La primera fotografía de los Amantes de Teruel

La imagen tomada a finales del XIX muestra a las momias en vertical y fue difundida en diversas publicaciones

Fotografía de 1865 de los amantes de Teruel tomada por José Martínez Sánchez. Hoy se encuentra en el catálogo de la Biblioteca Nacional del España
La primera fotografía de los Amantes de Teruel
José Martínez Sánchez

En 1865 José Martínez Sánchez, uno de los pioneros de la fotografía en España, captó la que se considera la primera fotografía de las momias de los Amantes de Teruel, una imagen impactante que captaba el afán de los turolenses del siglo XIX por hacer visible el drama de sus enamorados.


Martínez Ruiz, de origen valenciano, se asoció con Jean Laurent y ambos recibieron el encargo del Ministerio de Fomento de fotografiar las principales obras públicas españolas, lo que llevó a Ruiz hasta Teruel para fotografiar Los Arcos,


"Posiblemente se trata de una de las primeras fotografías documentadas de la ciudad de Teruel", explica Antonio Pérez, estudioso de la fotografía en la ciudad. "Era un trabajo muy amplio y recorrieron la península, porque estas fotografías las encargaron para la Exposición Universal de París de 1867", explica Pérez. Pero además del viaducto de Teruel, en su paso por la ciudad el fotógrafo tomó una imagen del busto de Clemente VIII, el 'antipapa', el turolense Gil Sánchez Muñoz, y también la que sería la primera fotografía de los restos considerados de los amantes. Estas imágenes forman parte en la actualidad de los fondos fotográficos de la Biblioteca Nacional de España.


Los cuerpos atribuidos a los amantes se desenterraron en la Iglesia de San Pedro definitivamente en 1619, y a partir de esa fecha los restos fueron mostrados al público como símbolo de la autenticidad del relato y de la propia tradición.

"Antes de esta primera fotografía lo que había eran grabados", explica el investigador José Luis Sotoca. "El más antiguo y significativo es de 1708, y en él están representados en un armario que estaba inserto dentro del claustro de la Iglesia de San Pedro, que se abría y cerraba para enseñar las momias a quienes pasaban por Teruel". Aquellos primeros grabados fueron reproducidos en las diversas publicaciones que se sucedieron en torno a la leyenda a lo largo del siglo XVIII y XIX, como en la obra 'Historia de los Amantes de Teruel' (1854), del escritor turolense Esteban Gabarda.


Y tras esta primera fotografía de José Martínez Sánchez llegaron más en el último tercio del siglo XIX y principios del XX, "pero la reproducción de los amantes de Teruel desaparecen una vez que los meten en unos sarcófagos sin tapa", explica Sotoca.Difusión en Estados Unidos

Aquella primera instantánea sería un material gráfico de excepción en los relatos sobre la pareja enamorada, que llegaría hasta los Estados Unidos de la mano del hispanista Archer M. Huntington. El magnate y coleccionista americano, amante de lo español y promotor de la Hispanic Society of America en Nueva York a principios del siglo XIX, recorrió España para impregnarse de la esencia de sus pueblos y ciudades, andanzas que recogería en su 'Cuaderno del norte de España' de 1898, ('Note-Book in Northern Spain'), donde documenta la leyenda, si bien deja constancia del desconcierto que le provoca la exhibición de los esqueletos en un armario de nogal cubiertos por unas escuetas faldas de gasa y sugiriendo la mirada entre ambos: "Es imposible concebir algo más grotesco o divertidamente horrible", concluía.


Una exhibición en vertical lúgubre e impúdica por ese afán de dejar constancia de la historia y del símbolo, y también "porque era el siglo XIX, ese romanticismo y esa necromancia en la época gustaban, y hasta 1902 no las ponen tumbadas", explica Sotoca, quien subraya que en ese siglo XIX no es solo que cobra relevancia esa presencia física de los restos, es que "es el teatro también, hay una eclosión de autores que popularizan el drama, porque hasta el siglo XIX hay muchas referencias pero son casi todas eruditas".


A comienzos del XX los restos se trasladan a unos sepulcros de madera con tapa de cristal, y vivirían después otro traslado durante la Guerra Civil, a los sótanos del Convento de las Carmelitas descalzas de Teruel, donde se consideraban más protegidos.


Ya en 1955 la ciudad de Teruel conmemoró el IV centenario del descubrimiento de las momias y se encargó al escultor Juan de Ávalos el mausoleo de alabastro que hoy puede verse en el actual mausoleo, inaugurado en 2005.