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“Vivo a 5 minutos del centro, pero tardo en ir un cuarto de hora por los obstáculos en la calle”

Ir del Arrabal y el Carrel a la plaza del Torico es una misión casi imposible para personas con movilidad reducida.

Problemas de movilidad en Teruel
Rosa María, con sus hijos, por una calle del Arrabal cuyas aceras son impractibles.
Antonio García/Bykofoto

Rosa María Ibáñez le echa valor, pero, aún así, llevar a sus hijos al colegio, ir a comprar al supermercado o acudir a la plaza del Torico para tomar un refresco le resultan a diario una misión casi imposible. El barrio en el que vive con su marido y sus dos hijos –Pol, de tres años, y Aína, de 14 meses–, entre el Arrabal y el Carrel, es una trampa para quien, como ella, se desplazan en silla de ruedas.

Aceras estrechas o inexistentes, baldosas levantadas o rotas, bordillos por todas partes, calles a las que solo se puede acceder por escaleras y coches invadiendo zonas peatonales son solo algunos de los obstáculos con los que se encuentra esta mujer en su deambular cotidiano, casi siempre con sus niños a cuestas por la corta edad de estos. Las barreras arquitectónicas que hay en los espacios públicos, extensibles, prácticamente, a todas las zonas de la ciudad que no sean el Centro Histórico, le obligan a transitar muchas veces por la calzada, junto a los coches en marcha, con riesgo de atropello para ella y sus hijos.

Un paseo por el barrio a su lado resulta muy revelador. Transitar por él no es solo una proeza para ella, lo es también para quienes llevan un carro de la compra, un cochecito de bebé –más complicado aún si es de gemelos– o usan bastones o andadores, como ocurre con muchos ancianos. “Estoy a cinco minutos del centro, pero yo empleo más de 15 en llegar hasta allí. Hasta el colegio habrá diez minutos, pero yo tengo que salir con media hora de antelación”, explica Rosa María. “Este es un barrio antiguo, lo sabemos, pero también aquí se está construyendo mucha vivienda nueva y hay parejas jóvenes con niños. Esta situación no es normal”, afirma.

Lo primero que echa en falta esta mujer al salir de casa es un mayor número de pasos de cebra. Solo hay uno, pensado para quienes se dirigen a la calle Mayor, pero si lo que quiere es moverse por otras vías, ese paso peatonal la deja lejos de donde desea ir. Ya en la calle Mayor, hay que tener mucha pericia en el manejo de una silla de ruedas para poder desplazarse por ella. El escaso espacio en las aceras, unido al deterioro de algunas de las baldosas de piedra de rodeno que las recubren, hacen aconsejable bajar de ellas, aunque esto suponga jugársela con los coches.

Bajar “de un salto”

Peor aún es desviarse por algunas de las vías próximas a la calle Mayor. El peatón se encuentra con aceras en las que el bordillo se ha rebajado solo en uno de sus extremos; una vez arriba, al llegar al final, toca bajar “de un salto”. En muchos casos, las bajantes de las viviendas vierten allí por donde pasan las personas. ”Los barrios y el Centro –mucho más cuidado– parecen dos ciudades distintas”, lamenta esta mujer, que explica que en la zona más cercana a la vía Perimetral hay tramos de aceras engullidos, literalmente, por la maleza.

No es solo una cuestión urbanística. La silla de ruedas de Rosa María –afectada por una enfermedad autoinmune antes ya de ser madre– no cabe en el ascensor de su centro de salud. Relata que tampoco las puertas de los cuartos de aseo de las habitaciones del hospital Obispo Polanco están adaptadas, como tampoco lo está el acceso a la sala de ecografías. La piscina climatizada o los parques infantiles de la ciudad “están también plagados de obstáculos”. Por último, lamenta que muchos comercios “tienen rampas inaccesibles o escalones que impiden entrar a personas con problemas de movilidad”. “Es hora –dice– de que eliminemos barreras, las ciudades del siglo XXI tienen que ser agradables para todo el mundo”.

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