ZARAGOZA

Bajo el síndrome post-Expo

Superado el ecuador del segundo mandato de Belloch en Zaragoza, el balance arroja un resultado desigual. Tras el éxito de la Expo, la gestión municipal ha quedado desdibujada por la crisis económica y por una concatenación de errores

El alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, en su despacho de la plaza del Pilar.
Bajo el síndrome post-Expo
Pedro Etura

Amediados de mayo de 2007, Juan Alberto Belloch se encaramó al tablero del puente del Tercer Milenio, todavía inacabado, y echó la vista hacia el meandro de Ranillas. La Expo crecía imparable y el alcalde describía con la precisión de quien observa a la niña de sus ojos los detalles de cada una de las obras. Faltaban pocos días para las elecciones que le permitirían renovar su mandato en la plaza del Pilar. Frente a él tenía la nueva Zaragoza que, con empeño personal y habilidad política, se había encargado de liderar. Le aguardaban cuatro años en los que no solo debía culminar un sueño, la Expo 2008, sino confirmar que tras las obras y los fastos mantenía firme el timón para encaminar al Ayuntamiento hacia nuevos objetivos. Lo primero lo logró. Lo segundo está por ver.

 

Superado el ecuador del mandato, los tres meses de la Expo dibujan un meridiano imperfecto de dos tiempos diferentes en los que el alcalde ha deambulado con dispar fortuna. En el primero, entre junio de 2007 y septiembre de 2008, Belloch alimentó un caudal político imponente que ocultó los tropiezos bajo el tsunami de la mayor fiesta del agua en la tierra. Pero tras la clausura de la Expo, han aflorado tantos errores y carencias que muchos en el Ayuntamiento empiezan a tener los nervios al borde del colapso. Mientras, Belloch se aferra al sueño de 2008, del que no quiere despertar. Es el síndrome post Expo.

 

Después de los comicios de mayo de 2007, el panorama no podía ser mejor para el alcalde. Con la tranquilidad de un buen resultado electoral, con una oposición mermada por los problemas internos y a un año de la Expo, Belloch articuló las herramientas necesarias para construir un gobierno cómodo, pese a no tener mayoría absoluta. Se deshizo de CHA, que tantos quebraderos de cabeza le causó en su primer mandato, y optó por el PAR, formación más dúctil a la hora de convivir en coalición (por lo menos en aquella época) y que le permitía, por primera vez en mucho tiempo, conciliar las alianzas en Ayuntamiento y la DGA con el objetivo de dejar atrás las múltiples disputas mantenidas entre las dos instituciones.

Dejarse llevar

Sustentado en el 'consenso Expo', Belloch sabía que lo único que tenía que hacer era no equivocarse y dejarse llevar hasta que el 14 de junio de 2008 se inaugurara la muestra. Así lo hizo. El PP e IU se relevaron a la hora de darle los apoyos en su primer año de gestión, mientras el gobierno avanzaba imparable, sin la más mínima resistencia, hacia su meta.

 

En aquella época, se estrenó el ferial de Valdespartera, se habló de trasladar el campus universitario a Ranillas para dejar paso a una suculenta recalificación (aquello quedó en nada), se cerró un acuerdo para ubicar el campo de fútbol en San José, se adjudicó la contrata de la limpieza a FCC en medio de una gran polémica...

 

Pero la ciudad era un bullir de obras y solo preocupaba llegar a tiempo a la apertura de puertas del recinto de Ranillas. En el debate municipal, generalmente agitado, no se movía ni un músculo. Los espectaculares progresos del Pabellón Puente o los primeros ensayos con público en la Expo dominaban las portadas de los periódicos. Y Belloch disfrutaba esperando su momento de gloria.

 

Y el 14 de junio llegó. Los tres meses que se sucedieron fueron los mejores de la carrera política de Belloch en el Ayuntamiento. Solo había que pasearse con él durante unos minutos por el recinto de Ranillas para constatarlo: a cada paso le asaltaba un ciudadano para darle las gracias por el éxito conseguido. El día en que la Expo cerró sus puertas, Belloch, y por ende su gobierno, tenía un capital político arrollador. La ciudad estaba como nueva y la sobredosis de autoestima colectiva llevaba al PSOE en volandas. Tanto, que parecía imposible que su gestión encontrara la más mínima resistencia. Pero solo lo parecía.

 

Nada más finiquitar la Expo, Belloch se inventó otra para 2014, dedicada a las flores. Consciente del poder anestésico y dulcificador que tuvo la muestra de 2008 sobre la política local, un nuevo acontecimiento internacional se vislumbraba como la solución perfecta para que Belloch llegara a su jubilación en carroza de oro. No coló. Ni siquiera el hecho de que Zaragoza consiguiera la nominación automática en Dubái, sin el más mínimo esfuerzo, generó el consenso político ni la ilusión ciudadana esperada. Las sospechas de que tras el proyecto se esconde una recalificación de suelo para viviendas en la huerta de las Fuentes tampoco ayudaron.

