ZARAGOZA

Ochenta pueblos de la provincia no tienen tienda y más de 50 están a punto de perderla

Desde hace tiempo, un cartel anuncia el traspaso de la única tienda de Botorrita. Nadie se ha interesado por el último colmado de este pueblo, a apenas veinte kilómetros de Zaragoza. Mañana echará el cierre definitivo y, a partir de entonces, los vecinos de esta localidad deberán desplazarse un mínimo de 6 kilómetros para hacer la compra en María de Huerva, el municipio más próximo. Se trata de un caso significativo, sobre todo por su proximidad a la capital aragonesa, pero no único. En concreto, una tercera parte de los pueblos de la provincia (81 de un total de 229) carecen de tienda y más de 50 están a punto de perderla.


Según datos facilitados por la Cámara de Comercio de Zaragoza, frente a las más de 10.000 tiendas que concentra la capital aragonesa, el 35% de los pueblos de la provincia carecen de una. Otros muchos municipios disponen de entre una y cuatro, que suelen cubrir las necesidades básicas. Y en Huesca y Teruel, las cifras todavía son más alarmantes. En la provincia turolense, hay 92 pueblos en esta situación y 126 en Huesca.


"Se trata de un proceso universal que se debe a la concentración del comercio", explica Dioscórides Casquero, director de promoción empresarial de la Cámara de Comercio de Zaragoza. "Estos negocios no son rentables -añade-. Tradicionalmente se han mantenido como actividad secundaria y este modelo subsistió mientras la fiscalidad y la seguridad social tenían costes muy bajos".


Sin embargo, en la actualidad estos pequeños comercios no tienen ninguna ventaja ni desde el punto de vista jurídico ni desde el fiscal. "No hay diferencia entre lo que tiene que pagar una tienda en el paseo de la Independencia de Zaragoza y una en un pueblo, salvo por los metros cuadrados que tenga el local", añade Casquero. Por eso, insiste en que se debería primar fiscalmente a este tipo de negocios para que se mantengan y no se vean condenados al cierre. A su juicio, esta fórmula sería "más fácil y más barata" que la de crear un comercio en aquellos lugares donde ya han desaparecido las tiendas.


Algunas localidades, como es el caso de Aguilón (Campo de Cariñena), hace unos siete años estuvo a punto de cerrar la última tienda: una carnicería. Entonces, el Ayuntamiento invirtió en la reforma del local para ampliar el establecimiento, convertirlo en un pequeño supermercado y evitar que cerrara. Hace un par de años, cuando la encargada del negocio anunció que lo dejaba, los vecinos volvieron a temer por su clausura, pero finalmente una joven del vecino municipio de Herrera de los Navarros, Beatriz González, decidió coger el testigo.


Los ochenta vecinos que viven en invierno son en su mayoría personas de avanzada edad y eso complica su desplazamiento a otro lugar. Por eso, casi todos ellos hacen la compra en este ultramarinos y, algunos, incluso se llevan carne y otros productos para sus hijos. Aunque siempre hay vecinos que hacen la compra grande en otro lugar y utilizan este establecimiento solo para los olvidos. La excusa suele ser los precios, más caros. Aunque tanto clientes como dueños de la tienda tienen claro que con los hipermercados no pueden competir.


Precios que no pueden competir


Por ejemplo, una caja de leche de una marca específica cuesta en uno de estos establecimientos 1,10, mientras que en un supermercado cuesta 0,99. En un solo envase se nota poco, aunque cuando se compra más la diferencia es importante. Sin embargo, para llegar hasta la grande superficie, el cliente ha tenido que coger el coche, desplazarse, pagar la gasolina y perder mucho más tiempo.


"Está claro que yo no puedo vender igual de barato que el Alcampo", apunta Carmen Ornat, propietaria de la tienda de Mozota.


"Tenemos los mismos gastos que un comercio grande, pero compramos cantidades mucho más pequeñas y no podemos vender igual de barato", comenta. Además, asegura que cada vez tienen más normas sanitarias que encarecen y complican mantener abierta la puerta de su negocio.


Algo en lo que también coincide el alcalde de Botorrita, Timoteo Ortillés: "Las normas sanitarias son cada vez más estrictas y eso, a veces, complica la apertura de un comercio". "La gente dice que aquí todo es más caro. Sin embargo, no se plantean cuánto supone la gasolina", apunta el alcalde al referirse a estos pequeños ultramarinos que si no cuentan con ayudas de la administración están condenados a desaparecer.