Un preso de Zuera acusado de violar dos veces a otro afirma que la víctima se autolesionó

El fiscal solicita 16 años de cárcel para el procesado por las agresiones sexuales cometidas en la celda que compartían.

Manuel A. M., en el juicio.
Manuel A. M., en el juicio.
G. Mestre

"No es habitual, pero estas cosas ocurren", admitió ayer el jefe de servicios del centro penitenciario de Zuera al ser preguntado por el fiscal sobre las dos violaciones que presuntamente sufrió un interno por parte de su compañero de celda en las apenas 20 horas que compartieron habitáculo.


Los protagonistas de esta historia son dos presos que por voluntad propia vivían en un régimen que los internos llaman de "refugiado". Es decir, reclusos que, por problemas con sus compañeros, piensan que su vida corre peligro si comparten el espacio con el resto de reclusos y son ingresados en celdas con unas limitaciones de horarios muy estrictas. En concreto, están encerrados 22 horas y solo salen al patio de 15.00 a 17.00. El acusado, Manuel A. M., estaba solo en una de estas celdas y el 5 de agosto de 2014, llevaron a otro interno, A. O. A, más joven y menos corpulento que él.


"Desde el momento en que llegué no me dejaba moverme de su lado. Trató de tocarme y le dije que me dejara en paz y traté de apartarme, pero sacó un pincho (objeto punzante que se fabrican los presos) y me lo puso en el cuello. Me dijo que me echara en la cama y me violó. Después, me pidió que me lavara", resumió la víctima. Tras la agresión, el denunciante se acostó en la parte de arriba de la litera. "Ya no comí y esa noche no pude dormir", contó.


A la mañana siguiente, después de que les dieran el desayuno, la historia se repitió. "Afilaba el pincho delante de mí. Me obligó a ponerme de rodillas y me violó otra vez", declaró. "Para mí fue una derrota psicológica muy grande", aseguró.


Una vez en su litera, el joven logró escribir una nota y en cuanto los llevaron al patio, se la entregó a un funcionario. Este se lo comunicó al jefe de servicio y acto seguido tomaron medidas, tales como separarlos y llevar al denunciante a la enfermería. La falta de medios para examinarle hizo que le trasladaran al hospital Miguel Servet, donde se le detectó una fisura anal, rectorragia y heridas en las mucosas. Según los forenses, lesiones compatibles con una agresión sexual.


Manuel A. M., por su parte, rechazó de plano haber violado a su compañero de celda y ofreció una versión muy distinta de los hechos. "Ese tío era muy raro. Estaba en tratamiento psiquiátrico. Hablaba solo y decía que veía demonios. Hacía cosas raras. Vi que se estaba introduciendo un desodorante por el ano. Dijo que tenía un vis a vis y que iba a entrar droga y que por eso lo hacía", justificó. Añadió que pidió a los funcionarios que le cambiaran de "chabolo" o que le "chaparan" (encerrarlo solo). También negó que el pincho fuera suyo y atribuyó su propiedad al otro preso.


Sin embargo, como expuso el fiscal, ningún empleado de la cárcel pudo avalar esta versión. Sí que confirmaron que era muy "improbable" que el arma fuera de A. O. A. y que este no obtenía ningún beneficio denunciando una agresión así. Además, las lesiones apuntan a que es creíble que la sufriera.


Los médicos confirmaron el historial psiquiátrico de A. O. A. y él mismo dijo que recibe tratamiento desde los 12 años. Su madre era adicta a las drogas y él ha desarrollado patologías tales como un trastorno límite de personalidad y de ansiedad, entre otras. Estas circunstancias fueron esgrimidas por la defensa, ejercida por Sergio Baquero, para destruir su credibilidad. Pero el fiscal sí que le cree y por eso pide una condena de 16 años de cárcel.

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