En la calle

Mendicidad engañosa al descubierto

Puede ser un engaño o pura necesidad, pero desde hace unos días una mujer se disfraza de pobre en el paseo de la Independencia para mendigar.

Mendicidad engañosa  al descubierto
Mendicidad engañosa al descubierto

Ejercer la mendicidad no es un delito, salvo que se utilice para ello a menores de edad o a personas indefensas e incapaces. También lo es cuando las mafias se organizan como grupos de extorsión que explotan a seres humanos. Por lo demás, los adultos en plenas facultades pueden pedir dinero en la calle mientras no acosen o intimiden al resto.

Para hacerlo pueden utilizar cualquier estrategia. En las calles de Zaragoza se ve desde el indigente de puerta de iglesia con plaza fija, al sobrevenido por un problema de alcoholismo o drogadicción, pasando por el minusválido que exhibe el miembro tullido para conmover al viandante.

Quien más quien menos exagera sus carencias para dar lástima y arrancar unas monedas. Pero la puesta en escena desarrollada por una mujer rumana que desde hace unos días pide en el paseo de la Independencia revela una estudiada premeditación.

La inmigrante ejerce la mendicidad en horario partido de mañana y tarde. Toma posesión de su espacio entre las 10.30 y las 11.00 y permanece hasta las 13.30. Después vuelve sobre las 17.00 y pide dinero hasta las 21.00, aproximadamente.

Pero antes de sentarse en una pequeña banqueta de plástico, se produce la transformación. De un carrito de la compra saca unas largas sayas negras típicas de las gitanas rumanas, así como una amplia (y gruesa para este tiempo) camisa de cuadros y se viste en plena calle. Luego anuda un pañuelo a su cabeza y, por último, apoya en el suelo una caja de cartón y una carpeta de anillas que hace de improvisado cartel escrito a mano y en la que se puede leer por los dos lados: "Tengo una hija enferma de corazón. Por favor ayudarme con algo. Gracias!".

Después, extiende su mano y deja correr el tiempo. Durante la tarde cambia de posición un par de veces -se va un rato a la puerta de Correos y otro a la de la tienda de Prenatal-, pero termina volviendo a Independencia 29. Allí aparece un músico rumano que se busca la vida tocando el acordeón y le hace entrega de unas monedas.

Cuando se le pregunta a qué se debe ese cambio de atuendos y si pretende ser un disfraz para llamar la atención de los viandantes, contesta: "Yo... Rumanía. No entiendo".

Al acabar la jornada, una amiga la va a buscar. Entonces se desprende de las sayas, la camisa y el pañuelo y aparece una joven en pantalón estrecho, camiseta de manga corta y escotada y chancletas, con las uñas, tanto de las manos como de los pies, pintadas cuidadosamente. Introduce todos los atuendos en el carro de la compra y se va despreocupada.

La mendicidad es practicada por un sector específico y muy reducido de la inmigración rumana. Según el observatorio de la diversidad, suponen un 3% del total de rumanos que hay en España. Principalmente son los gitanos que proceden de una pequeña ciudad llamada Tandarei. Se distinguen por cómo visten sus mujeres, por la temprana edad a la que tienen los hijos y por la práctica de la mendicidad.