ZARAGOZA

Una segunda oportunidad para Lenin

Durante años, vagó por las calles del centro de Zaragoza. Hoy, bajo un techo, disfruta de un cálido retiro en una residencia en Casetas. Es el final feliz de uno de los rostros más conocidos de la ciudad.

Hace ya meses que no aparece por el estanco de Santa Engracia a por su L&M ni por el St. Germain, a las 6 de la mañana, a por un cafecito. Ni increpa a los viandantes, desde las escaleras de Comisiones Obreras, mascullando: "Feo, feo". Hace mucho que Lenin no deambula por Constitución ni duerme tirado sobre el césped de la parada del 41. "Ese señor, ¿no ha muerto?", se pregunta Javier, un vecino de la zona que recuerda que, antes, también se le veía en la plaza de España o en Damas.


Pero Lenin no ha muerto. Ni mucho menos. Ha pasado de San Ignacio de Loyola (la calle) a la Divina Providencia (residencia). Se acabó su errático paso en las frías noches de invierno y pidiendo algo caliente a Juan, uno de los organistas de Santa Engracia, o a Teresa, a la que sonreía cada vez que le invitaba a un café. Ahora, come bien y está atendido.


Tras unos días en los que ya apenas se movía, una ambulancia lo llevó al hospital. Una asistenta social llamó a la Casa Familiar Divina Providencia de Casetas, que recoge a necesitados. Y había una plaza libre. "Ya llevará más de un año aquí -relata Evangelina Arnillas, directora del centro-. Lo trajeron muy sucio, en malas condiciones. Pero se ha puesto muy bien". Y allí, en el comedor, se sienta cada tarde junto a sus compañeros. El rostro refleja las vivencias pasadas, duras, pero su expresión está relajada. "No quiero hospitales", dice. Agradece las visitas y está de buen humor, pero "a veces se dispara mucho y anda con dificultad", dice Angelina, que lleva 20 años al frente de esta residencia de los hermanos de la Cruz y la Resurrección, con la ayuda del sacerdote Jesús Alcalá y de su propio hijo, que afeita y corta el pelo a los internos.


En su nuevo hogar, ajeno a la gente que pregunta por él, quizá no pueda imaginar las leyendas que le envuelven. Que si era médico o profesor, que si era rico… "A mí me contó que había sido repartidor", dice Patty Manero, desde la barra del café St. Germain. A Patty, que cada día le daba de desayunar, le contaba cosas de su vida que los demás desconocían: su cumpleaños era el 6 de mayo, tenía un hermano del que no sabía nada, y también su propio dinero, aunque le robaron la libreta… "Nunca quería que le invitaras, quería pagar él. A veces, hablaba solo. Pero se enteraba de todo", cuenta. Su relación diaria hizo a la camarera preocuparse por su futuro: "Llamábamos al 061, se lo llevaban, lo curaban y ya". A pesar de su carácter, Patty aún añora esa peculiar relación: "Es brusco, pero entrañable. Yo estudié de pequeña en Carmelitas y lo he visto siempre por aquí". Al otro lado de Constitución, las religiosas de María Inmaculada le atendieron durante un tiempo. Lo lavaban y le cortaban el pelo. "Al final, se puso un colchón aquí delante, pero el olor era insoportable", afirma Olvido Rivas.


Su último refugio fue CC. OO. En la planta principal trabaja José Ramón Sanz, quién aún lo recuerda yendo a echar sus loterías. Sanz habla con tristeza de las vallas que hubo que instalar a las puertas del sindicato: "Más que por él, fue por la situación. Se hacía sus necesidades aquí y no podías echarlo, hubiera acabado igual en otro lado". Mientras los vecinos se preguntaban por qué no se hacía nada, desde CC. OO., y desde otras instancias, trataron de que un juez lo inhabilitara para llevarlo a refugio. Pero no se logró. De la "situación inhumana" que afrontaba cada día, Sanz todavía se estremece al recordarlo cruzando la calle. "Pasaba sentado, arrastrándose… Era un milagro que siguiera con vida".


Pero aún quedaba otro milagro. El obrado por la residencia donde ahora vive. Tranquilo, y con su nueva imagen, sin barba, es más difícil confundirlo con Lenin. Porque así, a salvo y cuidado, no es otro más que él, Antonio Foj García.