INFRAESTRUCTURAS/ ARAGÓN

Un viacrucis de 148 kilómetros

El eje que une Teruel y la capital conquense a través de Aragón, Valencia y Castilla-La Mancha no reúne las condiciones de una carretera Nacional. En más de la mitad del trayecto se recomienda no pasar de 70 kilómetros por hora de velocidad

Un día después de conocerse que tras cinco años de trámites el Gobierno ha echado abajo el tramo de la autovía A-40 Teruel-Cuenca por su impacto ambiental, los problemas de la carretera que une estas dos capitales aparecen con toda su crudeza. La negativa del Ministerio de Medio Ambiente obligará a turolenses y conquenses a circular por un eje impropio del siglo XXI, una época en la que se busca acortar distancias entre pueblos y hacer más seguros los desplazamientos.


Para ir de Teruel a Cuenca, separadas por 148 kilómetros que discurren por la N-330 y la N-420 entre Aragón, Valencia y Castilla-La Mancha, hay que agarrarse bien, porque vienen curvas. Y muchas. Bueno, no solo curvas, hay también grietas en el asfalto, baches, badenes, parches de alquitrán, varios puertos de montaña -si bien no son de primera- y tramos de hasta 30 kilómetros sin arcén en los que el más mínimo despiste arroja al conductor a un huerto o le hace llevarse por delante a la vecina de Libros que vuelve de comprar el pan.


Es una carretera ideal para relajarse contemplando las riberas del Turia, el Cabriel y el Ebrón, las escarpadas montañas de rodeno y los pinares del puerto del Hontanar (Rincón de Ademuz), pero infame si hay que llegar a un destino con el camión cargado de arena, ganado o madera. Esta odisea cuesta dos horas y 30 minutos de coche.


Nada más salir de Teruel por la N-330 (Alicante-Francia), uno busca el momento de acelerar, pero es imposible. Primero viene una zona poblada de masías antiguas y no se puede ir a más de 60 kilómetros por hora, luego llegan las travesías urbanas de Villastar y Villel en las que hay que reducir hasta 50 por hora. En esta última, los vecinos denuncian que los camiones pasan tan cerca de las casas que cada semana hay que reponer los pivotes que las separan de la calzada en la curva de entrada al pueblo.


Un bien para la sociedad


"No hay dinero, esa es la cuestión y no otra", afirmó convencido José Martínez, el dueño de uno de los bares de Villel. "Yo sé que la autovía me hubiera quitado clientes, pero me da igual, hubiese sido un bien para la sociedad. Estamos hartos de esta carretera y siempre tenemos que quedarnos sin comunicaciones los más débiles", dijo ayer con el asentimiento de su esposa, Pilar Dasi.


De vuelta a la carretera, las señales recomendando una velocidad de 70, 60 ó 50 kilómetros por hora, no desaparecen. No hay arcenes y, por tanto, no se puede correr. El tráfico no es muy elevado, pero los camiones cargados con arena de las minas de Riodeva son abundantes en este tramo y su gran volumen les obliga a ocupar parte del otro carril, lo que hace muy peligroso un adelantamiento.


En Libros, atravesado también por la N-330, la primera lección que aprenden los niños es que hay que tener cuidado con la carretera. Así lo relató la concejala de Cultura, Carmen Cortés, para demostrar hasta qué punto esta travesía marca la vida de los habitantes. "Aquí pasarán 700 u 800 camiones al día. Los chavales miran varias veces a un lado y a otro antes de cruzar con sus bicicletas. Es un peligro constante", dijo.


Al entrar en la Comunidad Valenciana, a unos 35 kilómetros de Teruel, la N-330 sigue hacia Utiel (Valencia) -por cierto, a través de una montaña partida literalmente por la mitad pese a estar poblada de pinos como los del trayecto dejado atrás-. Pero para ir a Cuenca hay que desviarse por la N-420 (Córdoba-Tarragona) y seguir a 70 y 50 kilómetros por hora de velocidad. Por fin, pasado Los Santos, en el enclave valenciano del Rincón de Ademuz, aparece la primera señal en todo el recorrido que permite poner el coche a 100 por hora. Hasta su entrada en Castilla-La Mancha por la provincia de Cuenca, esta carretera ofrece muy buenas condiciones.


Una vez en territorio conquense, lo bueno se acaba y la carretera vuelve a recordar el trayecto Teruel-Libros. Ya no discurre tan encajonada y tiene arcenes, pero el firme está destrozado, con zonas desgastadas, grietas y baches. Tampoco se puede pasar de 70. Una vecina de Salinas del Manzano, Sara López, resaltaba que el ruido de coches y camiones por el pueblo les tiene "cansados" y que "mejor sería que hicieran la autovía". Al salir de esta población, hay que ir a 60 por hora a lo largo de 19 kilómetros porque están llenos de curvas. Es la Serranía de Cuenca.


La llegada a la ciudad de Cuenca, por fin, es otro mundo. El espacio y las comunicaciones se abren. Carreteras amplias, rotondas inmensas que permiten ir en todas las direcciones y la embocadura de la A-40 que, esta vez sí, cruza montañas y pinares camino de Tarancón y Madrid.