventario de las campanas de la comarca, donde se calcula que podría haber más de 500.

El campanario de la torre de Santa María de Calatayud
El campanario de la torre de Santa María de Calatayud
Macipe

Sus toques constituían un lenguaje para cada comunidad. Marcaban los ritmos diarios y comunicaban lo que allí sucedía. No había pueblo o ciudad sin campanas, pero este patrimonio material e inmaterial hace años que se abandonó. Quedan pocos que las toquen, se han perdido partituras y muchos de estos instrumentos es como si no existieran.


En la Comunidad de Calatayud hay 67 municipios y 89 entidades con población. Cada uno con su campanario. Pero además hay ermitas, conventos, ayuntamientos o casas palaciegas con sus relojes, campanas y campanicos. No se sabe cuántas son ni cómo están, pero en un par de años cada una tendrá una ficha con su historia e incluso se podrá escuchar. Ese es el plazo que se ha dado uno de los mayores expertos en campanas. El antropólogo valenciano Francesc Llop está haciendo, desde junio del año pasado, un inventario de estos bienes, en cada rincón de este territorio.


Fue un encargo del Centro de Estudios Bilbilitanos, con la intención de que ese costoso trabajo y la abundante información recopilada se convierta en un libro-disco.


Hasta el momento, lleva 209 torres censadas, pero el listado está sin terminar. Se calcula que hay unas 240, en las que podría haber más de 500 campanas. Por ahora tiene fichadas 70. Hace treinta años, para su tesis doctoral ‘Los toques de campanas en Aragón’, documentó algunas en Ibdes, Carenas, Ateca, o Cimballa. Conoció y grabó a los pocos campaneros que entonces había. Ahora sigue descubriendo estos pesados instrumentos con los que se componían mensajes.


El toque del alba anunciaba la luz, que se podía salir a trabajar. Con el del mediodía, era hora de comer. El de atardecer, en algunos sitios también llamado de los perdidos, avisaba de que había que recogerse. Otros se creía que orientaban a las almas del purgatorio de camino al cielo, o se hacían sonar cuando el santo y los difuntos salían o entraban a la iglesia, para que no sufriesen mal. "Hoy en día, las campanas sirven para comunicar cosas urgentes, sobre todo en pueblos pequeños, y emociones como por los días de fiesta y fallecimientos", explica Llop.


En esta comarca ha encontrado campanas muy antiguas y su historia y sonido se comparte en la web Campaners.com. De cada pieza toma imágenes. Van 1.284 fotos de 77 campanas y 17 relojes. "Este es el principio nada más", advierte, y lamenta el "abandono inconmensurable" al que han sido sometidas las campanas en toda esta comarca. "No se entiende lo mal cuidadas que están, teniendo en cuenta que en muchos casos son los elementos más antiguos de cada edificio", comenta.


Mientras sonaban se conservaban. Por eso hay campanas del siglo XVI en iglesias y ermitas reformadas el siglo pasado. El inventario en marcha servirá para conocer su estado y decidir qué se hace con ellas. Cada ficha incluye una propuesta de restauración.


"La campana era algo tan normal que la gente no pensaba en ella, no se le daba importancia", explica el antropólogo. Es una de las razones por las que no hubo relevo. En los repiques existía mucha creatividad. Cada autor le daba su toque personal, conformándose un amplio paisaje sonoro, patrimonio común de la colectividad y no únicamente eclesiástico.El único campanero


Hoy día, en las más de 200 torres de esta comarca solo queda un campanero, en Nuévalos, de avanzada edad. "La modernidad pasa por volver a tocar a mano las campanas, y no solo por tener Whatssapp", opina Francesc, quien también reconoce que en la Comunidad de Calatayud queda mucho por hacer. El tamaño de estos instrumentos y el fundidor reflejaban las posibilidades del municipio. Hasta finales del XIX, en Aragón había campanero ambulante que fundía a pie de torre.


Francesc Llop es ambicioso o "atrevido" –como él mismo se define– porque aspira a que se lleve a cabo una recuperación responsable de estas piezas, y también a que vuelvan a tocarse a mano, aunque solo sea en las fiestas. En Pamplona y Valencia ya lo ha conseguido.


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