"No entran a escobar ni riegan, pero pagamos impuestos igual"

Balsas de Ebro Viejo es el mayor grupo de las conocidas como viviendas sindicales, con 1.260 pisos levantados a finales de los años 60 en el Picarral. Casi medio siglo después, sus vecinos cuentan que los edificios no tienen problemas estructurales, pero sí de accesibilidad. "La mayor reivindicación son los ascensores. Hay gente mayor con dificultades, algunos en silla de ruedas que viven en un tercer o cuarto piso y no pueden bajar a la calle", explican Esther Blasco y Mari Vallejo, de la asociación de vecinos. Uno de esos casos es el de Consuelo Velázquez, que precisamente hoy cumple 80 años, que vive en un tercero. "Llevo cinco operaciones y tengo problemas para salir de casa, pero tengo que hacerlo. Para mí poner un ascensor en casa sería como arreglarme la vida", explica.


En Balsas viven el problema de las zonas comunes. Son propiedad de los dueños de los inmuebles, por lo que el Ayuntamiento legalmente no tiene competencia para hacer el mantenimiento. Aún así, los vecinos cuentan que "hace unos años contrataban a empresas de inserción para que lo adecentaran". "No nos entran a escobar, no nos riegan los árboles, pero pagamos como todos los vecinos de la ciudad. Es como para que vayamos todos al Ayuntamiento a protestar", mantiene Manuela Soriano, de la calle de Valle de Pineta. "Es que es un suelo privado para lo que quieren ellos, porque no lo podemos vallar", ratifica Esther Blasco.

"Los nuevos vecinos ya no tienen el sentimiento de arraigo"


El grupo Teniente Ortiz de Zárate, en el Picarral, agrupó en los años 60 a familias jóvenes, en su mayoría de fuera de Zaragoza, que se trasladaban a la ciudad atraídas por el trabajo industrial. Como la mayoría de las viviendas sindicales, los bloques se levantaron en torno a plazas centrales donde se hacía la vida, creando un fuerte vínculo entre las comunidades. Apenas quedan un 20% de aquellos primeros moradores, calculan los vecinos. "Los que han ido entrando a vivir ya no tienen ese sentimiento de arraigo, de pertenencia, de tribu", explica José Mari Rodrigo, uno de los más implicados en el movimiento vecinal.


El barrio se estructuró en torno a la calle que le da el nombre, donde hubo hasta once tiendas, con panadería, carnicería, pescadería, vinoteca, papelería... Ahora solo quedan dos, y gracias a que recientemente reabrió una peluquería. Teresa Mancilla, dueña del otro local, explica que aquello era "el centro comercial del barrio", del que ya poco queda.


En el caso de Ortiz de Zárate, las plazas son propiedad del Ayuntamiento desde hace unos años, aunque su mantenimiento deja mucho que desear. Santiago Rodrigo alerta de la inclinación de algunos pinos, que amenazan con caerse y que además son un hogar perfecto para bandadas de palomas y estorninos. Como en el resto de grupos, la falta de ascensores es todo un problema en un vecindario cada vez más envejecido.

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