La nueva vida de los bares de toda la vida

A la moda de lo retro se une ahora la búsqueda de lo auténtico. El vermú clásico, esencia de un estilo de vida, revive en los barrios.

La nostalgia está de moda... y vende. La fascinación por el pasado más reciente ha puesto en órbita conceptos como el ‘vintage’ en la ropa y la decoración, y el fenómeno se escenifica en la hostelería como en ningún otro ámbito. El centro de Zaragoza se ha llenado en poco más de dos años de bares de nuevo cuño que reviven ambientes del pasado, salpicados de piezas de almoneda, muebles recuperados, maderas decapadas, mostradores antiguos, sifones o vajillas de duralex. De la mano, vuelve por sus fueros el vermú más clásico: el de la croqueta, el vermú a granel, los vinagrillos, la anchoa en salmuera...


Como la moda se mueve con ritmo frenético y pendular, ya hay quien, además de lo retro, desea algo más:lo auténtico. Y, paradójicamente, estos zahoríes de los bares con solera de Zaragoza son sobre todo jóvenes, fascinados al (re)descubrir unos ambientes que para la mayoría de ellos eran cosa de sus padres o abuelos. La hora del vermú va ganando adeptos entre veinteañeros y treintañeros, atraídos por una franja horaria que hasta hace poco les pillaba en la cama o de resaca.


Es sobre todo en los barrios donde aún resisten un buen puñado de bares detenidos en el tiempo, guardianes de un estilo de vida que para muchos merece apoyo y protección.


"Este bar es patrimonio del barrio", dice Juan Alba, propietario desde hace 34 años de la emblemática Casa Agustín, en el corazón de las Delicias. A su local, que atesora más de 100 años de historia y permanece casi como el primer día, acuden parroquianos del barrio, pero también clientes del resto de la ciudad e incluso de fuera, atraídos por sus cerveza bien tirada y su barra clásica


A pocos metros, el Amblas, en la calle Caspe, se prepara para celebrar su 50 aniversario el próximo julio y certifica el creciente interés de los jóvenes por bares como el suyo. Ana Blasco está al frente del Amblas, que abrió su padre y que vino a sustituir como negocio familiar a una bodega de vinos en la avenida de Madrid. Tan familiar es la propiedad como la forma de tratar a los clientes, muchos de ellos viejos amigos, aunque "desde hace un tiempo los sábados se llena el bar y no conozco a nadie", cuenta Ana, ilustrando así un fenómeno aún tímido, aunque real, con defensores muy activos. El vermú de toda la vida en locales de toda la vida rejuvenece.

"Por aquí los fines de semana viene mucha juventud", abunda Manuel Frago, que lleva desde el 94 tras la barra del bar Fausto, cuando tomó el testigo de sus fundadores (abrió en 1956). Los fines de semana, el local de la calle Jesús se abarrota de clientes habituales (casi todos del barrio o que han vivido en el barrio)a los que ahora se añade mucha gente joven, atraída por sus estratosféricas anchoas, sus calamares recién hechos o la croqueta de vinagrillos (ideada por la mujer de Manuel y cocinera del bar, Encarna Cires, que mezcla bechamel y trocitos de oliva y piparra).

No hay que olvidar como gancho juvenil los precios, muy competitivos. "Aquí por ocho euros te puedes tomar un buen aperitivo", dice Manuel Frago.


Ana Blasco pone sobre la mesa una paradoja: "Estos bares son ahora más apreciados por los jóvenes que por los mayores. Hay gente de 50 que los ve cutres y, sin embargo, a los treintañeros les encanta. Quizá porque no lo han conocido, porque a ellos les resulta algo diferente...". Para ella, es muy motivador que nuevas generaciones, con cierto nivel cultural o viajados aprecien su bar y el esfuerzo por mantenerlo. "Ha habido empeño en no mantener la esencia de nada, pero yo he sido machacona"."Los bares que nos gustan"

Raúl Posac es uno de esos jóvenes. Tanta es su pasión por este tipo de locales añejos que, junto a Víctor Montalbán, puso en marcha en julio pasado el blog ‘El guardabares’, que pretende ser una guía, pero sobre todo un archivo de estos rincones especiales. "Queremos, sobre todo, que la gente los conozca, que vaya, que aumente la clientela y que así no desaparezcan. Pero también dejar constancia de que existieron si alguna vez se cierran".


Raúl lo tiene claro:"Estos son los bares que nos gustan, porque nos gusta el hostelero antiguo, tiene historias, son profesionales cuya vida está ligada al bar". "Ytambién nos gustan visualmente", añade. "Nos encantan los sifones y, sobre todo, las neveras antiguas". Posac tampoco olvida la oferta gastronómica: "Suelen dar muy buen producto y a precios razonables".

El porqué Casa Agustín, el Fausto, el Amblas y tantos otros han sobrevivido impertérritos –en una ciudad que laminó en su día magníficos locales como las cafeterías Las Vegas, Ceres o Imperia– y se resistieron a reformar en los ‘modernos’ 90 pertenece al terreno de la casuística. Pero todos lo tienen claro:fue un acierto. En el caso de Ana Blasco, la clave fue la sugerencia de un gran amigo. "Cuando me hice cargo del bar, hace 11 años, mi primer impulso fue reformarlo completamente, lo veía todo obsoleto. Pero un amigo me dijo:“Ana, si funciona, cómo lo vas a renovar, perderá el encanto”. Me acuerdo de sus palabras muchas veces, porque ahora su aspecto es uno de los activos". En Casa Agustín no solo tampoco piensan en la renovación, sino, incluso, en lo contrario, devolverlo aún más a su aspecto original, cambiando la barra de acero inoxidable por la original, que está debajo. El signo de los tiempos apunta al pasado.Factor sentimental

El factor sentimentaljuega asimismo muy a favor del mantenimiento de estos locales que, lejos de suponer un ahorro, se convierte en un gasto extra. Pero la apuesta personal por un modo de vida que se lleva en la sangre puede con todo. Ana Blasco: "Este verano se nos rompió el motor de la nevera antigua que tenemos. La cervecera que nos sirve nos ofreció una gratis, pero yo pensé que debía arreglarla. Supuso un gasto grande comprar un nuevo motor, pero este bar es, sobre todo, esa nevera". En ella se enfría su vermú a granel, traído de Reus y macerado en unas pipas elípticas únicas de roble americano de incalculable valor que se guardan con celo en la trastienda.

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