Cientos de dolinas en el Valle del Ebro: así nos afectan y así se vigilan

El suelo de Zaragoza y su entorno es proclive a este fenómeno, pero en la actualidad hay un gran control.

Sima de 30 metros de profundidad aparecida en 2002 en un campo de acelgas a las afueras de Zaragoza
Sima de 30 metros de profundidad aparecida en 2002 en un campo de acelgas a las afueras de Zaragoza
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La aparición de una dolina de más de cinco metros en una vivienda de Valdefierro obligó el mes pasado a tres familias a abandonar su hogar. La poderosa imagen del suceso despertó interés y cierto miedo en algunos vecinos de la capital aragonesa, que se preguntan si algo semejante puede ocurrir en sus casas. Pero el problema no es nuevo y está bajo lupa. De hecho, según explica Francisco Gutiérrez, catedrático de Geomorfología de la Universidad de Zaragoza, "el sitio del mundo qué más trabajos de investigación acumula sobre dolinas es, posiblemente, la capital aragonesa y su entorno. Es una zona de referencia".


El Valle del Ebro, por las condiciones de su suelo, es proclive a estas manifestaciones naturales. "Además del colapso en Valdefierro, que es un caso recurrente porque en ese punto ya se habían producido otros con anterioridad, también hay otros lugares en los que se han dado situaciones de riesgo relacionados con las dolinas. Por ejemplo, en Alcalá de Ebro, hay una sima que está afectando tanto al dique de contención de avenidas como a una calle del pueblo. En ese punto se han ido registrando colapsos de manera frecuente", indica el experto.


Otro de los casos sonados es el de la sima de la avenida de las Estrellas, también en Valdefierro, donde un edificio construido sobre una dolina se hunde de manera progresiva. La comunidad de propietarios va a ser indemnizada por la constructora del edificio y el Ayuntamiento por los daños morales y económicos generados. En el entorno de la capital aragonesa, sobre todo hacia el oeste, hay muchas otras dolinas activas y de grandes dimensiones. "Muchas de ellas, décadas atrás, se llenaron de sedimentos, de manera que dejaron de tener expresión morfológica. Esos terrenos inestables se utilizaron para hacer carreteras, polígonos industriales... y ahora son las zonas que presentan mayores problemas", apunta Gutiérrez, que dirige el grupo de investigación de Geomorfología del Departamento de Ciencias de la Tierra.


Pero, ¿y por qué en el Valle del Ebro son tan comunes? "En el sustrato del suelo tenemos evaporitas, que son unas rocas muy solubles. Tiempo atrás, las dolinas se atribuían a la disolución de yeso. Lo que ocurre es que debajo hay, además, otras rocas evaporíticas muy solubles como son la sal (halita) y la glauberita. Muchas de las dolinas más activas de Zaragoza están relacionadas con estos materiales y la disolución de halita explica que algunas dolinas se hundan tan rápido, algunas a razón de 15 centímetros al año, como es el caso de la que afecta a la autovía de Huesca (A-23) a la altura de Zuera". Ésta tiene una extensión de más de 400 metros.


Este dato lleva a hacerse otras preguntas: ¿Se tiene esta casuística en cuenta en el desarrollo urbanístico? ¿Podría una gran sima aparecer mañana en mi edificio? El catedrático insiste en la idea de que "la mayor parte de lugares que presentan problemas no es debido a dolinas de nueva generación, sino a otras preexistentes que se taparon entre las décadas de los 40 y los 70. Pero Gerencia de Urbanismo es a día de hoy muy escrupulosa y antes de permitir la construcción en alguna zona en la que se sabe que hay dolinas procura asegurarse de que no se van a dar este tipo de problemas".


La Universidad, además, escruta de forma casi continua los terrenos que se sabe son más peligrosos: "Usamos varias técnicas. Una de ellas es la cartografía de daños, en la que se comprueban sobre el terreno las grietas y desperfectos en edificios, basculamientos, depresiones cerradas, escarpes... También realizamos mapas de deformación (con colores que muestran las zonas más sensibles) y que se generan con una técnica que se llama interferometría de radar. Para ello se toman imágenes mediante satélite en diferentes fechas. Así se conoce qué puntos se están moviendo y a qué velocidad".


Unas de las 'armas' más empleadas por los investigadores son las fotografías aéreas antiguas y los mapas topográficos de detalle del Ayuntamiento. Ahí se puede identificar donde estaban esas dolinas, que ahora pueden estar ocultas por una construcción moderna o por el natural cambio de aspecto de los cultivos.


En el citado caso de la A-23 se emplea otra técnica. Para identificar qué zonas se están hundiendo y a qué velocidad, los expertos de la UZ colocan una serie de clavos en la cuneta para así extraer un perfil topográfico y controlar la nivelación cada tres meses. "Durante un intervalo de 500 días, el hundimiento apreciado en uno de los puntos ha sido de 25 centímetros. Al ser progresivo, se forman grandes baques que requieren que los operarios reasfalten esa zona de la autovía con una frecuencia notable", subraya Gutiérrez.


Hay más métodos. En las dolinas que están tapadas se recurre, en ocasiones, a procedimientos indirectos con los que se estudia la superficie sin alterar el terreno. Para ello se realizan estudios geofísicos. Aquí hay cierto "margen de ambigüedad". Otras veces se ponen en práctica técnicas intrusivas como la excavación de trincheras, tras las que se limpian las paredes y se colocan mallas. En ese corte se ve dónde los materiales están rotos y dónde hay una deformación. Esa información es muy objetiva.


Otra herramienta -abunda Gutiérrez- es la toma de muestras y su datación con carbono 14: "Así sabemos cuándo se ha formado la dolina y cuándo ha habido eventos de desplazamiento o qué velocidad de hundimiento tiene".

Los colapsos de las dolinas pueden ser progresivos o súbitos, en función de si tiene una cavidad debajo. Pero tienen otras formas más sutiles de manifestarse: grietas en paredes de los edificios o en el asfalto, pequeñas depresiones en un terreno llano o incluso algunas tan llamativas como una señal de tráfico visiblemente ladeada.



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