Agustín Sanz Vituri: “La educación nos hace más libres, más generosos y mejores personas”

Sanz Vituri es el director del Centro Público de Educación de Personas Adultas (CPEPA) Isabel de Segura de Teruel.

Agustín Sanz Vituri, en la biblioteca del CPEPA Isabel de Segura en Teruel.
Agustín Sanz Vituri, en la biblioteca del CPEPA Isabel de Segura en Teruel.
Carlos Muñoz

Necesitamos maestros convencidos de serlo, maestros que se hagan permanentemente preguntas sobre el sentido de la educación, que sepan interpretar la sociedad en la que viven y las necesidades de las personas que asisten a sus clases. Agustín Sanz Vituri (Escucha, 1959) es, sin duda, uno de esos maestros. Defiende el papel transformador de la educación y cree firmemente en las posibilidades de las personas con las que trabaja.


¿Por qué decidiste ser maestro?

En un principio, de bien pequeño, decidí precisamente no serlo. No me gustaba que nos tirasen de las orejas, ni que nos calentasen las palmas de las manos con la regla. Además, no lograba entender que junto a una caligrafía impecable, el maestro tuviese que saberlo todo de memoria, el nombre de los ríos y afluentes de España, listas interminables de reyes, fórmulas incomprensibles...


¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Con los años, precisamente estudiando Bachillerato, descubrí en mi casa, en los forros de cajones y cómodas, páginas de ‘Alba’, un viejo periódico de instrucción de adultos. Llamó mi atención su contenido y empecé a encontrar sentido a la tarea de enseñar y a la necesidad de aprender.


Pero también fuiste minero…

En el pueblo la actividad más importante era la mina y recurrí a ella durante los veranos que estudié la carrera en la Escuela de Magisterio de Teruel y, tras el servicio militar, hasta que aprobé las oposiciones. El trabajo en el pozo Pilar te permitía ganar algún dinero para el estudio. La mina te muestra un solo color y en las galerías de interior todas las personas son iguales.


¿Descubriste en la mina el sentido de esta profesión?

En el relevo me llamaban maestro (diptongada). También pasé por la mina Sur, donde me encontré con unos paquistaníes que tenían ganas y necesidad de aprender español. Aquellas primeras ‘clases’ las dábamos con la espalda en los hastiales escribiendo con clariones en tablas o en los propios cuadros de la entibación, aprovechando los momentos de descanso tras la detonación de la pega. Otros compañeros me pedían que diese algún repaso a sus hijos y, constantemente, ponían a prueba el ingente saber que todo buen maestro debía atesorar con un torrente de preguntas y porqués. Descubrí que la curiosidad y la ignorancia son términos que no tienen fin.


¿Desde entonces, siempre has trabajado en Educación de Personas Adultas?

Antes de trabajar con adultos conocí de cerca la escuela rural, las unitarias de Cosa, Cañada Vellida y, finalmente, Aliaga. A partir de ahí, desde hace treinta años, siempre en educación de personas adultas, primero en la cuenca minera de Utrillas y luego el

CPEPA Isabel de Segura de Teruel.


¿Con qué colectivos trabajas?

Mujeres, personas mayores, internos del centro penitenciario, hombres y mujeres de etnia gitana, inmigrantes, jóvenes desescolarizados, analfabetos, trabajadores, desempleados… Personas, en definitiva, que suelen darte más de lo que reciben.


¿Qué contenidos abordas en las clases?

Muy variados. Desde enseñanzas básicas de alfabetización y neolectores, graduado, español para inmigrantes, informática, competencias clave, lengua, ciencias sociales, taller de memoria, hasta animación lectora o integración de las TIC.


¿Qué es para ti la alfabetización?

Es un término complejo. Hay analfabetos totales, analfabetos de retorno, funcionales, digitales, analfabetos emocionales –no saben expresar sus sentimientos ni afectividad con palabras o gestos–, analfabetos viales, morales, políticos, virtuales… de todo tipo. Hay que dejar de estigmatizar al analfabeto porque todos lo somos de una u otra manera.


¿Hay analfabetos en España?

Sí, aunque una Orden de 5 de julio de 1973 daba por concluida la Campaña Nacional de Alfabetización iniciada diez años antes, considerándose que se había alcanzado plenamente el objetivo de la desaparición total del analfabetismo, yo veo analfabetos todos los días entre los presos, inmigrantes o gitanos, pero hay otros muchos y seguimos obcecados en priorizar la alfabetización digital olvidando la ‘analógica’. Y frecuentemente nos encontramos con el analfabeto secundario, el peor. Gente que sabe leer y escribir, pero no sabe pensar ni crear y se limita al consumo pasivo y manipulado por los medios de masas.


