LA IMAGEN

La Virgen más rezada

La Virgen del Pilar es la imagen que más rezos escucha en Aragón. La talla gótica, pese a haber sufrido mucho con los siglos, sigue siendo obra maestra de la imaginería española

La talla de la Virgen, tal cual se expone a la veneración de los fieles en su camarín. La restauración, a principios de los años 90, eliminó los problemas de conservación que sufría
La Virgen más rezada
CARLOS MONCÍN

La Virgen más rezada en Aragón, una de las más veneradas en todo el mundo, sorprende a muchos por sus reducidas dimensiones, apenas 36 centímetros de altura. Pero es una gran obra de arte. «Indudablemente, no se le ha valorado en lo que verdaderamente es -señala la historiadora del arte Carmen Lacarra-. Como objeto devocional sí ha sido valorada, es indudable que es única en el mundo; pero como obra de arte no cuenta con la consideración que debería. Es cierto que es una pieza que ha sufrido mucho por el humo de las velas, por los repintes, por pequeñas reparaciones antiguas que no fueron muy buenas... Pero es una obra maestra».


Sobre la talla, hasta tiempos bien recientes, se ignoraba casi todo. Han sido las investigaciones de Carmen Lacarra, y los estudios y análisis realizados para la restauración de la obra a principios de los 90, los que han arrojado mucha luz sobre ella. Lacarra fue la que avanzó que era obra de Juan de la Huerta, un escultor español que trabajó en la decoración de la capilla de los Corporales de Daroca, y que trabajó luego para el duque Felipe el Bueno en Dijon, y para el cardenal Jean Rolin en Autun y Vauñón.


«Era un gran escultor -apunta la historiadora del arte-, del que se conocen muchas obras, tanto en madera como en piedra, en Dijon. Como artista se formó en el taller de los duques de Borgoña, región del este de Francia donde se afincó, pero de la que sabemos que se ausentaba con frecuencia. Consta que no estuvo allí entre 1434 y 1443 y entre 1456 y 1460. Y en 1457 declaraba que mantenía hogar y residencia en Zaragoza».


La talla está realizada en madera de frutal, estucada y dorada, y en ella la Virgen está representada con un vestido de cuello alto abotonado, contemplando al Niño, que toma el borde del manto de su madre con la mano derecha, mientras que en la izquierda sostiene un pajarillo. Lacarra ha destacado que «los rasgos del rostro de la Virgen han sido labrados con suma delicadeza, mientras que el Niño, más gracioso que fino, pudiera ser el resultado de una restauración excesiva». La imagen, según los historiadores del arte, fue realizada en la primera mitad del siglo XV, más concretamente entre 1435 y 1438. Y es que en 1434 o 1435 se cree que se produjo un incendio en la capilla de la Virgen, y en él resultó destruida la imagen primitiva. Por ello hubo que encargar otra que la sustituyera -la que hoy conocemos-, y ese encargo parece que recayó en De la Huerta.


Aunque los cientos de fieles que todos los días acuden al Pilar no pueden acercarse a menos de unos metros de distancia de la Virgen, la escultura es sometida todos los días a un minucioso y amoroso escrutinio por parte de los capellanes que están a su servicio. Por eso, en 1990, cuando se desprendieron minúsculos fragmentos de la pintura que cubría originalmente la imagen, enseguida saltaron todas las alarmas.


El Cabildo decidió consultar al Instituto del Patrimonio Histórico Español, que analizó la situación de la pieza con las más modernas técnicas (se le hicieron varias radiografías), al tiempo que realizó un estudio de las condiciones de conservación. Las conclusiones fueron preocupantes, y se vio necesario emprender una restauración.


Se comprobó que los desprendimientos podían vincularse a la iluminación agresiva de la talla que se adoptó en los años 80 y que había secado la madera. Además, el color negro de la imagen se comprobó que procedía del humo de las velas y su efecto a lo largo de los siglos.


No eran estos los únicos problemas. Había agujeros de carcoma sellados con cera, señales y arañazos dejados por la corona cuando ésta se apoyaba directamente sobre la escultura, pérdida de las zonas doradas o encarnadas, la corona de la Virgen había perdido cuatro de sus siete remates...


Al final, se optó por la intervención más ligera: consolidar los restos de pintura que se estaban perdiendo, y mantener la pieza en el color que ha llegado a nuestros días. Aunque las modernas técnicas de restauración hubieran permitido eliminar la suciedad y dejar la imagen 'nueva', incluso reponiendo la pintura que originalmente se aplicó a la talla, se vio mucho más lógico y coherente intervenir lo menos posible y conservarla tal cual la conocemos. Y fue una decisión acertada.


Ni siquiera se trasladó la imagen a un taller de restauración, sino que se trabajó en ella 'in situ', en una dependencia habilitada a tal efecto en el propio Pilar, y adonde fue trasladada varias noches después de que el templo cerrara sus puertas.


Un examen minucioso revela que tanto los ropajes, como el calzado, los cabellos y la corona de la Virgen estuvieron originalmente dorados, igual que el cabello del Niño; mientras que a la carne se le dio su color.


Hoy solo se adivina esto en la mitad inferior de la escultura, ya que en la superior tiene un tono marrón oscuro casi uniforme, señal inequívoca de los miles de velas que se han encendido ante ella para solicitarle alguna gracia especial.