Los irreductibles de La Estrella

Martín y Sinforosa, un matrimonio de octogenarios, son desde hace 45 años los únicos vecinos de La Estrella, una pedanía de Mosqueruela que llegó a tener 300 residentes.

Martín Colomer y Sinforosa Sancho, en la puerta de su casa, la única habitada de La Estrella.
Los irreductibles de La Estrella
Jorge Escudero

Martín y Sinforosa, un matrimonio de octogenarios, son los últimos residentes de La Estrella, una pedanía de Mosqueruela que llegó a rozar los 300 habitantes en los años cuarenta del siglo XX. Desde hace 45 años, la pareja se ha convertido en el único reducto de vida de un núcleo con medio centenar de casas situado en el fondo de un estrecho valle. Los dos ancianos no se plantean la posibilidad de dejar su hogar de toda la vida, una vetusta edificación contigua a la iglesia parroquial y también propiedad del Obispado de Teruel.

La vida de Martín Colomer, de 82 años, y Sinforosa Sancho, de 83, transcurre entre su casa, el corral y los campos de encinas que han plantado para la truficultura. Su irreductible presencia en el pueblo les ha convertido en un referente estatal en la resistencia contra la despoblación y les ha llevado a protagonizar reportajes en distintos medios de comunicación españoles y extranjeros. Martín asegura que nunca se aburre, porque "el que no encuentra trabajo en el campo es porque es un gandul".

Aislados por la nieve

Los dos ancianos, con un buen humor envidiable, afirman que mientras el cuerpo les aguante seguirán en su casa de La Estrella, a 25 kilómetros de Mosqueruela, 12 de ellos por una pista de tierra muy deteriorada por el último temporal de nieve –que les mantuvo incomunicados durante ocho largos días–. El acceso rodado se cortó con las primeras nevadas el día 19 de enero y no se abrió hasta una semana después.

Martín afirma que no estuvo preocupado en ningún momento. "Qué va, no hubo ningún problema", responde displicente cuando se le interroga por su estado de ánimo durante la nevada, que cubrió el pueblo de una capa de 35 centímetros de nieve –llegó a superar el metro de espesor en el camino de acceso–. "Teníamos patatas, arroz, jamón y gallinas en el corral. No hubo ningún peligro", asegura. Por si acaso, un helicóptero de la DGA aterrizó a las afueras del pueblo guiado por el juez de paz de Mosqueruela para comprobar que los dos correosos ancianos estaban bien.

Martín llegó a La Estrella procedente de una masía de la vecina Villafranca del Cid (Castellón) en los años cuarenta del siglo XX dentro de la política del Gobierno de vaciar las casas de campo para acorralar al Maquis. Sinforosa nació en el barrio de Mosqueruela, al igual que su madre y su abuela. Nunca ha cambiado de residencia, con la única salvedad de una estancia hospitalaria hace unos años a raíz de una fractura en la pierna por una caída accidental en casa. Ni siquiera entonces le "pasó por la cabeza" la idea de irse a vivir a la casa que compraron en Villafranca, donde reside su único hijo, Vicente. "Quería volver a mi casa, porque tengo animales y porque aquí me crié", sentencia.

Martín sale del pueblo cada sábado para ir a Villafranca –que celebra ese día su mercado semanal– y ver a su hijo. Aprovecha para hacer la compra, y vuelve a casa. Sinforosa prefiere quedarse en la Estrella al cuidado de los animales del corral y de la legión de gatos que espera a la puerta de casa su ración de comida. No tiene ningún reproche para los vecinos que se marcharon –los últimos, un matrimonio de avanzada edad que se trasladó a Castellón–. "Aquí no había forma de ganarse la vida y se marcharon todos", explica. Levante y Cataluña fueron los destinos de la diáspora que vació el pueblo hace casi medio siglo.

Martín recuerda con nostalgia que en los años treinta del siglo XX su suegro, recién casado, "no encontraba una casa vacía" para establecerse con su mujer. Sinforosa cuenta que había dos tabernas y baile cada sábado. Ahora las únicas fechas de animación en las calles son las romerías de noviembre y mayo, cuando "todo Mosqueruela" acude a la fiesta de la Virgen de la Estrella. Entre los hechos más trascendentes de la historia del pueblo, destaca la avenida que en 1833 provocó 26 muertos y el éxito del torero local, el Niño de La Estrella, que tiene una plaza dedicada en Castellón.

La soledad no asusta al matrimonio porque, como dice Martín: "¿Qué van a venir a buscar aquí los ladrones?". Están relativamente bien de salud, aunque el anciano advierte de que "los años no pasan en balde". La pareja asegura que no echan de menos "nada" de la vida urbana. Tienen agua corriente y electricidad a base de placas solares. Pero no disponen de televisor ni lavadora para la ropa, una labor que Sinforosa hace manualmente en el lavadero público de las afueras del casco urbano. Para enterarse de las noticias les basta con la radio.

Aunque Martín maneja el teléfono móvil, le sirve de poco en el pueblo porque no hay cobertura. Tiene que apartarse quinientos metros de la última casa para conseguir comunicarse con el resto del mundo.

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