¿Cómo sería la Zaragoza de 2016 de haber logrado ser Capital Europea de la Cultura?

Hoy la ciudad acogería la capitalidad europea de haber sido elegida. Muchos proyectos se quedaron en el aire. Otros han conseguido salir adelante siguiendo la senda de la candidatura.

Carteles de la candidatura de Zaragoza 2016 en la plaza del Pilar de Zaragoza en 2011
Carteles de la candidatura de Zaragoza 2016 en la plaza del Pilar de Zaragoza en 2011
TONI GALÁN / A PHOTO AGENCY

Hace ahora casi seis años, en julio de 2010, Zaragoza presentaba oficialmente su propuesta para ser elegida Capital Europea de la Cultura para 2016. Una carrera que comenzaba con la resaca de la Expo todavía presente, y encarando una crisis económica que aunque en la capital aragonesa aún no había mostrado su cara más dura, ya era una evidencia a todas luces.


Eran otros tiempos, cuando el área de Cultura del Ayuntamiento se denominaba consejería de Cultura y Grandes Proyectos. Pese a esto, el proyecto de Zaragoza 2016 promovido por el Gobierno socialista de Belloch y gestionado casi íntegramente por los funcionarios de Cultura del consistorio hizo bandera de una candidatura de bajo coste con pocas inversiones que “no comprometiera la viabilidad económica de la ciudad”.


Sin embargo, el jurado europeo declinó la opción zaragozana y la de las otras ciudades españolas finalistas en favor de la de San Sebastián, ciudad que a día de hoy está celebrando su capitalidad con multitud de actos aunque quizá sin la repercusión que las instituciones de las ciudades candidatas se prometían en un principio.


“Teníamos una candidatura muy sólida y muy creíble que ya sabía, tanto desde el punto de vista institucional como técnico, que nacía en crisis, y vista en perspectiva, ahora pienso incluso que es mejor que cuando la pusimos en marcha”, señala César Falo, director técnico de la candidatura, jubilado desde hace unos meses de sus responsabilidades en el área de Cultura del consistorio.


Pese a que en el momento de lanzarse la idea parte de la ciudadanía vio en ella un proyecto -y un gasto- que no era necesario para la ciudad, Falo reivindica la vigencia de la propuesta y cómo esta sedujo a buena parte de la población conforme iba tocando tierra y se asentaban los procesos de participación a los que se abrió la candidatura, que solicitó ideas a los distintos sectores implicados y a los vecinos que quisieran aportar propuestas por vía online y presenciales.




“Cuando comenzamos a trazar el programa y los valores de Zaragoza 2016 intentamos fijarnos en la idiosincrasia original del evento, que era difundir la cultura europea, no la de la propia de ciudad que acoge, que es lo que ha pasado en la mayoría de sus ediciones. Muchas ciudades veían la Capitalidad Europea como una posibilidad para crear infraestructuras. Eso Zaragoza ya lo tenía debido a la Expo, y en parte por eso el equipo técnico pudo trabajar con mucha libertad y considero que honestidad para hacer una propuesta sostenible económicamente y muy enriquecedora. Lo que no sé es si todo esto al final pudo ser contraproducente de cara al jurado, al que propusimos que se creara un órgano que mantuviera la continuidad entre todas las ediciones” explica Falo.

Espacios que pudieron ser... y algunos que acabaron siendo

El presupuesto proyectado de haberse conseguido el objetivo de Zaragoza 2016 era cercano a los 90 millones de euros empleados durante siete años, de los que se pretendía que algo más de un 50% surgiera de patrocinios y colaboraciones privadas. De ellos, unos 600.000 se consignaron en 2011 para los gastos de gestión y promoción de la candidatura durante la fallida carrera.


Pese a que en un principio se pusieron encima de la mesa ideas como recuperar el Fleta, la apertura del recurrente Espacio Goya -una letanía que volvió a sonar durante las pasadas elecciones de mayo-, el dossier definitivo basó casi todas sus intervenciones en recuperar edificios en desuso.




A ello se sumaban instalaciones de carácter privado, como el CaixaForum, que pese a perderse la capitalidad tomó forma en 2014, y otros también puestos en marcha a posteriori como el Centro de Arte y Tecnología, Etopía, o los locales -cheap boxes- de la calle de Las Armas, inaugurados poco antes de conocerse el fallo, y que eran la primera piedra de todos las propuestas que la candidatura tenía para el barrio de San Pablo, zona que se quería potenciar como fue La Almozara o el Actur durante la Expo y que se quedó a medio camino.


Otros proyectos que quedaron en el aire fue la adecuación de la antigua fábrica de ascensores Giesa-Schindler en el barrio de Las Fuentes, que iba a dar lugar a un espacio de concentración cultural para artistas denominado 'La Fábrica' donde se aglutinaría talleres, artesanos y distintas propuestas. Algo similar a lo que ha acabado siendo La Harinera -inaugurado el pasado mes de marzo- “pero con muchos más espacios para la creación material y no solo conceptual”, explica Falo. El propio edificio del barrio de San José también sostuvo la idea de un espacio dedicado a la realidad virtual y a los videojuegos.