¿La educación nos hace más libres?

Lo dijo Platón, es cierto. Pero no debemos confundir educación con instrucción, con saber. Un analfabeto puede ser más libre y más feliz que un erudito. Por eso, la educación nos hace más libres, más felices, más respetuosos, más generosos y más personas. Conozco presos que cuando se han acercado a la escuela del talego han aprendido a compartir, a escuchar, a opinar, a soñar. Son más libres entre rejas que muchos que viven en la calle presos de sus prejuicios, de sus hábitos y de su ignorancia. Hay quien está abonado al ‘Sálvame’ y quien no puede pasar sin su club de lectura. Unos prefieren escribir con mano trémula y otros se manejan en el naipe de maravilla. Unas jóvenes luchan con coraje para llegar a cursar un ciclo o estudiar Bachillerato mientras otros, también jóvenes, solo tienen la mente en el balón de fútbol. Parafrasearé a Celaya para convencerme de que "la educación es un arma cargada de futuro".


¿Quién te repetía "Apréndame, maestro…"?

Lo decía una gitana. ¡Qué inteligente! Ahí está la clave. No es suficiente con que el maestro lo sepa todo, si quien está frente a él no aprende. Tampoco se trata de enseñar muy bien, basta con hacer aprender y eso significa que hay que empatizar con el educando. Todas las personas no aprenden igual, tenemos que ser flexibles y adaptarnos a situaciones diferentes.


Parece muy complicado…

Pero merece la pena intentarlo. Hemos de utilizar dos herramientas básicas. En primer lugar, la paciencia. La constancia en educación de adultos es un primer mandamiento y hay que tenerla con el eterno adolescente, con la persona mayor o con el iletrado inmigrante. Y el segundo instrumento al que debemos recurrir a diario es la esperanza. Si tú crees en la persona, los frutos vendrán, siempre. Ambas virtudes requieren de otro aderezo, el esfuerzo de ambas partes. Podría contar decenas de ejemplos de chicos defenestrados por el sistema, tirados, y que han salido adelante.


¿Ha cambiado mucho la concepción de la Educación de Personas Adultas en los últimos años?

Desde la primera educación de adultos en la que sentábamos a mujeres mayores en sillas del parvulario, porque no había otra cosa, a los centros actuales, perfectamente dotados, ha corrido mucho el tiempo. Ha cambiado el perfil del alumnado, antes acudían a nuestros centros personas maduras y adultas, amas de casa y trabajadores, alumnos por voluntariedad. Ahora asisten, por necesidad, jóvenes, desempleados y personas inmigrantes.


¿Y la oferta educativa?

Las enseñanzas pasaron de ser eminentemente básicas a enseñanzas con un perfil dirigido fundamentalmente al empleo. Antes había más lugar para la imaginación y la creatividad. Educación de adultos era un cajón de sastre donde cualquier cosa tenía cabida. Hoy se han establecido catálogos de actividades educativas y se ha regularizado la oferta. La demanda también es distinta y hoy se solicitan cursos de inglés e informática, donde incluiríamos las enseñanzas ‘online’ que permiten elegir entre casi un centenar de cursos y que posibilitan llegar a cualquier rincón de nuestra comunidad. Hoy se habla de ‘aprendizaje a lo largo de la vida’, de envejecimiento activo, de educación para todos… y, aunque evidentemente queda mucho por hacer, hay que subrayar el enorme esfuerzo que se ha hecho desde el Servicio de Educación Permanente –hoy Servicio de Equidad e Inclusión– del Departamento de Educación del Gobierno de Aragón.


¿Qué has aprendido de las personas a las que has enseñado a leer?

El proceso de enseñar a leer y escribir es, en sí, muy gratificante. Es como cuando se enseña a andar a un niño. Pero este trayecto debe continuar con la lectura, por eso son prioritarias animación y fomento lector. Un libro hace más libre a la persona privada de libertad, ayuda a envejecer con más dignidad, acompaña la soledad del mundo rural, te permite viajar, aprender y, si además compartes, eres más feliz.


En tu centro tenéis un proyecto consolidado de animación a la lectura…

Efectivamente, en 2012 en el CPEPA Isabel de Segura obtuvimos el primer Premio Nacional Miguel Hernández por acciones de animación a la lectura dirigida a los que menos leen. Estos colectivos te devuelven miradas de agradecimiento infinito, te enseñan con sus vidas, que son mucho más ricas que la tuya, te ayudan a ser mejor sin pedir nada a cambio y te convencen de que tienes el mejor oficio del mundo.

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