Teruel

Proyecto 'Apadrina un abuelo' en Teruel: "Es una alegría inmensa poder hablar un rato con los jóvenes"

Cada viernes, 24 alumnos del Colegio Las Viñas conversan y juegan con 12 mayores de una residencia. Se han hecho amigos y aprenden unos de otros  

Marino, Esther y María Dolores, ante una partida al juego de la Oca en la residencia.
Marino, Esther y María Dolores, ante una partida al juego de la Oca en la residencia.
Javier Escriche

María Dolores Esteban llegó hace tres meses a la Residencia El Seminario de Teruel con bastón y ahora no necesita ese elemento de apoyo y es capaz de dar cuatro vueltas al patio a paso ligero. No es solo que en este centro haya encontrado el hogar que necesitaba, sino que, según admite, el programa ‘Apadrina un abuelo’ puesto en marcha por Cáritas y el Colegio Las Viñas le ha devuelto una parte de la motivación vital que le quitó el paso del tiempo. El proyecto, importado de Gerona, pone en contacto todos los viernes por la tarde a 12 mayores y 24 adolescentes. Juntos juegan al parchís y a las cartas, planean excursiones y, sobre todo, conversan.

“Es una alegría inmensa poder hablar un rato con los jóvenes; me encanta y lo pasamos genial”, asegura María Dolores, que antes de ir a la residencia conoció el dolor y la soledad al fallecer repentinamente su hijo, con el que vivía. Ella aporta consejos a los alumnos de Las Viñas que acuden a hacer compañía a los mayores. “Les digo que no olviden que el tiempo pasa, que no es bueno estar solo y que deben querer mucho a sus padres”, explica.

Decorar el árbol de Navidad fue tarea de jóvenes y mayores.
Decorar el árbol de Navidad fue tarea de jóvenes y mayores.
Javier Escriche

La experiencia, que se extenderá a otros centros si resulta positiva para sus participantes, está siendo muy bien valorada por los trabajadores del geriátrico que se ocupan del cuidado de los residentes. “Los mayores recuperan las ganas de participar en actividades y eventos y eso mejora su estado cognitivo y físico”, subraya la terapeuta ocupacional Andrea Giménez.

Bailar es una de las actividades que algunos viernes se llevan a cabo en la residencia El Seminario.
Bailar es una de las actividades que algunos viernes se llevan a cabo en la residencia El Seminario.
Javier Escriche

También los alumnos de Las Viñas que se han implicado en este voluntariado aplauden la idea. Y es que, según dicen, no se van de vacío después de haber pasado la tarde con personas que les sextuplican la edad. “Muchas veces, he venido con mis problemas a cuestas y me he ido mucho más tranquila, porque me han escuchado con paciencia y me han hecho sentir mejor”, explica Esther Hernández, de 14 años. “Para nada siento que pierda el tiempo acompañando a estos mayores; no quiero que estén solos y lo paso bien jugando con ellos”, añade.

Para Marino Clemente, que lleva dos años en la residencia tras ingresar allí durante el confinamiento por la pandemia de covid, el programa es “toda una aventura social”. “Estos chicos nos llevan ventaja, han tenido mucha más formación que nosotros y conocen más mundo, así que aprendo un montón con ellos”, dice entre risas. Lamenta que en su época no existiera la cercanía intergeneracional que hay ahora. “A los padres se les trataba de usted y todo se regía por el sistema ‘ordeno y mando’”, recuerda.

La trabajadora social del centro, Vanesa Julián, estima que, a cambio del aire fresco que aportan, los jóvenes se llenan los bolsillos de “sabiduría y ternura”. Por su parte, las responsables del proyecto en Cáritas, Loles Esteban y Marta Sanz, creen que es importante que los adolescentes descubran la tarea del voluntariado social. Cuentan que, salvada la timidez del primer día, los jóvenes no ven ahora el momento de despegarse de sus “nuevos abuelos”.

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