Teruel vive

Heraldo
Teruel vive

Entre tanta conectividad y tanto viaje barato, cuesta recordar que, no hace tanto, el primer reto del turista incipiente era conocer Aragón. Así, colegios, asociaciones y parroquias organizaban excursiones que tenían tres destinos principales: el Monasterio de Piedra, Ordesa y Jaca. Teruel no estaba en ninguna agenda. Ayudaban poco una carretera insufrible y la condición de tercera provincia de la que solo llegaba la temperatura.

Hoy, sin embargo, prácticamente todos los aragoneses han visitado Teruel y está presente en nuestro imaginario. Los avances en las comunicaciones han ayudado, pero su recolocación es además resultado de esfuerzos acumulados en una carrera de fondo.

Las primeras luces tras la oscuridad de la posguerra las encendió el brillante grupo de profesores y alumnos del Colegio San Pablo. Ahí anidaría parte del impulso reivindicativo de los setenta, que tan bien expresarían los cantautores. En paralelo, no fue menor empezar a estimar el patrimonio, con el mudéjar a la cabeza. Más adelante, se traduciría en apuestas de turolenses muy militantes, como Santiago Lanzuela, José Ángel Biel y Javier Velasco, desde las instituciones, y Manuel Pizarro o el recordado Román Alcalá, desde allí donde estuvieren. Y junto a esos empeños, a veces tan individuales como afortunadamente pertinaces, el despertar de los propios turolenses, especialmente cuando, en los noventa, cristalizaron sus reivindicaciones en la mágica expresión ‘Teruel existe’. Otros lugares han seguido la estela, pero ‘el nuestro’ fue el primero en reclamar que quienes viven en sitios pequeños y alejados son españoles con todos los derechos.

Pese a que sigue habiendo nuevos frentes, esa cadena de reivindicación y respuesta institucional ha dado frutos. El mudéjar está recuperado y valorado, como otros edificios. Y al tirón histórico de los Amantes, hoy relanzado, se han sumado nuevos alicientes con un denominador común: su arraigo en hechos reales. En los últimos años, al calor de las subvenciones, hemos visto a demasiados espontáneos llevándoselo crudo con iniciativas que podían estar en cualquier sitio. Al poco, morían, agujero económico mediante.

Dinópolis es un éxito porque desarrolla un parque paleontológico natural que arrancó del tesón y la curiosidad de un agricultor de Galve, José María Herrero, que atesoró durante años los huesos que encontraba en el monte, luego identificados como una especie propia: el Aragosaurus.

Las vecinas comarcas de Gúdar y Javalambre tienen un nuevo horizonte gracias a la combinación del esquí, la observación astronómica y la belleza de sus pueblos. Albarracín es el mejor ejemplo de éxito y guía de cosas bien hechas, merecedor en la figura de Antonio Jiménez de capítulo propio.

En enero, el aeropuerto de Teruel registró casi 600 operaciones, una cifra impensable cuando se ideó llevar a Caudé una industria aeronáutica para aprovechar las condiciones del lugar: clima, espacio y geolocalización. Y es una realidad el compromiso con su tierra de empresarios que creen de verdad que, desde casa, se puede triunfar en el mundo.

Este fin de semana, Teruel festeja los Amantes y el gen reivindicativo, como sucede en las fiestas de la Vaquilla, deviene participativo. Toda la ciudad se vuelca en la recreación popular de la historia de Diego e Isabel, escenificación que apenas tiene veinte años de vida y que tanto debe a Raquel Esteban, la entusiasta gerente de la Fundación, cuyo liderazgo ha consolidado una fértil gestión mixta de ciudadanos e instituciones.

En los previos de esta edición, en la que la leyenda cumple 800 años, ha habido dos hitos de campanillas: la novela de Magdalena Lasala, que de la mano de los Amantes nos sumerge en la historia de la ciudad, y la ópera de Javier Navarrete. En este caso, es una parábola estimulante que el compositor sea el hermano pequeño de la escritora Pilar Navarrete, en su momento letrista de los cantautores, y significa reconocer en casa a un artista propio y a la vez cosmopolita, hecho impensable hasta hace bien poco.

Esa sucesión de conquistas es buen resorte para los retos pendientes: un tren en condiciones y servicios públicos homologables. Porque Teruel existe y está vivo. Y bien merece otra visita.