Zaragoza no cierra por vacaciones

La capital aragonesa resurge en el fin de semana con la visita de los viajeros de paso que llegan desde Pamplona y aprovechan para disfrutar las ofertas culturales y de ocio que animan los barrios de la ciudad 

En la foto posan con el pañuelo de San Fermín: Eunie Crane (Corea) y su marido Mathew Crane (EE. UU.), en el centro, y dos amigos, Joshi Sikha (India), a la derecha, y Yuichiro Yanagawa (Japón), a la izquierda.
Zaragoza no cierra por vacaciones
Aranzazú Navarro

Un signo inequívoco de la llegada del verano, además del incesante calor que este julio se ha hecho de rogar gracias al cierzo, es la cantidad de aparcamientos vacíos que hay en la calle. Los zaragozanos aprovechan estos días para tomarse sus vacaciones y escapar del asfalto. No obstante, y en su lugar, los que se quedan disfrutan de las variadas actividades culturales y de ocio que guarda la ciudad y se confunden con los visitantes, muchos de ellos de paso entre la fiesta de San Fermín en Pamplona o la de la Vaquilla en Teruel y sus hogares.


Un domingo como el de ayer eran varios los frentes a los que los viandantes podían acercarse: desde el último Mercadillo de Las Armas, que volverá en septiembre, hasta los viajes por el cauce del río Ebro. Siempre previo o posterior paso por la plaza del Pilar, destino inexcusable y casi inevitable de la jornada dominical zaragozana.Ciudad de paso y parón obligado

«No habíamos estado y nos ha sorprendido mucho», relataba ayer Rodrigo Guimerá, un pamplonica afincado en Castellón que regresaba de los sanfermines. Desde una de las terrazas con vistas al Pilar, Rodrigo, junto a Cristian Engl, de Múnich (Alemania), Fernando Álvarez, de Cartagena de Indias (Colombia), y el francés Michel Mourat, apuraba las últimas horas de ayer antes de volver a la carretera rumbo a Barcelona. 


«Son como cinco horas de viaje y Zaragoza es la parada perfecta para comer, descansar un poco y seguir», aseguraba el grupo de amigos, todavía vestidos de riguroso blanco y con el distintivo pañuelo rojo atado al cuello.


«Al llegar nos parecía una ciudad muy industrial, pero tiene edificios muy bonitos y antiguos y zonas muy amplias, como la de este palacio», explicaba Eunie Crane, una joven estudiante coreana con residencia en Barcelona, al referiste a la basílica del Pilar. Junto a su marido, un estadounidense llamado Mathew Crane, y dos amigos, Joshi Sikha (India) y Yuichiro Yanagawa (Japón), también había parado en Zaragoza para comer. «Muy bonito, muy bonito», exclamaban todos, a pesar de que todavía no habían entrado en el templo mariano; la guinda del pastel.Un destino para desconectar

No muy lejos podían vislumbrarse más pañoletas rojas, que resaltaban atadas a muñecas, cuellos, cinturas o mochilas de otros visitantes. Algunos, sobre todo zaragozanos y recién llegados del mismo Teruel (donde ayer se celebró la puesta del pañuelo al Torico), todavía portaban su distintivo verde, que esta vez resaltaba sobre el morado del color vino que habían adoptado sus vestimentas tras una larga noche en la ciudad de los amantes.


Aunque no todo eran fiesteros. Desde la oficina de Turismo de la plaza del Pilar advirtieron de que muchos de sus usuarios eran los propios vecinos de Pamplona y algunos de Teruel, que aprovechaban sus días de libranza para hacer turismo por una Zaragoza que se resiste al éxodo veraniego. El objetivo: desconectar en la ciudad del viento, por el cierzo, y del sol, el que los turistas no encuentran en sus lugares de origen. 


«Este fin de semana se ha notado mucho más que son fiestas en Pamplona y Teruel», afirmaba Victoria Martínez, que regenta una tienda de recuerdos frente al Pilar. Bastante más gente, aunque el gasto no se multiplica: «Aquí en la tienda se habrán dejado unos 7 u 8 euros por cabeza, lo normal».


 Quizá los más beneficiados por los  turistas de paso fueron los bares y restaurantes, que desde por la mañana y hasta más de media tarde estuvieron bastante animados.Actividades para disfrutar

Más allá del movimiento turístico, Zaragoza también resurgió ayer de la mano de las varias actividades culturales que se proponían en diferentes puntos de la ciudad.


Ahora que lo ‘vintage’ está de moda, que lo ‘hipster’ ha tomado relevancia, que todo tiene un adjetivo y surgen decenas de nuevos apelativos para cosas que, en ocasiones, ya existían, el Mercado de Las Armas se revela para alzarse entre tanto lío de tendencias como una muestra en la que conocer y ser conocido. Ayer celebraba su última cita antes de tomar un descanso y volver en septiembre –como cada mes, el segundo domingo, y fueron cientos los que se acercaron a conocer a los diferentes puestos que se dieron cita en la plaza de la calle que da nombre a la muestra. Desde maestros impresores, a pintores, diseñadores, músicos o fabricantes de bicicletas de bambú o amantes de las mascotas.


Otra plaza, la de San Bruno, volvió a acoger el mercadillo de antigüedades y artesanía que celebra cada domingo. Además, quienes se acercaran al río Ebro pudieron montarse en el barco Félix de Azara, que lleva a sus viajeros hasta el recinto Expo, donde las visitas a la escultura Splash de la Torre del Agua están agotadas hasta septiembre.