PUENTE DE PIEDRA

Peatones en un puente por peatonalizar

Isabel trabaja en la margen derecha. José Luis vive en la izquierda. Coincidieron ayer en 'su' puente, el de Piedra, del que ahora se debate si eliminar el tráfico rodado.

Isabel y José Luis, como los leones: custodios del puente.
Peatones en un puente por peatonalizar
ARáNZAZU NAVARRO

El debate sobre la peatonalización del puente de Piedra está en la calle. Y, más que en la calle, en el propio viaducto. Porque allí, hay taxis y autobuses, que ahora se quieren eliminar por los problemas que sufre la estructura de este monumento, uno de los más queridos por los zaragozanos. Pero también hay peatones. Y ¿quién mejor que un peatón para hablar de peatonalización?


En el lugar de autos, ayer a mediodía, había dos. Bueno, había más. Pero estos estaban cada uno a un lado, listos para cruzarlo. Y ambos con un historial intachable en cuestión de conocimiento y relación sentimental con el puente. Habrán pasado por él miles de veces, pero siguen sintiendo algo especial cuando lo hacen. Ya lo dice José Luis Mainar: "Cada uno tiene su propia historia con él". Y así es.


En la margen derecha, Isabel Alfonso. En realidad, su casa está en el Arrabal, casi acariciando los leones que custodian el puente. Pero acude como voluntaria desde hace nueve años a Cáritas, justo en el otro extremo. Los paseos por encima del Ebro son inevitables. "Este puente es el alma de Zaragoza", considera. Por eso, Isabel es una verdadera partidaria de la eliminación del tráfico rodado en la zona. "Vería estupendamente peatonalizarlo. ¡Por cinco minutos más o menos, conseguiríamos que se conservara mejor! Creo que todos esos frenazos de los buses tienen que afectarle mucho", opina.


Isabel estaba destinada a cruzarlo: en su Galicia natal, de pequeña, aprendió una canción, 'El Ebro guarda silencio', y quizá fueran sus aguas las que reclamaran su presencia. "Entonces, yo no sabía ni dónde estaba el río. He vivido en muchos sitios en mi vida, pero llevo 30 años en Zaragoza y ya no me muevo de aquí", confirma. Desde su ventana, puede ver el Pilar. Y se asoma a diario unas cuantas veces. Finalizada su labor en Cáritas, se encamina al hogar. "Para mí, pasar por aquí sigue siendo algo sentimental", afirma.


Los autobuses y taxis cruzan hacia el centro e Isabel toma el camino contrario. Al otro lado del puente, se encuentra José Luis Mainar. En su barrio, el Arrabal. Allí llegó en 1974 y tanto le gustó que acabó trabajando en la Asociación de Vecinos. Aún no la conoce y ya coincide con Isabel: no solo en su ruta habitual, sino en muchas de sus opiniones sobre el viaducto. "Lo he recorrido tantas veces que ya ni me acuerdo. Y casi siempre andando. Me acuerdo de venir a ver los fuegos artificiales al final de las fiestas, de cuando estuvo de obras y pusieron una pasarela a la derecha que a mi hija le daba miedo utilizar? Ahora, es cantadora de jotas, y cuando dedica alguna al puente de Piedra, no sé?". Gracias a él, considera, se han comunicado dos Zaragozas hasta hacerse una. "Y eso es lo que pretendemos, que la margen derecha venga, que no haya fronteras. Estos Pilares, cuando el mercado medieval llegó hasta aquí, fue un orgullo muy grande".


En el tema de la peatonalización, se encuentra dubitativo. "No estoy en contra -expone José Luis-, pero siempre que se garantice la movilidad para el barrio. Cuando lo cortan, surgen problemas. Los desvíos acaban en San Vicente de Paúl y se producen atascos". Eso sí, admite que, desde que pusieron "los gusanos" -como llama a los buses articulados-, surgen problemas. "Si el bus va a más de 10 km/h, pega en el badén a la salida del puente", informa. Y, dicho esto, se acuerda del tranvía. Del que vendrá, y también del antiguo. "Esos trolebuses de antaño eran muy pesados. Y el deterioro que producían era mucho mayor", recuerda.


Isabel llega al final del puente. Se presenta a José Luis. Mientras se hacen la foto, profesan su mutuo cariño por la infraestructura, que consideran algo más que un vehículo para pasar entre orillas. Después, cada uno sigue su camino.