SECUELAS DE LOS INCENDIOS

Tras las llamas, desolación

El pastor marroquí Hammid tan apenas habla el castellano, pero con gestos expresivos describe la magnitud de la catástrofe medioambiental que ha sufrido la Zoma, pequeña localidad del entorno de Aliaga, en cuyos alrededores intenta pastar el ganado que atiende desde hace unos pocos años. "Mucho, mucho mal", proclama. El medio millar de ovejas se lanza balando para calmar una sed, acumulada estos días de brasas y humo, a una balsa desde la que solo se divisan ennegrecidos montes y pastos reducidos a cenizas. Son los mismos animales que el miércoles tuvieron que ser desalojados a toda prisa del corral en el que descansaban en la zona de Majalinos. El pastor dice que la explotación es hoy un montón de escombros.


En los rostros de las gentes de los pueblos y barrios del entorno de Aliaga predominaban ayer la tristeza y rabia. "Es una pena ver todo esto; toda nuestra riqueza natural, el único recurso que nos quedaba, destruido en unos pocos días", señalaba Ramón Domingo, uno de los escasos agricultores y ganaderos que aún quedan en Cirujeda, barrio de Aliaga. El hombre recuerda el pino "milenario que para rodearlo hacían falta cinco personas", que ha sucumbido a las despiadadas llamas. "Estaba en la partida Las Cobatillas y allí acudían muchos turistas para contemplar el fenómeno de la naturaleza", dice con pesar.


En las sinuosas carreteras de la comarca hay ahora un continuo trasiego -difícil de ver el resto del año- de todo terrenos de forestales y de militares, de curiosos ciclistas y de vehículos de los medios de comunicación que buscan la última noticia y se adentran por caminos forestales, en los cuales todavía es posible observar las marcas que han dejado estos días las máquinas pesadas intentando habilitar cortafuegos. Sorprende, sin embargo, el estremecedor silencio que invade el monte, despojado de cualquier especie viva. Son los paisajes de la desolación.