Zaragoza

El armario de los 'sin techo'

El centro de día y consigna para personas sin hogar del barrio de San Pablo es el único de toda Zaragoza. En él se atiende a más de 80 personas al día.

El centro de la calle San Blas
El centro de la calle San Blas

El barrio de San Pablo, más conocido como 'El Gancho', es uno de los que reúne un mayor número de iniciativas para luchar contra la precariedad. Un centro social, una casa de duchas y otras alternativas públicas y privadas que desde hace más de una década ayudan a los más desfavorecidos. Un clima de solidaridad, al que hace un año se sumó una de las propuestas más sencillas y eficientes que hay en Zaragoza. Un pequeño local de poco más de 100 metros cuadrados que en su planta baja guarda apiladas las pertenencias y parte de los sueños de un gran número de personas sin hogar.


"Nos dimos cuenta de que las personas sin hogar de Zaragoza iban y venían por los distintos centros sociales de la ciudad cargados con todos sus enseres. No tenían un sitio donde guardarlos. Así que nos decidimos a crear un espacio muy sencillo que simplemente les proporcionara algo de comodidad y desahogo". Así narra el momento de la ideación del proyecto el padre Ignacio Cendoya, que a sus 80 años ha sido el impulsor de esta idea pionera en Zaragoza.


Ahora acuden a este centro cerca de 90 personas diariamente, todas ellas sin hogar, encontrando un sitio donde guardar sus escasas pertenencias y algo con lo que llenar el estómago, ya que también se ofrece desayuno y merienda. "Intentamos complementar la labor que se hace en otros centros y comedores sociales", cuenta Bondad Pardo, asistenta social que coordina a los 15 voluntarios que colaboran activamente con el centro.

Los nuevos 'sin techo'

Aziz es argelino, y hasta hace poco más de un año contaba con trabajo. "Estuve instalando las catenarias de la estación del Portillo", relata, "hasta que tuve un accidente laboral que me apartó de la profesión". Ahora, después de recibir un par de reveses más, vive en la ribera del río y acude frecuentemente al centro asistencial de San Blas.


"Prácticamente la mitad de las personas que atendemos proviene del norte de África y ha trabajado hace relativamente poco", comenta Bondad, que explica que el perfil de la persona sin hogar mayor y con algún tipo de problema de adicción ha dejado paso al de jóvenes muy aptos para el trabajo a los que la crisis ha abocado a la calle.


Y es que Aragón ha visto como en los últimos años el índice de personas sin hogar se doblaba hasta llegar a las más de 900 a las que distintas instituciones atendieron el año pasado. Un incremento que también ha tocado a los españoles.


"Cada vez viene más gente de aquí", afirma la asistenta, que se encarga también de controlar que todas las personas atendidas no reciban ingresos y estén viviendo en la calle. "Les pedimos un certificado de que no reciben ingresos, e intentamos realizar también un trabajo asistencial para que se vuelvan a acercar al mercado laboral, porque sino estas personas corren riesgo de caer en un círculo de subsistencia del que es muy difícil salir".


"Son gente que no aparenta vivir en la calle, que viste y aparenta como cualquier otro, y muchos de ellos tienen una inteligencia que acrecenta el drama al saber como viven", dice el padre Cendoya, que reclama que iniciativas como esta, movida únicamente por voluntad y solidaridad, deberían tener un mayor peso en la sociedad.

Sin subvenciones y apretados

A las personas asistidas que llegan nuevas al centro les cuesta tiempo encontrar un hueco donde dejar sus pertenencias entre las 90 plazas disponibles que tiene el local. "Intentamos coordinar todo bien, pero cada vez atendemos a más personas y el local se nos está quedando pequeño".


"Lo ideal sería abrir más centros de este tipo", comenta el padre Cendoya, "aunque claro, no hay dinero". Y es que el centro ha subsistido desde su fundación casi al mismo nivel que el de las personas que recibe. Tan solo la ayuda de la Obra Social de la CAI, y la cesión del local por parte de las Conferencias de San Vicente de Paúl han subvencionado un proyecto cuyos gastos corrientes corre al cargo de la junta de voluntarios, que pone un pequeño bote para cubrir la luz y el agua.


Por el momento, el centro no ha recibido ninguna ayuda ni por parte de la DGA ni por parte del Ayuntamiento, algo que les haría "ir un poco más desahogados", sin depender tanto de la cesión de comida por parte del Banco de Alimentos, y pondría en el horizonte del proyecto abrir otro local con la misma función.


"Cada día viene gente nueva, y nosotros no vamos a dejar de atenderlos, pero es necesario que se cree una conciencia social que permita que iniciativas de este tipo reciban más ayudas, ya sea por parte de particulares, o de las instituciones", sentencia Bondad.