EL EXTERIOR

Un paseo por las nubes desde las cubiertas del Pilar

Las cubiertas del Pilar son únicas. Las tejas de gres, que sustituyeron a las antiguas en la última restauración, les dan un colorido especial, casi inalterable por la lluvia y el viento.

Las nuevas tejas, cuyo color va a permanecer sin cambios de tono durante décadas, uno de los aspectos más destacados del tejado de la basílica
Un paseo por las nubes desde las cubiertas del Pilar
CARLOS MONÍN

Subir a las cubiertas del Pilar es un privilegio reservado a unos pocos. Tan solo los operarios encargados del mantenimiento del sistema de iluminación recorren de cuando en cuando el laberinto de pasarelas, pasillos y escalas con el que se puede acceder prácticamente a cualquier lugar. Esa red de pasos es prácticamente inadvertida desde la plaza, pero permite recorrer los tejados y realizar en ellos cualquier reparación.


Hace unos años, los tejados del Pilar no tenían el menor atractivo. Estaban sucios, abundaban las tejas rotas o desplazadas y, en ocasiones, dejaban pasar la lluvia, con los consiguientes daños a las pinturas de cúpulas y bóvedas. Pero las obras de restauración que dirigió el arquitecto Teodoro Ríos acabaron por darles una apariencia renovada. La clave ha sido el material empleado en los trabajos: las tejas y los ladrillos. Con ellos, el sol arranca nuevas tonalidades en los tejados. «Salvo la cúpula central de la basílica -asegura Teodoro Ríos-, el resto de las cubiertas del edificio están restauradas». Son, en total, más de 6.000 metros cuadrados, por los que se puede caminar con seguridad.


Las tejas de colores empleadas en las cúpulas y cupulines son de gres sin vidriar, y están cocidas a la misma temperatura (1.300 grados centígrados) que las placas de cerámica que cubren muchos ingenios espaciales. Son, por tanto, muy resistentes.


Aguantan el peso de una persona sin romperse, y tienen una dureza de grado 6 en la escala de Mohs, en la que el diamante tiene 9, por lo que es muy difícil rayarlas o erosionarlas.


En total, la fábrica Gres de Aragón de Alcañiz fabricó casi 140.000 unidades: 125.290 fueron sin color especial; y 12.156 se elaboraron en los cuatro colores que engalanan las cúpulas: verde, blanco, amarillo y azul. Cada una de ellas está clavada a la siguiente, por lo que es prácticamente inamovible por el viento. Hoy, cinco años después de que empezaran a instalarse, están como recién salidas de la fábrica, y solo hace falta un poco de lluvia para dejarlas prácticamente inmaculadas.


Otro elemento fundamental en la nueva apariencia del exterior del templo ha sido el ladrillo empleado para sustituir las piezas deterioradas. Las fachadas y las torres se limpiaron utilizando polvo de vidrio a presión moderada. Eso 'aclaró' notablemente el conjunto. Luego, allí donde resultó necesario reponer ladrillos estropeados, se empleó un tipo especial, fabricado con métodos artesanales en Sariñena, que mantenía el tono uniforme del conjunto. Ahora el exterior del Pilar, y especialmente el tejado de las cúpulas, tiene una prestancia especial y, según la claridad o el momento del día, cambia notablemente de apariencia.


De noche, también. El nuevo sistema de iluminación, más tenue que el anterior, costó más de un millón de euros y ofrece un aspecto más 'matizado' del edificio. La iluminación pasó con nota alta los eventos de la Expo y todos los que han venido después, como por ejemplo la reciente Vigilia Mariana, en cuya homilía destacó sobremanera la iluminación del relieve de Pablo Serrano en la fachada principal. Aunque todavía quedan algunos elementos y torres por restaurar, el exterior de la basílica ofrece hoy mucho mejor aspecto que el de años atrás.