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La Maravilla: ‘Take away’, carretera y manta

La familia que regenta este establecimiento ubicado en Urrea de Gaén desde hace 56 años decidió montar su propio servicio de reparto dando servicio a los pueblos de la zona.

Andrea Vallespín, en La Maravilla.
Andrea Vallespín, en La Maravilla.
Heraldo

“Íbamos mi hermano y yo, cada uno con nuestro coche, y quedábamos en algunos cruces para intercambiarnos el único datáfono que teníamos en ese momento”, rememora Andrea Vallespín. Con tan solo 30 años, se encuentra a cargo del negocio familiar, el restaurante La Maravilla, ubicado en Urrea de Gaén; localidad que cuenta con en torno a unos 400 habitantes. Se trata de uno de esos lugares de Aragón en los que el sector de la hostelería vive de la gente de paso. Algo que hace meses que no ocurría hasta la reciente apertura de las provincias aragonesas.

Fundado por Francisco y Manuela, sus abuelos, hace 56 años; éstos le pasaron el testigo a Juan José Vallespín y Amparo Millán en 1989. Andrea ha pasado toda su vida entre los fogones del restaurante familiar. “Desde niña quería estar en el meollo. Se ponía a fregar sobre una caja de cerveza porque ni llegaba a la fregadera, pero no podía estar quieta ni un segundo”, afirma su madre. Sin embargo, cuando comunicó en casa que quería adentrarse en el mundo de la cocina de manera profesional, nadie daba crédito.

“Tenía un proyecto muy ambicioso y muy personal que parecía difícil de desarrollar en un lugar como este. Al principio nadie apostaba por ella”, reconoce su madre, Amparo, quien siempre la ha apoyado en cada paso que ha dado. Así fue cuando decidió abrir el único establecimiento rural del pueblo, La Casona, en noviembre de 2014.

"Si aglo hemos aprendido este año ha sido a improvisar. Ha sido una prueba de fuego"

Formada tanto en cocina como en sala entre las escuelas de TOPI y Miralbueno, compaginó sus últimos años de grado superior con la gestión de sendos establecimientos. “Mi sueño era formarme y aprender todo lo posible para traer mis conocimientos a mi pueblo, tenía claro que quería quedarme en casa”, admite. Sin embargo, en ninguna de estas escuelas le prepararon para la asignatura más difícil de todas pues era un escenario hasta la fecha inimaginable: cómo prepararse para una pandemia. “Si hay algo que hemos aprendido este año ha sido a improvisar. Ha sido una prueba de fuego”, reivindica Amparo.

Adrea Vallespín, en La Maravilla.
Adrea Vallespín, en La Maravilla.
Heraldo

Sin embargo, lo de sacarse las castañas del fuego no les ha pillado de nuevas. Al tratarse de una zona con pocos reclamos turísticos, incluso decidieron comenzar a realizar ellas mismas las visitas guiadas a la Villa Romana de la Loma del Regadío, un asentamiento integrado en la red de asentamientos rurales romanos, distribuidos uniformemente a lo largo del valle del Río Martín. “Pedimos la llave, nos aprendimos la historia, y a quien se alojaba en nuestro establecimiento le ofrecíamos la visita como un plus hasta que se contrataron guías turísticos. Hemos sido guerreras, guerreras”, admite Amparo.

Con el tiempo, La Maravilla comenzó a estar en boca de todos, sobre todo a raíz de ganar el primer premio de la Feria de la tapa de Andorra (Teruel) durante dos años consecutivos (en 2012 y 2013). Así pues, en enero de 2019 decidieron ampliar el local, tanto la sala, ubicada en la primera planta del establecimiento, como la cocina, la cual se le había quedado pequeña. “También creamos una zona chillout al aire libre con césped artificial y varios sofás y sillones en la planta de arriba”, explican.

Un año después de finalizar las obras, en marzo de 2020, llegaría la pandemia. “Teníamos todo lleno ese famoso fin de semana pero comenzaron a llamar para cancelar por lo que decidimos cerrar directamente y esperar a que pasase un poco todo”, relata Andrea. Lo que comenzó como algo previsiblemente pasajero, se prolongó durante dos meses marcados por el miedo y la incertidumbre.

“Comenzamos a adaptar la carta para envío a domicilio, era la única salida que nos quedaba. Recuerdo buscar tuppers por internet y que estuvieran agotados en todas las páginas. Fue verdaderamente estresante”, asevera. Adquirieron un par de contenedores de frío y se pusieron a trabajar. Su carta habitual dejó paso a las paellas, asados, raciones y bocadillos.

Todos a una, por el negocio familiar

Hasta su hermano, Juanjo, informático de profesión, se involucró para tratar de sacar adelante el negocio familiar, creando una aplicación para facilitar las reservas de pedidos y cogiendo su coche para apoyar a su hermana con los pedidos que llegaban de Albalate del Arzobispo, Híjar, La Puebla o las casetas de obra de los trabajadores de Vinaceite y de otros pueblos de la zona. “El sitio al que ir nos daba más o menos igual. No buscábamos beneficio económico, tan solo no tener que cerrar”, admite.

Adrea Vallespín, en La Maravilla.
Adrea Vallespín, en La Maravilla.
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“Compartíamos la ubicación por WhatsApp para saber dónde estábamos en cada momento y encontrarnos en los cruces para intercambiarnos el datáfono”, añade. Una vez volvieron a abrir los establecimientos, tuvieron que abandonar este servicio, aunque manteniendo la opción de recoger en el local. “Los peores meses han sido de noviembre a enero pues aquí hacía muchísimo frío como para estar en la terraza”, explica la hostelera, sin embargo, la gente seguía llegando, sobre todo los trabajadores de la zona: “Algo tenían que comer”.

Hoy lo resumen como un año de aventura y, sobre todo, de “tirar de ahorros”. “Ahora que vuelve el buen tiempo y se relajan las restricciones esperamos compensar y que vaya todo un poco a mejor. Mientras nos dejen trabajar, haremos todo lo que esté en nuestra mano par aguantar”, concluye.

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