"Mi abuelo fue el alcalde que trajo la Academia a Zaragoza en 1925"

Gonzalo González-Salazar convenció a Primo de Rivera para instalar la escuela militar que trajo 2.000 personas entre cadetes, profesores y civiles.

El médico Gonzalo Bayo, con un retrato de su abuelo, el alcalde de Zaragoza Gonzalo González-Salazar
El médico Gonzalo Bayo, con un retrato de su abuelo, el alcalde de Zaragoza Gonzalo González-Salazar
Aránzazu Navarro

Gonzalo Bayo González-Salazar, un médico anestesista zaragozano, aprovechó que se celebraba el lunes pasado el 90 aniversario de la instalación de la Academia General Militar en Zaragoza, que presidió el Rey, para sacar de su arcón documentos que demuestran que su abuelo, Gonzalo González-Salazar, fue quien trajo la instalación militar a la capital aragonesa. «Quiero que se sepa que mi abuelo trajo la Academia como alcalde en 1925. Es un homenaje para él», indica Gonzalo Bayo.

Gonzalo González-Salazar fue alcalde de Zaragoza entre enero y septiembre de 1925 (lo dejó por problemas de corazón) en la dictablanda de Miguel Primo de Rivera (1923-1930). Era el director de la Escuela de Comercio, donde ejercía de catedrático de Matemáticas, militaba en Unión Patriótica y sustituyó en la alcaldía a Juan Fabiani y Díaz de Cabri, compañero del partido.

El alcalde era hijo de un militar, que fue trasladado a Puerto Rico cuando todavía era de España en 1889 (pasó a ser de Estados Unidos en 1898), y nació allí. Volvió a Zaragoza con 15 años y, nada más llegar al cargo en la Alcaldía, se encontró con el problema de ampliar el cubrimiento del río Huerva en la plaza de Paraíso. Decidió expropiar un frontón que estaba cerca del antiguo Colegio de Jesuitas (actual sede central de Ibercaja) para seguir cubriendo el cauce del Huerva.

Su nieto Gonzalo Bayo cuenta que el proyecto de la Academia General Militar de Primo de Rivera se proyectó como una escuela similar a la de West Point de Estados Unidos, donde se formasen los futuros oficiales del Ejército. «Varias ciudades españolas optaban por conseguir la ansiada instalación», precisa, por la «gran riqueza social y económica» que iba a recibir la elegida.

La batalla del alcalde de Zaragoza empezó en marzo de 1925 cuando tuvo que visitar a tres vocales del Directorio militar: los generales Duque de Tetuán, Vives Losada y Villaba. Era la primera etapa de la llegada de Primo de Rivera, que se sustituyó con un Gobierno con civiles y militares en diciembre de ese año. «La última palabra la tenía Primo de Rivera y se llevó el expediente en un viaje a Tetuán», recuerda el nieto del alcalde González-Salazar.

Previsiones para otra ciudad

«Con una perfecta visión de futuro, se quería que los alumnos militares estuviesen lejos de la ciudad, sometidos a un plan higiénico del campo, simultáneando sus estudios técnicos como los deportes», señala Gonzalo Bayo, de 86 años. Así, se evitaría la aglomeración de unas 2.000 personas en la ciudad que iba a movilizar. Se calculaba que serían de 1.200 a 1.500 alumnos, de 80 a 100 profesores, de 300 a 400 ordenanzas y unidades completas de todas las armas, independientes de la guarnición y al servicio de la Academia. Era otra ciudad anexa, a las afueras de Zaragoza. En esa década (1920-1930), la ciudad creció de 140.426 a 162.121 habitantes, según el Instituto Nacional de Estadística.

El 6 de mayo de 1925, el alcalde tuvo una reunión confidencial con el Concejo y al día siguiente citó a las fuerzas vivas de la ciudad (responsables de la Cámara de Comercio, la Universidad de Zaragoza, la Real Maestranza y la Cruz Roja, entre otros) para que sancionaran su actitud con la Academia y le prestaran su apoyo moral. Ese mismo día, el edil envió a los ingenieros González Lacasa y Agustí para visitar los terrenos del Campo de San Gregorio para estudiar la posibilidad de dotarles servicios.

El alcalde de Zaragoza tenía que solucionar dos problemas fundamentales para instalar la Academia donde se encuentra ahora: el agua y la luz. Eran terrenos municipales que estaban al lado de lo que entonces se llamaba Campo de tiro Alfonso XIII, aunque siempre se ha conocido como de San Gregorio. «El informe de los ingenieros fue positivo porque por el mismo campo pasaban los cables de alta tensión conductores de la energía eléctrica que consume Zaragoza y bastaría la instalación de una estación transformadora», detalla Gonzalo Bayo.

Un pozo de agua en Ranillas

Respecto al agua, se buscó suministro de la acequia del Rabal, del río Gállego y del Ebro, pero los análisis bacteriológicos no fueron positivos por la potabilidad de esos cauces. Alfonso XIII sufragó un estudio sobre el agua de un pozo de Ranillas y dio un caudal suficiente y potable desde el que podían suministrar.

El alcalde se cruzó varios telegramas con Primo de Rivera, presidente del Directorio. «Agradezco sus ofrecimientos y facilidades para establecer en el Campo de San Gregorio la Academia General Militar y lo tendré en cuenta para cuando se resuelva la designación del sitio», contestó el general desde Tetuán. Una comisión del Ayuntamiento viajó a Madrid para visitar al rey Alfonso XIII y al general Primo de Rivera en defensa del lugar.

A finales de mayo de 1925, el Directorio de Primo de Rivera y el Ministerio de Guerra decidieron que fuera Zaragoza la sede de la Academia General Militar y el alcalde lo agradeció. «El barrio del Arrabal, tan populoso entonces, se transformó a impulsos del establecimiento de la Academia y se vio dotado de comunicaciones fáciles y de servicios que se venían demorando», detalla Gonzalo Bayo. Se propuso que el tranvía llegara hasta allí y en 1929 se inauguró esa vía hasta la Academia, lo que contribuyó al desarrollo económico en la Margen Izquierda de Zaragoza.

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