Compartir mesa y menú con cuatro frailes en el Monasterio de Estercuel

El Monasterio del Olivar, en Estercuel, abre sus puertas al turismo. La comida es igual para todos, religiosos o visitantes, un baño de humildad en tiempos pospandémicos.

Comida en el Monasterio del Olivar de Estercuel en el que los monjes comparten la comida con los huespedes hospedados en el monasterio. Foto Antonio Garcia/bykofoto. 8/4/22[[[FOTOGRAFOS]]]
La comida se sirve en una larga mesa del amplísimo refectorio, a la que se sientan los clientes.
Antonio García/Bykofoto

Está en Tripadvisor, pero no es un restaurante más. Comer en el Monasterio de Santa María del Olivar de Estercuel es una experiencia con la que algunos de los clientes que llegan a través de esta plataforma de reservas flipan. Se comparte mesa y conversación -esto último, quien lo desee- con los cuatro frailes mercedarios del convento y el menú, muy tradicional, es el mismo para todos, no hay carta.

"Se cocina al estilo del monasterio y sin privilegios, salvo que alguien tenga alergia a algún producto", explica Fray Fernando Ruiz, superior de la abadía, a la que llegó hace cinco años tras ser misionero en Venezuela y Guatemala. "Si un día hay un cumpleaños, la tarta es para todos", aclara mientras sirven en la mesa el primer plato, ensaladilla rusa.

El monasterio, el único masculino habitado en Aragón, ha abierto sus puertas al turismo para poder conservar en buen estado el monumental edificio -mide 10.000 metros cuadrados- y, sobre todo, convertirse en motor de desarrollo de la comarca. Su amplísimo refectorio es ahora una opción para hacer un alto en el camino y almorzar por 13 euros entre semana y 15 euros los domingos, lejos del mundanal ruido, a 11 kilómetros de la N-211.

Comida en el Monasterio del Olivar de Estercuel en el que los monjes comparten la comida con los huespedes hospedados en el monasterio. Foto Antonio Garcia/bykofoto. 8/4/22[[[FOTOGRAFOS]]]
Una de las cocineras reparte el alimento en los platos antes de servirlo en la mesa
Antonio García/Bykofoto

También se puede cenar, pero las familias con niños deben tener en cuenta que, por la noche, casi siempre hay verdura de la que se cultiva en los huertos de la abadía: acelgas, borrajas o cardos. No obstante, Ruiz quita hierro al asunto. "La verdura es un arte y, aquí, las bandejas se vacían", sentencia cuando los comensales degustan ya el segundo plato: pescado con salsa de almejas y zanahorias. En el centro de la kilométrica mesa, solo ocupada por una docena de personas, hay botellas de agua y vino y pan de Villarluengo. "Siempre que podemos, los alimentos son del terreno", aclara.

El lugar ofrece también alojamiento sin dejar de lado la austeridad monacal. En las habitaciones no hay televisión y la calefacción funciona solo un rato por la noche y otro por la mañana, ya que durante el día se puede estar en los salones comunes, uno de ellos con chimenea. "Los pasillos están helados", admite Ruiz.

Uno de los convidados a la mesa, Marco Velasco, explica que es cazador y viene desde Madrid varias veces al año. "El sitio es maravilloso y me encanta cenar aquí en invierno, con el trato tan cercano que ofrecen los mercedarios", señala. Enrique Arnao, también de Madrid y piloto de aviación ya jubilado, está en la abadía en busca de paz y armonía. "Mi vida, por mi profesión, fue muy intensa, ahora necesito días de retiro", explica.

Sin apartarse del recogimiento, los frailes del Olivar han decidido atraer visitantes formando equipo con otros recursos turísticos de la zona. "El balneario de Ariño nos envía gente y nosotros la enviamos a las Grutas de Cristal de Molinos", dice Ruiz. "No podemos actuar en solitario, buscamos un planteamiento comarcal", añade. "De ninguna manera -destaca- podíamos tener este rico patrimonio sin transmitirlo al resto de los habitantes. El modelo antiguo ya no sirve".

Entre personal de cocina, limpieza, mantenimiento, administración y recepción, el convento ha creado ya nueve puestos de trabajo que ocupan vecinos de la zona. El edificio, con 800 años de antigüedad, evoluciona hacia la sostenibilidad y aspira a obtener electricidad con un parque solar y a que el agua que se sirve en la mesa proceda de la fuente cercana. Integrado en la naturaleza, los corzos y las cabras se acercan a diario. Este invierno, un zorro ha estado comiendo de la mano de los frailes, ahora preocupados porque el animalillo ya no acude.

Con los postres -fruta fresca, flan casero y café cargado-, Fray Fernando regala a los comensales una reflexión al hilo del tema que ha tenido ocupado al mundo en los últimos dos años: la pandemia. "En Europa, dábamos por descontada la vida, pero no es así; la vida es algo muy frágil".

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión