JUEGO

Asociación Azajer: la mala suerte de ganar

Los problemas económicos de Azajer han puesto de relieve la labor_de esta asociación de rehabilitación, que es un centro de referencia único en Aragón.

Uno de los grupos de terapia que se reúnen en las instalaciones de Azajer en Zaragoza.
Asociación Azajer: la mala suerte de ganar
OLIVER DUCH

No hay muchas cosas en una sala de terapia. Básicamente, una mesa grande y sillas de plástico. Alrededor se sientan más de una docena de personas dispuestas, con mucho esfuerzo, a hablar de sí mismas. Casi todas son historias duras, llenas de dolor contenido y llenas de silencios. Solo un detalle en el centro de la mesa da una idea de la sentimientos que allí se remueven: una caja de pañuelos de papel.

Antes de sentarse, todos han tenido que saltar. Un salto difícil que va desde el abismo de la dependencia de una adicción al reconocimiento de que tienen una enfermedad y de que necesitan ayuda. En el centro de la Asociación Aragonesa de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Azajer) en Zaragoza se reúnen sobre todo ludópatas, pero la mayoría tienen otras adicciones como el alcoholismo o las drogas. "Uno puede rehabilitarse pero será siempre un ludópata y eso hay que reconocerlo", dice la presidenta, Esther Aguado.

María Teresa Gonzalo, médica que trabaja de forma voluntaria en la asociación, destaca que son muy pocos los que llegan con una única adicción, al contrario de lo que ocurría hace años. Gonzalo recalca que lo que allí se hace es ir al origen de la enfermedad. Los síntomas pueden ser diferentes pero se trata de personalidades "deficitarias, que no comparten nada ni piden ayuda" y que buscan vías de escape de la vida que llevan.

Problemas en común

A pesar de sus problemas económicos, Azajer atiende en la actualidad a unas 300 personas en diversos grupos divididos por edades. El objetivo es que quienes se sientan alrededor de las mesas tengan problemas en común. Y no solo son los enfermos quienes asisten a terapia, también los familiares, cuyo papel es fundamental en este proceso. Unos y otros nunca se juntan en la terapias. Solo en la primera entrevista, la de acogida, el enfermo está acompañado de un familiar. "No dejamos que sean los familiares quienes lleven la voz cantante", avisa Gonzalo. "Hay quien se levanta y se va", admite. Pero, si decide continuar, el programa de rehabilitación dura dos años, con dos sesiones a la semana y un seguimiento final.

En los grupos nacen buenas amistades. Felipe, de 28 años, dice que eso es normal si se tiene en cuenta que todos conocen la vida de todos. La vida real, sin medias verdades. Felipe llegó de niño a Zaragoza y en el colegio los compañeros le "chinchaban". Con 18 años empezó a beber y a drogarse. "Tú vida no es la que pensabas", dice.

Él conoce cómo trabajan otros centros y asegura que el modelo de Azajer es el mejor, porque está orientado a llegar al origen del problema. Felipe fue de los que dejó el programa durante dos meses porque pensó que ya no le hacía falta y recayó. Dice que siempre le ha costado hablar y relacionarse pero ahora hasta eso ha cambiado.

Una de las partes más duras de la terapia es el control del gasto. No llevan dinero encima y eso les obliga, por ejemplo, a tener que pedir a alguien que les acompañe para echar gasolina y así sea el otro quien pague y luego arregle cuentas con la familia. "No son fáciles las normas", reconoce Felipe. Las mentiras, las 'películas' que se montan, acompañan todas las historias. Muchos han gastado mucho dinero en el juego. "Pufo" es una de las palabras que más se oye en un grupo de terapia. "Al final hubiera sido peor que me tocara la Primitiva", dice alguno de ellos.

Raúl, de 35 años, mantiene el tipo a duras penas mientras cuenta su historia. Lleva tres meses en el programa, tras salir de la cárcel por haber cometido un atraco, algo que jamás podría haber imaginado. Le internaron en un módulo de droga, pero él no tenía nada que ver con eso. Su problema era el juego. Había trabajado en una panadería, montó una empresa... las cosas no fueron bien. "Conseguí un piso de protección oficial en Valdespartera pero me lo jugué", admite. "Sé que algo está cambiando", dice. Ahora tiene un nuevo trabajo y puede soñar de otra manera.