LA OFRENDA DE FLORES
La tradición tuvo un comienzo
Creen algunos autores que, tal vez, los antecedentes de la Ofrenda de Flores a la Virgen del Pilar hubiese que buscarlos en los años 40 del siglo XX, cuando el Camarín de la Virgen, en la Santa Capilla del templo, se adornaba y perfumaba con claveles, rosas, nardos y otras flores durante los días de las Fiestas del Pilar.
Lo que resulta seguro es que, con independencia de esta incierta referencia cronológica,
nunca han faltado las flores en el Camarín, fruto de las donaciones de gentes de la
ciudad y de los envíos que, desde España o desde Iberoamérica, han hecho siempre
lucir a Santa María del Pilar con un adorno incomparable. Ningún día del año sin flores
y, menos aún en los aniversarios de la Venida -2 de enero-, de la coronación canónica
-20 de mayo- y en el día del Pilar -12 de octubre-, en los que, además, la
Virgen se muestra sin manto, dejando ver la guarnición de plata labrada que cubre la
Columna, circunstancia esta que se repite en los días 2, 12 y 20 de cada mes.
También se sabe que cuando Casimiro Morcillo llegó a Zaragoza, como nuevo arzobispo,
en el año1955, planteó la posibilidad de que los fieles ofreciesen flores a la
Virgen del Pilar, al igual que se hacía con las velas, adquiriendo los ramilletes a la entrada
al templo y depositándolos en un soporte a propósito para exhibir los homenajes
florales.
Hay quien retrasa más la fecha, hasta los inicios del siglo XX, momento en el que
estos actos rituales surgirían como imitación de algunos desfiles procesionales religiosos
antiguos, en respuesta a la progresiva pérdida de importancia de los actos religiosos
públicos, no siendo fruto del fervor popular, sino de la iniciativa de algunas familias zaragozanas
acomodadas.
Sea como fuere, las ofrendas de flores a la Virgen del Pilar se han llevado a cabo
de modo habitual desde que hay memoria, como manifestaciones de la devoción personal
o colectiva, y al igual que los presentes de velas, mantos, joyas o dinero, podían,
y pueden hoy, hacerse de forma privada o pública. Al llevarse a cabo públicamente, el
oferente había de decir unas palabras ante la Virgen, a las que respondía un sacerdote,
destacando así la importancia y el simbolismo del acto de la ofrenda devocional en
sí. La flor como elemento iconográfico tiene, por lo demás y desde antaño, un relevante
papel en las representaciones marianas y no es extraño verla en representaciones
asociadas a las Fiestas del Pilar zaragozanas, incluso antes de que la Ofrenda pública
y multitudinaria existiese como tal.La Ofrenda de Frutos
Los años 40 del siglo XX no son «tiempos propicios a la alegría desmesurada
de antaño». La dura posguerra planea sobre unas fiestas cuyo marcado carácter
religioso será, dadas las circunstancias, entendido como signo propio del nuevo régimen.
Las exaltaciones patrióticas del folclore en el Teatro Principal, los bailes de gala
de las familias distinguidas en el gran salón renacentista de la Lonja y las solemnes celebraciones
religiosas son el caldo de cultivo en el que se gesta una de las primeras manifestaciones
devocionales, a la par que festivas, presentada bajo la forma de ofrenda
religiosa.
Calificada en su momento como acto de «expresión de la devoción filial de
las mujeres aragonesas a la Santísima Virgen del Pilar», en 1949 tiene lugar la primera
Ofrenda de Frutos, a la que se esperaba que acudiesen el mayor número posible de
"damas y señoritas zaragozanas". Se desarrolló el nuevo acto, llamado a ser en adelante
"permanente en nuestro programa festero", con especial relieve, haciendo ofrenda
la reina de las fiestas, María del Carmen García-Belenguer y Valdés, de frutos de la tierra
a la Virgen, como homenaje devoto de las aragonesas a "nuestra celestial protectora". La joven leyó a los pies de la Virgen una sentida ofrenda, original del canónigo
Vicente Tena, a la que contestó el vicario general y deán del Cabildo, Hernán Cortés.
Entregó además la reina un «importante» donativo para contribuir a las obras del templo
del Pilar.
En el pregón de fiestas de aquel año, de Mariano Berdejo Casañal, se decía que la
Virgen había posado sus divinas plantas en Aragón, tierra "acaso con más frutos que
flores". Pese a todo, cuando en el verano de 1958 comience a anunciarse la nueva
Ofrenda de Flores, la prensa hará alusión a la escasa trascendencia popular que venía
teniendo la de frutos.Las flores y el traje regional
Algunas notas curiosas hablan de intentos de potenciar el traje regional, años antes
de este 1949. Así, cuando en 1938 "numerosas mujeres realzaron su belleza vistiendo
el traje regional, tan vistoso, para concurrir a los cultos del día, para el paseo y
para asistir a los espectáculos"; o cuando, en el mismo año, "numerosas postulantes de
Auxilio Social" -el organismo falangista que se encargaba de la asistencia a los menesterosos-
"lucieron el atuendo baturro con garbo y salero". Al parecer, la "innovación" causó el mejor efecto entre el público.
