«Mi expareja secuestró a mi hija y la tiene en Argel»

Agustina D. vio por última vez a su pequeña de 10 años hace 20 meses. El padre de la niña, con el que ella mantenía una relación «repleta de altibajos»,
se la llevo a su país natal sin su consentimiento.

Llevo 20 meses sin ver a mi hija Amira de diez años, mi expareja la secuestró, la sacó del país con un pasaporte falso y la tiene retenida en un barrio rural de Argel. Sobre él pesa una orden de detención internacional, pero la Justicia avanza despacio y temo que la pequeña apenas tenga ropa ni alimento que llevarse a la boca». Este es el grito de socorro de Agustina D., una ciudadana búlgara que reside desde hace 12 años en Zaragoza. Su «calvario» comenzó en agosto del 2012, cuando L. C., con el que había mantenido una relación de nueve años «difícil y repleta de altibajos», desapareció junto a la menor.


No era la primera vez que actuaba de este modo. En 2010, la retuvo durante cuatro meses, pero Agustina decidió darle una segunda oportunidad «por pena», un hecho que ahora califica como «el peor error» de su vida. La reconciliación apenas duró medio año, y ella, «incapaz de seguir aguantando», decidió irse de casa con Amira «para dejar de vivir con miedo». Los tribunales le concedieron la custodia de la niña, aunque el padre tenía derecho a visitarla a través del Punto de Encuentro Familiar, en la calle de Blasón Aragonés. «En una de esas visitas –relata Agustina– viajó con Amira a Alicante para coger un ferry y llevársela». «Según me dijo la Policía, tuvo que usar el pasaporte de la hija de un amigo porque la sentencia de separación decía que no podría salir del territorio sin una autorización del juzgado», añade.


Entre mayo y septiembre de 2013 pudo hablar con ambos por teléfono, pero su expareja «interrumpió el contacto cuando el gobierno argelino solicitó más información para iniciar la homologación de la sentencia de separación en el territorio». «Traté de convencerle de que lo que hacía no estaba bien, sabía que lo estoy pasando mal. Me confesó que quería vengarse de mí y que no volveríamos a hablar hasta que le devolviese todo lo que había perdido a raíz de la ruptura», explica.

La Interpol ha intervenido

A sus diez años, Amira «se da cuenta de todo y quiere volver a casa, pero su padre la tiene retenida a la fuerza». «Es muy lista, cuando la llamaba no paraba de decirme que me echaba de menos. También me contaba dónde estaban en cada momento y qué hacían», admite la madre. La Interpol ha ido a buscarla «en dos ocasiones», pero L. C. «cambió de barrio para despistar a los agentes». Agustina llegó a plantearse viajar hasta Argel para recuperarla, pero desechó la idea porque «no podría sacarla y solo complicaría las cosas», ya que su expareja «podría esconder a la niña». «Quiero que él pague por todo lo que me ha hecho, pero lo primero es recuperar a mi pequeña. La está usando para hacerme daño», manifiesta.


En este tiempo, Agustina ha intentado «por todos los medios» que los tribunales diesen prioridad a su expediente para acelerar su tramitación. Ella está en paro y no puede permitirse un abogado. Por suerte, una letrada de oficio oyó su caso, que comenzó como una falta por incumplimiento de las obligaciones familiares, y se ofreció a defenderla. No obstante, Agustina cree que ha tardado mucho tiempo en redactar una carta rogatoria, el documento que les permitirá homologar la sentencia que fija que la custodia es «exclusivamente» suya. La mujer dice estar decepcionada por la lentitud del proceso, dado que a simple vista, «parecía fácil de resolver».


La abogada, por su parte, opina que «no habrá más información hasta que detengan a L. C.». «La niña no tiene la nacionalidad española y, como Argelia ha suscrito el convenio de la Haya, todo son complicaciones», admite.Su intención es que «el proceso termine cuanto antes». Reconoce, no obstante, que «hay más cosas en contra que a favor». «Quieren enjuiciarlo en Argel, pero nosotros lucharemos porque el proceso se celebre en España», añade.Asimismo, confirma que las conversaciones entre Amira y su madre no fueron del todo fructíferas. «Tratamos de que nos diera pistas de dónde estaba con juegos y mensajes en clave, pero solo le dejaban decir dos o tres palabras», señala.