José Badía

"Su fusilamiento está envuelto en el misterio"

Sus sobrinos han descubierto que su ejecución en el 36 quiso hacerse pasar por un simple homicidio común.

José Badía.
"Su fusilamiento está envuelto en el misterio"

 

A partir de julio de 1936 en casa de los Badía Arpal se vivió a pequeña escala el drama que se estaba librando en todo el país. Eran cinco hermanos, una chica y cuatro chicos; y, de estos, dos acabaron en el bando sublevado y otros dos en el republicano. Bueno, hipotéticamente, porque algunos ni siquiera tuvieron tiempo. Es el caso de José Badía Arpal, que acababa de cumplir 31 años cuando fue detenido y llevado a la cárcel de Torrero el 17 de agosto de ese año, para acabar siendo fusilado el 5 de diciembre.


Sobre José Badía había caído un espeso manto de silencio. En el seno de su familia era un tema tabú, hasta el punto de que su hijo Jesús, que tenía tres años cuando apresaron a su padre, apenas sabía que fue responsable de la CNT en Movera y que estaba enterrado en una fosa común en el cementerio de Torrero. Que era un anarquista ilustrado, siempre dispuesto a enseñar a leer y a escribir a los que lo necesitaran; que le gustaban las carreras ciclistas, que políticamente era moderado (incluso iba a misa los domingos, siendo de la CNT), y que se esforzaba por mediar en los conflictos sociales y laborales.


Su caso encontró un apóstol inesperado, el arqueólogo e investigador Miguel Ángel Zapater. “Soy historiador, aragonés y muy obsesivo –apunta, quitándose importancia-, así que era más o menos lógico que acabara encontrando información”. A partir de los escasos datos de que disponía, en agosto de 2006 empezó a indagar sobre el marido de su tía paterna, María Zapater Buisán, aquel al que fusilaron y del que nadie hablaba. El historiador ha sido exhaustivo y no ha dejado ni una sola pista sin seguir. Ha buscado datos en una veintena de archivos e instituciones públicas y privadas, desde la Dirección General de Instituciones Penitenciarias al Registro Civil, pasando por el Archivo General de la Administración, la Dirección General de la Policía y de la Guardia Civil, los archivos militares de Ávila y Guadalajara, el Centro Documental de la Memoria Histórica, el Juzgado Togado Militar, archivos parroquiales y municipales de varias localidades… No ha terminado todavía su búsqueda, pero ya tiene una visión bastante ajustada del rompecabezas, un ‘puzzle’ en el que faltan piezas. “Su muerte sigue envuelta en misterio”, señala.


Según su expediente procesal, José ingresó en la prisión provincial de Torrero el 17de agosto de 1936 en condición de lo que se podría denomina ‘preventivo’. Como muchos otros fusilados, ni siquiera pasó por su cabeza la posibilidad de huir: como no había hecho daño a nadie, pensó que no le pasaría nada. Lo sorprendente es que, según el documento, el 5 de diciembre fue puesto en libertad, al día siguiente le practicaron la autopsia, y el día 7 queda reflejado en el libro de registro del cementerio de Torrero con la siguiente anotación al margen: ‘Gratis’. “Esto es una muestra de cinismo puro y duro: lo asesinaron, pero tuvieron la ‘deferencia’ de no cobrar su entierro a la familia”, asegura Zapater.


No consta dónde apareció el cuerpo, aunque es de suponer que en las inmediaciones, quizá en la misma tapia del cementerio de Torrero. En cualquier caso, la autopsia es clara: “Presenta dos heridas por arma de fuego, situados los orificios de entrada ambos en el occipital y los de salida en la órbita izquierda y mentón. Conclusión: que la causa de la muerte de José Badía Arpal fue debida a la fractura de cráneo por heridas de arma de fuego”. Conclusión auténtica: Badía no fue fusilado, sino ejecutado. Por las entradas y salidas de ambas balas, estaría seguramente de rodillas y con la cabeza inclinada hacia el suelo. Tras la autopsia, que se realizó en la Facultad de Medicina, quedó registrado documentalmente y fue inhumado en una de las fosas abiertas al comienzo de la guerra civil en el cementerio de Torrero.


“Lo que más me enfada de todo este caso es el tono legalista, no legal, que se le quiere dar –apunta Zapater-. Y es que la cosa está clara: era de la CNT y lo mataron por ello. Pero, ¿por qué quisieron dejar constancia documental de que lo habían puesto en libertad?”


¿Y por qué la autopsia. “Pues porque abrieron una causa fingidamente instruida por homicidio, practicaron la autopsia y su defunción fue inscrita en el Registro Civil. Todo se hizo para borrar cualquier aspecto ‘político’ en el asesinato, otorgándole un carácter meramente ‘social’, al quererlo hacer pasar como el hallazgo del cuerpo de una persona muerta violentamente, desconociendo la causa y el autor de la muerte”. El por qué se hizo así sigue siendo un misterio para Miguel Ángel Zapater. Quizá tuvieron algo que ver sus hermanos, afectos al bando franquista. Quizá era una práctica habitual, como el eufemismo infame de la muerte “por fractura de cráneo”, muy utilizado. Pero no acaban ahí los misterios.


“La viuda recibió en la posguerra una paga como esposa de represaliado político, e incluso le llegaron a admitir que habían matado a su marido por sus ideas políticas, así que resulta muy difícil de entender por qué se le acabó ofreciendo un trabajo en la Academia General Militar, por mucho que sepamos que al parecer la recomendó un cura”. Estuvo trabajando unos años como limpiadora, y posteriormente haciendo trajes para los oficiales. “Al contrario que en otros muchos casos, a la viuda no se la ‘machacó”, asegura Zapater. Otro sobrino de Badía, José Luis Roche, ha seguido paso a paso la investigación y también tiene preguntas sin respuesta. “Mi madre lo conoció, y siempre decía que lo habían matado y que no sabía dónde estaba. Mi primo, su hijo, tampoco sabe mucho. Y ese dolor por no saber lo han mantenido toda la vida. Que en un momento determinado todo esto salga a la luz es muy importante”, concluye.