Pasadizos, búnkers (y termitas)

La que fue la casa del director de La Azucarera ultima otra fase de reformas en la que ha aparecido, incluso, un refugio de la Guerra Civil.

Durante décadas, cientos de trenes cargados con remolacha llegaban a la Estación del Norte y seguían hasta la Azucarera. Naves y campos llenaban un espacio que, en los últimos años, ha sido pasto de la fiebre constructora de esta zona del Arrabal y en el que, sin embargo, se mantiene en pie un pequeño chalé que desafía el perfil de los grandes bloques de viviendas. La Casa del Director de la Azucarera (o la del ingeniero jefe de la fábrica, como a otros les gusta precisar) ha sobrevivido a los planes urbanísticos con un puñado de historias que contar bien enterradas.


Algunas de ellas, ahora al descubierto, revelan mucho sobre sus moradores, como el búnker que se hicieron construir en el sótano durante la Guerra Civil para sobrevivir en caso de ataque. El pequeño refugio, que tiene una salida a la calle (cerca de Marqués de la Cadena), aún conserva las estanterías de madera que se colocaron para guardar provisiones.


De otros descubrimientos, como el pasadizo que conectaba el chalé con la fábrica azucarera, queda ya poco más que el recuerdo. El pasillo subterráneo tuvo que sacrificarse para construir los garajes de los nuevos edificios de viviendas, aunque un pequeño tramo todavía es visible desde el edificio de La Azucarera.


Aunque la casa está catalogada como Bien de Interés Arquitectónico desde 1999 (sobre todo por su típica fachada del estilo industrial de principios del siglo XX) fue en el año 2011 cuando, por fin, se decidió dar un empujón a la rehabilitación. No obstante, las cosas de palacio van despacio, y no ha sido hasta este último año cuando los 24 chavales del aula taller de La Azucarera han comenzado con los trabajos estructurales y de cimentación que, además, están a punto de concluir. La obra está cofinanciada por el INAEM y el Fondo Social Europeo y en total está previsto invertir 1.300.000 euros.


Luis Benedicto es el director de los trabajos y asegura que la reforma se ha convertido en una auténtica lección magistral para los 24 jóvenes, menores de 25 años, que se están especializando en albañilería, carpintería, fontanería y electricidad. Estos meses no solo se han encontrado sorpresas como la aparición del búnker, sino que han tenido que vérselas con las termitas, que habían destruido buena parte de los ventanales de madera; con grietas (en el arco principal de la vivienda ha tenido que habilitarse un andamio) o con problemas de asentamiento, ya que descubrieron que el relleno del suelo era de muy mala calidad. Como además las máquinas no caben en la casa, los chavales han tenido que picar todo para rellenarlo, y también ha sido necesario crear unas estructuras a medida para afianzar los pilares de madera originales.


«Los forjados se han hecho de madera, de hormigón y de chapa, para que aprendan todas las técnicas, y se están tocando todos los materiales y opciones posibles. Estos chavales salen tan bien preparados que sabrían hacer cualquier trabajo de su sector por fino que fuese», asegura Benedicto. «La construcción está en horas bajas debido a la crisis; pero la rehabilitación no, y se necesita mano de obra muy cualificada como la que se está formando aquí», añade.


No solo el tiempo ha hecho de las suyas. La Azucarera cerró en los años 70 y también ha sufrido algún expolio. El chalé tiene 4 plantas (sótano, planta baja, primer piso y buhardilla) y se amplió con los años con dos alas: en una se colocó una cocina y, en la otra, otra estancia con cuarto de baño. Cuando se hizo el plan de reforma aún estaba la barandilla de madera de la escalera que, solo un poco después, había desaparecido. Los escalones se mantienen ahora tapados, ya que forman parte del carácter de la casa.


Sin duda, otra de las joyas del chalé es el sótano, en el que se ha trabajado para dejar a la vista varios trozos con piedra de río, que muestran perfectamente el subsuelo de la zona. Desde allí salía el pasillo subterráneo y se accedía también al refugio.


Lo que sigue siendo una incógnita es el uso que se le dará en el futuro. Alfonso Gómez, gerente de Zaragoza Dinámica (el organismo del que dependen las aulas taller) explica que su competencia es dejar el lugar listo para convertirse en una oficina de casi cualquier tipo. De hecho, los chavales están habilitando un hueco de ascensor y dos aseos aptos para discapacitados.