La crudeza de la crisis

A finales de 2008, mientras el alcalde pensaba a lo grande, la crisis económica se manifestó con toda su crudeza. El desempleo crecía imparable tanto en la capital como en el resto de España y las arcas municipales acusaban una inquietante precariedad. Cuatro años consecutivos sin respetar el principio de estabilidad presupuestaria, una deuda descontrolada con unos ratios por encima de los límites legales y un rosario de cuentas pendientes derivadas de los gastos de la Expo y de otros proyectos colocaron el Ayuntamiento en una situación difícil. Es más, a la falta de rigor presupuestario, de la que es responsable el concejal de Economía, Francisco Catalá, se sumó la crisis inmobiliaria, que limitó los ingresos por la vía urbanística.

 

Los meses posteriores a la Expo confirmaron el descontrol en el gasto. Durante 2008, el Ayuntamiento atendió las facturas de la Expo, pero también aprovechó la confusión para meterse en una espiral de compras tan innecesarias como onerosas: sillas de casi medio millón de las antiguas pesetas, una mesa de 200.000 euros, muebles de lujo, antigüedades... A esta situación se añadieron numerosas irregularidades en los contratos menores.

 

Belloch anuló compras, rehizo proyectos y anunció planes de austeridad, pero la deriva no se corrigió. El problema no solo fue la pésima gestión económica. La oposición bloqueó algunas de sus ideas destacadas, como la macrorrecalificación en la autovía de Huesca, mientras él elucubraba sobre lo que haría cuando en 2011 ganara las elecciones con una mayoría que da por segura.

El gobierno de lo fatuo

Durante el primer año de la era post-Expo ha primado lo fatuo y la gestión ha sido casi un erial (solo las Áreas de Servicios Públicos y Urbanismo, las más alejadas del entorno de Belloch, han mantenido cierto pulso). Repartió medallas por doquier, nombró vicealcalde a su mano derecha, Fernando Gimeno, y otorgó una calle a Escrivá de Balaguer en aplicación de la Ley de Memoria Histórica, indignando a buena parte de la izquierda de la ciudad y viéndose después obligado a rectificar.

 

No ha ayudado mucho el círculo íntimo de colaboradores del alcalde, que salvo alguna excepción, es un cuadro de palmeros que no solo no evita que Belloch se equivoque, sino que agrava las consecuencias de los errores que comete. Los ataques y presiones a la prensa de los últimos meses son un buen ejemplo.

 

El alcalde se revolvió en alguna ocasión con alguna bocanada de brillantez, pero por inconstancia volvió a las andadas. El fichaje de Jerónimo Blasco no mejoró las cosas, sino más bien al contrario. Las dificultades del consejero de Grandes Proyectos para conciliar el torrente de ideas que salen de su mente con la realidad de la mecánica municipal, así como su consabida falta de mano izquierda, genera más desconcierto y problemas internos que éxitos reseñables.

 

Encima, en abril arrancó la investigación judicial a uno de sus más directos apoyos en el gobierno, Antonio Becerril, imputado por sus relaciones con uno de los principales implicados en la trama corrupta de La Muela. Por último, en julio se supo que la hija del alcalde se había liado a insultos por internet con un edil del PP, Sebastián Contín. La proverbial soberbia de Belloch le llevó a no querer disculparse con el ofendido, hecho que inflamó una polémica que debía haber sido solo una anécdota poco edificante.

Se acabó el recreo

En cuanto vuelva de vacaciones, urge que Belloch reaccione, dé un golpe en la mesa y anuncie que se ha acabado el recreo. Las incertidumbres que se vislumbran en otoño obligan. La evolución de la crisis económica será la principal. Pero también habrá que ver si las tensiones entre PSOE y PAR en la DGA se trasladan al Ayuntamiento, cómo afecta a los socialistas el relevo de Marcelino Iglesias, si se dota de financiación a proyectos como el campo de fútbol o la estación de Goya o cómo avanzan las obras del tranvía, rechazadas por buena parte de la ciudadanía.

 

Aquel día de mayo, cuando subió al puente del Tercer Milenio y recorrió con la mirada la nueva Zaragoza, Belloch hizo un ejercicio de autocrítica. "Cuando me equivoco es por vanidad", admitió. Quizá no le faltaba razón. Pero no es tiempo de vanidades ni de equivocaciones. Es la hora de la política con altura de miras. Esa en la que el alcalde, en el pasado, demostró ser experto.