Con estos precedentes comenzarían a asentarse, en cierto modo, los dos pilares
básicos para la posterior concepción de la Ofrenda: las flores y el traje regional, rasgos
que se irían reafirmando durante los años 50. La Gala de Exaltación del Traje Regional,
para presentar además a la reina de las fiestas y elegir a la del año siguiente, se convertirá,
durante estos años, en el prólogo más importante de las celebraciones, cambiando
con el tiempo el escenario de la Lonja por el de la nueva Feria Nacional de
Muestras y, posteriormente, por el del Centro Mercantil y Agrícola (el Casino Mercantil), dotados ambos de escenarios.Por unas fiestas más populares
La década de los 50 marcará el inicio de la recuperación de la calle para
las fiestas. Los tiempos cambian y las celebraciones se les acompasan, saliendo de los
salones cerrados. Calles y plazas serán el nuevo escenario de los conciertos, del teatro,
del circo y de los espectáculos de los feriantes, así como de los tradicionales gigantes
y cabezudos. El espacio informativo dedicado a la fiesta en la calle crece, atestiguando
el cambio necesario de las costumbres festivas.
Una crónica de HERALDO, del 12
de octubre de 1954, dedicada a los "humildes protagonistas" de las fiestas, comienza
así: "La ciudad está en fiesta. El regocijo popular busca en calles y plazas escenario
propicio. Los festejos se suceden con celeridad: fuegos de artificio, pasacalles, gigantes
y cabezudos, concursos, rondallas, toros, fútbol, carreras, retreta militar
Rosario,
Salve, Misa de Pontifical, procesión
Propios y forasteros vivimos unas horas vertiginosas.
Contagiosa alegría de la ciudad en fiestas".
Y todo ello, como queda escrito, manteniendo de forma paralela el tradicional fervor
religioso. De hecho, en la segunda mitad de la década, especialmente a raíz de la
celebración del Congreso Mariano de 1954, irán destacándose algunos precedentes inmediatos
de la Ofrenda de Flores, además de continuar la de frutos su consolidación.
Con motivo del cincuentenario de la Coronación Canónica de la Virgen del Pilar por
Pío X en 1905, el 20 de mayo de 1955, se celebró un "grandioso" desfile de galeras engalanadas,
organizado por la Cámara Oficial Sindical Agraria, en el que los participantes
vestían el traje regional, ofrendando al término del mismo flores a la Virgen.
Así quedó
reflejado en la prensa: "Ante la venerada
imagen de nuestra excelsa Patrona desfilaron
cuantos portaban las flores, que depositaban
al pie del altar, y luego pasaron los grupos
folclóricos con sus guiones y enseñas. El
deán y vicario general don Hernán Cortés,
con gran elocuencia, puso de manifiesto la
importancia y la trascendencia del acto que
se celebraba, que constituía una plena y
grandiosa manifestación de fervor y devoción
por la Virgen del Pilar, sentido y emotivo
homenaje que unánimemente le tributaban
los labradores aragoneses".
El día del Pilar del mismo año se efectuó
una ofrenda de flores que los católicos
de México, nación que había recogido y
mantenido el espíritu de la devoción mariana, habían enviado a Zaragoza, ejerciendo de embajada mediadora el Ayuntamiento de Madrid. La ofrenda de rosas procedía del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe,
patrona del país, en el monte del Tepeyac, donde se sitúa la primera aparición
mariana en tierras mejicanas. La ofrenda se repitió en años sucesivos como muestra
de hermandad devocional con la nación mexicana.Y surgió la idea
El 28 de noviembre de 1957, Manuel Rodeles Giménez es nombrado concejal del
Ayuntamiento de Zaragoza y se encarga de la Comisión Permanente de Festejos. En este
decenio se producen algunos giros políticos y económicos en España. Desaparecen en
1951 las cartillas de racionamiento y una mínima holgura material, con cierto aire de
nuevos tiempos, anima a la gante común, y no sólo a las clases pudientes, a disponerse a
la fiesta cuando llega el momento, para disfrutar de unas celebraciones que, en buena
ley, deben ser generales, de todos y para todos.
Es un ambiente que gana terreno, lo que
se aprecia en las iniciativas que surgen tanto de la prensa y de la radio, como de las sucesivas
corporaciones municipales o del mismo arzobispado, como queda dicho.
Inspirándose en el modelo de la Ofrenda a la Virgen de los Desamparados de Valencia,
con el valimiento y consejo del catedrático y concejal Antonio Beltrán, casado
con una valenciana y habiendo vivido allí su juventud; con el apoyo del director de
Radio Zaragoza, Julián Muro, también vinculado familiarmente con la ciudad del Turia,
y de otros colaboradores como Emilio Larrodé, Manuel Rodeles comenzó la campaña
que, con el respaldo promocional y publicitario de HERALDO DE ARAGÓN
y de Radio Zaragoza, dio forma definitiva a la primera Ofrenda de Flores a la Virgen
del Pilar, que tendría lugar, con éxito notable, durante las fiestas del año1958.