Opinión

Recovecos olímpicos

Confío en que sólo sea la ignorancia la que guía a nuestros gestores cuando se adentran en el complejo entramado de las instalaciones y los grandes acontecimientos deportivos. Oír hablar de la reforma de La Romareda y de su inversión -¡25 millones de euros!- provoca desconcierto; y más aún escuchar a quien asume cierta responsabilidad política la posibilidad de que la candidatura olímpica de Madrid aporte algún dinero –más allá del que exige lavar y pintar el estadio- a su remodelación.


La candidatura de Madrid solicitó la colaboración de Zaragoza por la única razón de que tenía un campo ya hecho, de acuerdo con la política de la propuesta madrileña de presentarse con la mayor parte de las instalaciones ya construidas. Que es su punto fuerte, de lo que presume. No se le pasaba por la cabeza invertir en el estadio –como ha quedado de manifiesto-, a pesar de que fue advertida de las condiciones en las que se encontraba el campo. Incorporar a La Romareda a un proyecto olímpico es garantizar su nula viabilidad.


Porque, al contrario de lo que manifiesta el alcalde, es absurdo pensar que Madrid 2020 pueda lograr la nominación definitiva sin ni siquiera ofrecer el proyecto de una de sus sedes. El COI no puede decidir sobre la propuesta si no conoce con detalle los entresijos de una de las sedes previstas para los partidos de fútbol. Como es natural.


Resulta extraño, por tanto, escuchar el discurso del alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, cuando asegura que no habrá decisión sobre el estadio de La Romareda “hasta que Madrid no sea elegida ciudad olímpica”. Sencillamente porque el futuro de la capital de España está unido a la oferta que ha presentado ante el Comité Olímpico Internacional; y Madrid ofrece la actual Romareda. No otra cosa. Y sobre ello resuelven los miembros del Comité.


Una muestra más de la enorme distancia que existe entre la política y el deporte. Otra más…