El uso de todos espacios infrautilizados del legado de la Expo también recogía varias ideas para muestras y eventos a lo que se sumaba la recuperación del palacio de Fuenclara -también recurrente en propuestas políticas para su utilización- para ser un museo del Patrimonio Inmaterial. El antiguo Conservatorio de Música de la calle San Miguel iba a ser un centro de gestión cultural de movilidad de artistas y de la cultura latina, y también se planteó el uso de los aljibes del parque Pignatelli -ahora abierto a un proceso de reconversión participativo por la actual corporación- como sala de exposiciones. También había hueco para el antiguo Instituto Luis Buñuel, que bajo el nombre de 'El Periscopio' se definía como un “lugar de reunión del barrio con conexiones con la ribera”, un proyecto que según Falo tiene mucho que ver con las actividades que ahora se llevan a cabo en el antiguo centro por parte de varios colectivos con el consentimiento del Ayuntamiento pero sin modelo de cesión alguno.

La “vigencia” de la idea

Pero todas estas ideas acabaron en tierra de nadie. Al menos con el objetivo de poder tenerlas en la ciudad actualmente. La elección de San Sebastián como Capital Europea de la Cultura fue recibida desde el ámbito político como un “disparate” -según las palabras del propio Belloch-, porque de hecho ahora, a años vista, se reconoce lo que ya se dejó entrever en su momento: Zaragoza se veía casi como ganadora.


“Durante la ronda de exposiciones final aproximadamente una decena de las 15 personas que componían el jurado nos reconocieron que teníamos el mejor proyecto. Pero la decisión final es lo que queda”, recuerda Falo, que explica que el malestar político no fue tanto entre el equipo técnico de Zaragoza 2016, que había compartido la carrera de forma afable con la ciudad vasca y las otras candidatas españolas.


Pese a esto, la Fundación que dirigía la candidatura elaboró antes de su disolución un Plan Director de Cultura hasta 2020 que aún sigue vigente, aunque apenas explorado. En él se recogen ideas como la autogestión de espacios compartidos que poco a poco han ido viendo la luz en Zaragoza y en otras ciudades del país, aunque la crisis mermó la realización de muchas de estas intenciones.


“A día de hoy buena parte de los proyectos y sobre todo las ideas de Zaragoza 2016 son realizables a medio y largo plazo porque fue una candidatura que se consiguió elaborar desde fuera de los despachos, de forma participativa entre distintas colectivos de la cultura, técnicos y la propia ciudadanía. Sin caer en las megalomanías”, señala cuando se cumplen seis años del proyecto el ahora concejal de Economía y Cultura del Ayuntamiento con el Gobierno de Zaragoza en Común, Fernando Rivarés, quien fue responsable de la comunicación y el proceso de participación de Zaragoza 2016.


Rivarés sostiene que el plan trazado hasta 2020 surgido del intento fallido fue abandonado por la anterior corporación y que ahora su Gobierno está intentando retomarlo progresivamente. “La Harinera es buen ejemplo. Se ha conseguido poner en marcha en un plazo de tiempo corto y con un gasto muy inferior al planificado”, señala, en referencia a este equipamiento cuyas obras de acondicionamiento fueron licitadas por el anterior Gobierno del PSOE y que ahora, durante los primeros meses con ZeC en el consistorio, se ha puesto en marcha.


A la pregunta de si ahora, que además del área de Cultura controla las cuentas del Consistorio, hubiera sido bueno para la ciudad enrolarse en un proyecto de este tipo y asumir sus costes Rivarés contesta que todos estos supuestos son “política-ficción”, pero que de Zaragoza 2016 se extrajo una política cultural “basada en la participación y la recuperación de infraestructuras existentes en la que mucha gente no creía y que ahora ya han demostrado su validez”, y que es la que está intentando poner en marcha desde sus actuales responsabilidades.


Cuestión aparte son los valores. Zaragoza 2016 apostaba por la Utopía Europea y la diversidad de culturas como punto fuerte en el aspecto conceptual de su propuesta. Había muestras y espectáculos sobre el aporte de lo latinoamericano a Europa, del colectivo gitano, y de los inmigrantes. “A día de hoy pienso que tal y como está Europa, con la crisis de los refugiados, nuestra capitalidad hubiera sido idónea. En Zaragoza siempre hemos tenido cierto carácter visionario para muchas cosas, aunque a veces nosotros lo introducimos para que después sean otros lo que lo exploten”, señala César Falo, quien confía en que las ideas que surgieron se vayan realizando, aunque sin el horizonte de un año concreto, y que ahora, liberado de su vinculación al Ayuntamiento, reflexiona: “quizá tuvimos la fortuna de hacer la mejor candidatura posible, y la suerte, vista la crisis posterior, de no poder realizarla”.

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