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La tienda de alimentación de La Puebla de Valverde sufre más la despoblación que la covid-19

Teresa Górriz lleva el negocio desde hace 17 años y siempre ha tenido dificultades para sacarlo adelante, en parte porque los propios vecinos prefieren irse a comprar a Teruel.

Teresa Górriz lleva la tienda de alimentación de La Puebla de Valverde desde hace 17 años.
Teresa Górriz lleva la tienda de alimentación de La Puebla de Valverde desde hace 17 años.
Heraldo.es

“La despoblación rural empieza y acaba en los propios vecinos del pueblo”. Así de claras tiene las cosas Teresa Górriz, propietaria de la tienda de alimentación de La Puebla de Valverde, en la comarca de Gúdar-Javalambre, desde hace 17 años. Ella es natural de la vecina localidad de Mora de Rubielos pero desde que se casó vive en La Puebla, hace ya 30 años.

Antes de coger este negocio, había trabajado en la gasolinera del antiguo Ventorrillo y estar de cara al público es lo que más le gusta. Aunque este no siempre acompañe. Tras todos estos años de trabajo en un pueblo pequeño de la sierra turolense, Tere ha podido comprobar lo difícil que resulta sacar adelante un negocio como el suyo cuando los propios vecinos no colaboran. “La mayoría prefieren ir a hacer la compra a Teruel”, asegura.

Y es que, por suerte, la autovía comunica muy bien la capital de provincia con La Puebla de Valverde, que cuenta con salida directa desde la A-23. Esto hace que los 20 minutos de trayecto en coche compensen a buena parte de los vecinos para desplazarse a hacer sus compras semanales a la ciudad. “Van pensando que allí todo es más barato y luego se sorprenden cuando ven mis precios”, comenta Tere.

En su caso, la pandemia le dio la oportunidad, sobre todo durante los primeros meses de confinamiento total, de que muchos que no habían pisado en la vida su establecimiento lo tuvieran que hacer. Aunque fuera por obligación, descubrieron que en la tienda de Tere se puede encontrar casi de todo. Y de lo que no hay, se encarga. “Entonces conocí a gente que antes de la pandemia no comía y, cuando pasó lo peor, ha vuelto a dejar de comer”, dice Tere, irónicamente, refiriéndose a este vaivén de clientes según las restricciones de movilidad permiten o no viajar a Teruel capital.

Aunque casi dos décadas después no se cansa de exponer la situación que vive, era algo que intuía incluso antes de hacerse con el negocio. “Ya sabía de antemano que este pueblo para el comercio era complicado. Me lo habían advertido pero lo cogí porque a mí me gusta este trabajo y no quería que el pueblo se quedara sin este servicio”, reconoce. Tras jubilarse los primeros dueños, quien se puso al frente del establecimiento después de ellos desapareció de la noche a la mañana. “Un buen día nos levantamos y no había tienda ni había nada”, recuerda Tere. Entonces, el Ayuntamiento se hizo con el local y se lo alquiló a ella, que paga una cuota mensual por su uso.

Desde aquello hace ya 17 años, el tiempo que Tere lleva al frente de una tienda que más que un negocio es un servicio para el pueblo. “Los que se van fuera a comprar no son conscientes de que si nos quedamos sin tienda todavía vendrá menos gente. Aunque quienes vienen de visita se traen su propia comida, saber que existe este establecimiento es un plus”, asegura.

Tere no quiere que el pueblo pierda el servicio de tener una tienda.
Tere no quiere que el pueblo pierda el servicio de tener una tienda.
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La Puebla de Valverde tiene un censo de 400 habitantes y, aunque es un municipio que multiplica su población en los meses de verano, no es suficiente para la viabilidad de la tienda. “Vienen turistas pero con tener mucha faena del 1 al 15 de agosto no se puede vivir todo el año”, reconoce. Por eso, aunque le consta que la rutina de sus vecinos no es nada personal y lleva 30 años viviendo en una localidad que ya considera casi suya, no desiste en pedir más colaboración con los negocios locales.

En su establecimiento se puede encontrar prácticamente de todo, excepto carne, ya que en el pueblo hay carnicería. El pan y los dulces artesanos se los llevan del horno de Cedrillas y, del resto de productos básicos, si algo se demanda mucho, Tere lo pide a sus proveedores y al día siguiente lo tiene en la tienda. A temporadas vende también productos de la zona, como miel casera, y ha llegado a tener artesanía de Punter.

Con la llegada de la pandemia, la situación no ha cambiado mucho. Durante el estado de alarma sí que notó que los vecinos no podían ir a Teruel, aunque pasaron semanas. “Conforme se iba viendo lo que se venía encima, se cargaron de compra en los grandes supermercados de la capital”, recuerda Tere. Fue al quedarse sin reservas cuando empezaron a acudir a su tienda, donde durante unas semanas y como en todos los negocios de alimentación, triunfaba la harina y la levadura.

De un tiempo a esta parte, también ha empezado a vender comida para mascotas o tierra, productos que hasta ahora no se demandaban. “Estar tan bien conectados con Teruel facilita que me lleguen rápido los pedidos. Además, los comerciales han trabajado muy bien y si me faltaba algo, lo traían al momento”, asegura.

La mayoría de los clientes de la tienda de Tere son personas mayores del pueblo de toda la vida. Un público que sobre todo durante los primeros meses de la pandemia, procuraba no salir de casa para nada. Por este motivo y para garantizar su seguridad, durante el estado de alarma, el Ayuntamiento puso a un operario municipal a repartir la compra por las casas. “Me pasaban la nota de cada vecino, yo preparaba el pedido y al final de la mañana se lo llevaban”, explica Tere, que también hizo algunos repartos por voluntad propia. Este servicio se prestó de forma totalmente gratuita y también llegó a los hogares donde había algún contagio y estaban aislados.

Con la situación ya más o menos estabilizada, Tere tiene muy claro que en cuanto dejen de salirle las cuentas, cerrará la tienda. “El día que empiece a perder dinero me iré”, asegura. Y es que aunque vivir en un pueblo siempre parece que es más rentable, la cuota de autónomos que paga es la misma que la de cualquier otra persona que saca adelante su negocio en una ciudad. También tiene que hacer frente al alquiler y a otros gastos, como el de la luz que, matiza, “cada día está más cara”.

Habitualmente está ella sola al frente de la tienda pero en verano, cuando hay más trabajo, le ayuda su hija y suele contratar a alguien a tiempo parcial. Esto sucede sobre todo en el mes de agosto que, aunque a veces llega a ser “agobiante”, es cuando más clientes tiene, por lo que hay que aprovechar. “Durante el resto del año abro de lunes a sábado, por la mañana y por la tarde, pero en agosto también los domingos”, explica.

Pese a estos reclamos, Tere confiesa que le gusta su trabajo y que estar de cara al público le ha hecho incluso aprender mucha psicología. Pero también tiene claro que ni de mano izquierda ni de subvenciones ni de turistas se puede vivir y que la solución solo está dentro del pueblo. “Como decía mi padre, -parafrasea Tere-, ‘compra en casa, vende en casa y harás casa’”.

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