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La Panadería Belpan, en La Iglesuela del Cid, o cómo seguir adelante a pesar de todo

Rubén Beltrán abrió el negocio hace 21 años y asegura estar atravesando la peor época. Ha tenido que pedir financiación y llegó a tener a toda la plantilla a media jornada.

Panadería Belpan, en La Iglesuela del Cid.
Panadería Belpan, en La Iglesuela del Cid.
Heraldo

Hubo una época en la que Rubén Beltrán tenía que decir que no a nuevos clientes porque no llegaba a todo. Es el dueño de la Panadería Belpan, en La Iglesuela del Cid, una localidad del Maestrazgo muy próxima a la provincia de Castellón, donde se encuentra buena parte de su clientela. Aquellos tiempos de bonanza nada tienen que ver con los dos últimos años. Desde que la covid-19 estalló, Rubén calcula una reducción de la facturación de algo más del 50%. Eso en términos de barras de pan, pero si se va al detalle, la caída de las ventas de pastas y otros productos artesanales ha sido del 98%.

Con estas cifras, Rubén se ha visto obligado a pedir financiación al banco y, pese a aguantar el primer año de la pandemia sin tocar la plantilla, en octubre de 2020 tuvo que solicitar un ERTE. Eran nueve empleados y, durante un tiempo, todos trabajaron a media jornada.

El principal problema por el que se ha llegado a estas cifras es que la panadería Belpan se nutre, fundamentalmente, de bares y restaurantes de la provincia de Castellón y también vive del turismo, con la venta directa de sus productos en varios establecimientos de los alrededores. Con la pandemia, estas dos principales patas del negocio de Rubén, turismo y restauración, se han visto muy afectadas, de ahí las pérdidas. “Con los aforos reducidos de los bares, no necesitan tanto pan y con los cierres perimetrales, sobre todo los de las Comunidades Autónomas, hemos notado mucho que los turistas no podían venir”, lamenta Rubén.

Natural de La Iglesuela del Cid, con tan solo 21 años Rubén decidió abrir su propio negocio, un horno de pan. En su familia no hay tradición en este gremio pero sus padres tenían hasta hace unos meses una tienda en el pueblo. Él, que tenía claro que allí es donde quería echar raíces, cogió el traspaso del horno y, al principio, solo prestaba servicio en La Iglesuela.

Con el tiempo, el negocio fue creciendo y Rubén compró y acondicionó como horno el local anexo a la tienda de sus padres. “Aquí tengo más espacio y puedo trabajar mejor con las nuevas técnicas”, explica. Esto le permitió además ampliar su radio de acción y empezar a trabajar con restaurantes, bares y tiendas de la zona. Así, desde hace 15 años, se realiza una ruta diaria para repartir sus productos. Actualmente, es de 90 kilómetros a la redonda.

Rubén Beltrán elabora sus panes con masa madre, amasado lento y fermentación larga.
Rubén Beltrán elabora sus panes con masa madre, amasado lento y fermentación larga.
Heraldo

La barra de pan común es lo más solicitado, pero también vende muchas cañadas, un pan de aceite típico de la provincia de Teruel. En cuanto a la bollería, triunfan las tortas de alma, que están rellenas de confitura de calabaza. Magdalenas, rosegones, rollos de anís y de huevo, mantecados de almendra y cocos son otras de las especialidades de esta panadería. Como denominador común, una cuidada elaboración, basada en la receta de la abuela y donde no se entiende de colorantes ni conservantes.

Una situación que agota psicológicamente

Tras 20 años de crecimiento y bonanza, hace dos que una pandemia se cruzó en el camino de Rubén para trastocar todos sus planes. Justo antes, si saber lo que iba a suceder, compró una casa al lado del horno para seguir ampliando el negocio. “He invertido mucho así que ahora solo puedo seguir trabajando para ir pagándolo todo”, asume.

Una tarea nada fácil cuando, a día de hoy, apenas un establecimiento de La Iglesuela está abierto y tiene a media plantilla confinada por contagios. “Tengo que trabajar más horas para cubrir a los que no están”, explica. Así, su jornada laboral, que de por sí ya es dura porque como buen panadero comienza a las doce de la noche, todavía está siendo más complicada estos días. En circunstancias normales, el equipo lo forman cuatro personas que se dedican a la fabricación y elaboración en el horno y otras dos, a media jornada, que se ocupan del reparto.

Por suerte, los veranos han sido buenos, con mucho turismo, pero aun así, Rubén ha notado que no ha habido fiestas ni celebraciones de ningún tipo, por lo que la facturación, incluso siendo mejor que la del resto del año, ha sido muy inferior a la anterior a la covid. “También hemos notado mucho la limitación de aforos en restaurantes. Al tener menos espacio no pueden servir tantos menús por lo que necesitan menos pan”, explica.

Con este panorama, Rubén afronta el día a día con mucha incertidumbre y, reconoce, “pocas ganas”. “Yo tenía pensado ampliar el negocio y buscar más clientes pero ahora está todo muy paralizado”, relata, sobre una situación que, confiesa, “agota psicológicamente”. “Pensábamos que esto iba a terminar pero visto cómo han ido las navidades uno ya no sabe qué pensar”, añade. “Tampoco he podido optar a ninguna ayuda gubernamental porque no me he visto obligado a cerrar y la facturación no ha bajado tanto como era necesario”, explica.

Las circunstancias no acompañan pero Rubén tiene claro que solo hay una opción, y es seguir hacia adelante. Con más o menos plantilla, con turistas o sin ellos, con pocas o muchas ayudas, pero para recuperar lo invertido y poder seguir pagando los préstamos, retirarse ahora es implanteable.

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