MONUMENTO A LAS VÍCTIMAS DEL FRANQUISMO

Un acto cargado de emoción

Multitud de sentimientos embargaron a los asistentes a la apertura oficial del monumento a las víctimas, que fue presidido por Joan Manuel Serrat.

Magdalena Zapater Rubio ("di el apellido de mi madre, que también la mataron") se emociona al descubrir las placas con los nombres de su padre, de su madre y de su tío en el monumento conmemorativo a las víctimas del franquismo inaugurado en Zaragoza, y llora al ser consciente de que desde hoy tiene un sitio "al que llevar una flor".


La emoción, contenida o no, ha sido la protagonista hoy en la apertura oficial de este monumento en el Cementerio de Torrero, que describe una espiral que forman 3.542 placas de acero galvanizado con los nombres de otras tantas personas que fueron asesinadas por los franquistas en Zaragoza, generalmente junto a las tapias del propio camposanto, en la Guerra Civil y en los primeros años de la posguerra.


Magdalena deposita su clavel en el monumento y muestra su agradecimiento, "con todo el corazón", al Ayuntamiento de Zaragoza, porque con la existencia de este lugar, y este recuerdo, tiene la impresión de que su padre y su madre, y también su tío materno, "están más cerca".


"Ahora puedo ponerles una flor, aunque hayan tenido que pasar 74 años", solloza.


En el acto ha estado presente el cantautor Joan Manuel Serrat, hijo de una aragonesa de Belchite, pueblo zaragozano que sufrió brutales bombardeos de las fuerzas sublevadas durante la Guerra Civil.


Ha contado que su madre, entonces una niña llamada Ángela, vivió un terrible capítulo cuando descubrió que los franquistas habían asesinado a toda la familia de su tío y luego a su propia familia, en el pueblo en el que residían.


La niña huyó por el monte y siguió las vías del tren hasta Barcelona, donde se quedó a vivir y donde se casó con un anarquista catalán.


Por eso Serrat ha hablado como una víctima de la guerra, para insistir en la "dimensión" de la barbarie y para lamentar que "muchos de los mayores" no hayan podido compartir esa emoción.


Otra mujer habla emocionada a los medios de alguien que no conoció, el padre de su marido, asesinado en septiembre del 36. Su nombre, no obstante, no aparece en las placas de la escultura y la mujer elucubra con la posibilidad de que su suegro sea una de esas 607 víctimas no reconocidas, que tienen un hueco en la espiral pero no un nombre.


Tenía 31 años y dos hijos, y toda su familia ha estado recordándolo permanentemente.


Sus ojos dejan ver un poco de enfado cuando llama la atención sobre el hecho de que "todos los fusilados en Zaragoza" eran del bando republicano, y cuando recuerda que a la entrada del cementerio de Zaragoza se erige, desde hace tiempo, un monumento a "todos los caídos" del bando franquista.


Román Pérez se siente "impotente", pero cree que este recuerdo era "necesario después de tantos años".


Su padre fue asesinado después de una delación, la del cabecilla del pueblo en el que vivían, que lo denunció porque no quiso cederle el turno para regar.


Y desde Francia, Valencia y Lugo han llegado los familiares de Francisco Bañoles, entre ellos sus nietas María y Pilar, que manifiestan, emocionadas, que su abuelo "también murió por España".


Jorge tiene 32 años, va envuelto en una bandera republicana y es bisnieto de un hombre "del PSOE, de la UGT y camarero del Ambos Mundo", al que un buen día "se llevaron".


Luego llamaron a la puerta de su hija, la abuela de Jorge, para "devolverle el cuerpo" y desde entonces ella vivió con una pena doble: la de la muerte de su padre y la de no tener un sitio al que irle a llorar.


Por eso, Jorge ha asistido emocionado, y agradecido, en nombre de su abuela, que no ha podido ver el monumento que honra la memoria de su padre porque murió hace cinco años.