las bodas de isabel de segura

Isabel muere sobre Diego ante el silencio de miles de personas

La escena final de Las Bodas de Isabel de Segura culminó con el cadáver de Diego e Isabel recorriendo las calles de Teruel al son de una marcha fúnebre.

Las timbaletas han contagiado tristeza, las campanas han repiqueteado a muerto y los cantos gregorianos de las beguinas han dado voz al sentimiento de lamento de la ciudad por la repentina muerte de Diego. Esa ha sido la sintonía de la mañana de este domingo en Teruel. A lo que se ha sumado el bullicio de las miles de personas que pasearon por las calles de la ciudad. Un ruido que solo ha callado el paso del cortejo fúnebre del de Marcilla y la escena final de Las Bodas de Isabel de Segura.

La sombra del gnomón del reloj de sol de la catedral se ha dibujado rotundamente sobre la fachada cuando los comadreos llegaban a su fin. Las voces de estas elucubraciones y cotilleos se han mezclado con los sonidos que acompañaban a Diego, provenientes de las calles aledañas. Reyes y mendigos han compartido las caras serias y gestos compungidos. El olor a incienso conquistó la plaza. La larga comitiva que ha precedido al cadáver de Diego, portado en una peana por los templarios, ha provocado la admiración de los presentes. Eso entre el público, sobre el escenario se han celebrado los ritos religiosos, los almogávares le han rendido honores, le han cantado y sus allegados le han dedicado unas palabras.

"Esta mujer nunca fue mía, era esposa de don Diego desde que le juró amor"

Un dama con el rostro cubierto, pero los sentimientos a flor de piel, ha irrumpido rauda y veloz. "Es Isabel", han cuchicheado en la primera fila. En efecto, era ella. Se ha dirigido al féretro de Diego, ha apoyado el rostro en la frente de su amado y ha dado el beso, ese que la noche anterior le había negado en el balcón. La de Segura ha levantado la mirada y se ha derrumbado: sobre el cuerpo sin vida de Diego ha encontrado su lecho de muerte. La han intentado reanimar, pero pronto han dado fe de que había perecido. A los pocos minutos yacían el uno junto al otro. Don Pedro de Azagra ha entrado en la plaza vociferando y se ha encontrado con la terrible estampa. Al principio renegó, pero pronto ha verbalizado su pensamiento: "Esta mujer nunca fue mía, era esposa de don Diego desde que le juró amor".

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