Descarga de adrenalina en los cuatro toros ensogados del final de fiestas

El festejo taurino más auténtico de la Vaquilla se prolongó durante cuatro horas sin incidentes serios. Varios cientos de corredores participaron en un peculiar encierro con los astados sujetos con sogas.

Pequeñas becerras, en un acto infantil de la mañana.
Descarga de adrenalina en los cuatro toros ensogados del final de fiestas
Paco Gómez

El sofocante calor de la tarde no impidió que varios cientos de corredores participaran ayer en el ensogado, el acto más genuino de las fiestas de la Vaquilla que, según algunos historiadores, se remonta a la época medieval en su variante más antigua. Los cuatro toros de la ganadería de Teodoro Adell, de Castellote, propiciaron un gran espectáculo: corrieron por las calles del Centro Histórico con mucha fortaleza y sin mostrar desfallecimiento y, lo mejor, sin registrar incidentes serios. "Han estado muy bien presentados, rápidos y fuertes", señalaba uno de los miembros de la soga y baga, la veintena de hombres –y en los últimos años, algunas mujeres– que sujetan las cuerdas atadas a la testuz de los toros para evitar cogidas.

Ya de madrugada, el comportamiento de las cuatro reses había sido "impecable" durante su traslado desde la plaza de toros a los corrales de la Nevera, un recinto próximo al centro neurálgico de la ciudad que facilita el recorrido de los animales por la plaza del Torico y calles adyacentes.

Los toros tardaron entre siete y ocho minutos en realizar el trayecto, a lo largo del cual debieron atravesar el Viaducto nuevo. El más lento fue el ensabanado o jabonero, como se denomina a los toros de pelaje claro, un singular astado de casi 600 kilos de peso y carnes apretadas. El más rápido: un animal de color cárdeno de más de 400 kilos de peso, que dio "buen juego", a juicio de los corredores.

En el ensogado de la tarde –el más popular– se lucieron sogas nuevas con los colores granate y blanco que representan las tonalidades del escudo de la ciudad. Estas cuerdas ofrecieron más vistosidad al espectáculo taurino que, al igual que en los últimos años, incluyó el recorrido de la ‘Vuelta del ángel’. En este caso la carrera con los dos primeros toros se inició en su segundo turno, después de un paréntesis para merendar, desde la plaza de la Catedral, rememorando una antigua tradición que consistía en llevar al toro alrededor de la cárcel –ubicada en el edificio de la actual Escuela de Hostelería– con objeto de que los internos pudieran ver el festejo taurino.

Los toros corrieron a gusto sobre el asfalto, detrás de los vaquilleros más osados. El jabonero causó un mayor impacto por su envergadura y su níveo color. Tuvo un percance, no obstante; cayó cerca de los porches de Ferrán, si bien no tardó demasiado en levantarse.

En los minutos de descanso, entre toro y toro, el personal de protección civil, contratado desde hace unos años para evitar el acceso a la plaza del Torico de personas con mayor riesgo de caídas, se afanaba en desalojar del recinto a todos los niños que veía. "Con los ancianos es más complicado –subrayaba uno de los vigilantes–. Se resisten a irse y dicen que tienen mucha experiencia, con muchas vaquillas por delante".

Las cuatro ambulancias de Cruz Roja instaladas en los accesos a la plaza atendieron en poco tiempo a personas con torceduras y rasguños y contusiones por caídas y resbalones. Nada serio para un acto tan multitudinario.

Los niños tuvieron su momento taurino por la mañana con la salida por las calles de 5 vaquillas de menos de un año de edad.

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