Masegoso, el pueblo que renace en verano

La localidad, que perdió a su último residente fijo en 2014, revive en agosto con la llegada de veraneantes que disparan su población hasta los 120 habitantes.

La presencia de veraneantes en las calles de Masegoso contrasta con la despoblación invernal.
La presencia de veraneantes en las calles de Masegoso contrasta con la despoblación invernal.
Jorge Escudero

José María Lacruz, un jubilado barcelonés, trastea a la puerta de su casa de Masegoso y su esposa, Gloria García, no tarda en aparecer en la calle. Más adelante salen a su encuentro Juan José Pérez, también pensionista, y su mujer, Flora Barrera. La charla se anima con la aparición de Daniel Sánchez, un catalán que conoció el pueblo de la mano de un amigo, se enamoró del lugar y se compró una casa para veranear. Otras familias se suman a la reunión en la concurrida plaza Mayor. Medio centenar de personas viven estos días en este núcleo de la sierra de Albarracín, aunque el día de la fiesta patronal, el 15 de agosto, llegó a haber 120 residentes, una cifra astronómica comparada con la despoblación absoluta de los meses más duros del invierno.

Masegoso, uno de los dos núcleos que integran el municipio de Toril y Masegoso, es un ejemplo extremo del contraste entre la despoblación invernal del medio rural y la efímera repoblación del verano. Es, de momento, el último pueblo de la provincia en quedarse sin ningún residente fijo. El último habitante permanente del pueblo, un albañil, se marchó en 2014 a la vecina Terriente.

Algunos naturales del pueblo, como Juan José Pérez, se empeñan, no obstante, en evitar que Masegoso se convierta en otro pueblo fantasma de la provincia y vuelven con frecuencia desde las capitales en las que recalaron con la emigración –Barcelona, Valencia y Zaragoza, sobre todo– o se establecen de forma continuada desde la primavera hasta que arrecía el invierno. A pesar de sus esfuerzos y de la aceptable dotación de servicios e infraestructuras, durante varios meses, los más fríos, Masegoso se convierte en un despoblado.

La avalancha de veraneantes obliga a los servicios municipales a funcionar a pleno rendimiento para atender las necesidades. El alcalde, Javier Dalda, explica que al dispararse el consumo "no es suficiente con el agua rodada" y hay que bombearla desde pozos para cubrir la demanda, lo que eleva los costes. El camión de basura, que pasa de largo en invierno, recala ahora dos veces por semana para vaciar los dos contenedores situados a las afueras del pueblo.

Los veraneantes se quejan, no obstante, de algunas deficiencias que dificultan su estancia en el pueblo. La cobertura de móvil se limita a una sola compañía, internet no existe y las señales de televisión y radio son precarias. Aunque se desplazan a comprar a Teruel, en agosto pasan por el pueblo vendedores de fruta, de congelados y, cada dos días, el panadero de Terriente.

Aun con todos los inconvenientes, José María Lacruz, es un enamorado del pueblo, donde pasa medio año. "Me encanta este lugar, aunque yo no nací aquí. Me gustan el clima, la tranquilidad y el paisaje agreste. Esto no se ve en Cataluña". Aclara que está más entusiasmado con su casa del Masegoso que su propia mujer, natural de esta localidad. Y eso que cuando conoció el pueblo las calles eran de tierra y no había lavabos en las casas. Tenía que coger un barreño y llenarlo en la fuente pública para lavarse por las mañanas y el servicio era el campo abierto. Su esposa, Gloria, es menos bucólica y recuerda se marchó con 14 años a Barcelona, donde trabajó con el modisto Manuel Pertegaz y estuvo "muchos años" sin volver a la casa familiar.

Juan José Pérez no oculta la añoranza que le invade cuando se marcha del hogar en que nació. "Llevó más de 60 años viviendo en Zaragoza, pero sigo siendo de Masegoso –de hecho, es el teniente de alcalde del municipio–. Donde soy más feliz es viviendo aquí. Tengo huerto y una casa". Su mujer, natural de un pueblo vecino, reconoce, no obstante, que la temporada que pasa en Masegoso se le hace "larga" lejos de Zaragoza, donde viven sus hijos.

Recalcan que la despoblación invernal no es absoluta porque algunos de quienes se mudaron a pueblos cercanos vuelven cada fin de semana para echar un vistazo y también se pasan por aquí algunos cazadores. Un veraneante se lamenta de la distancia y las malas comunicaciones con los destinos de la emigración. "Si estuviera más cerca de Barcelona –a 5 horas de viaje–, muchas casas se abrirían todos los fines de semana, incluso en invierno", asegura.

El regreso estival de los emigrados, sus familias y amigos, inyecta vitalidad al pueblo, que ha constituido la Asociación Cultural de Masegoso, con medio centenar de socios para gestionar el centro social del pueblo. Allí disfrutan de servicio de cafetería y de un lugar para reunirse a la espera del invierno. En la pared, una foto en blanco y negro inmortaliza a los alumnos del último curso escolar que se impartió en el pueblo. En 1972, la escuela cerró y con ella la despoblación dio el paso definitivo.

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