PATRIMONIO

Más de cien piezas de arte sacro muestran la diócesis de Albarracín en un espacio renovado

Ayer abrió sus puertas el Museo Diocesano, tras un año de reformas realizadas por la Fundación Santa María. Se han cambiado los sistemas de iluminación, sonido y seguridad

El Museo Diocesano de Albarracín reabrió ayer sus puertas con un aire renovado. Casi un año de trabajos de restauración, que obligaron al cierre de este edificio, el más emblemático de la localidad, han dotado al centro de las técnicas museística más modernas, que armonizan con los aspectos más clásicos de su contenido.

 

Unas 150 piezas de arte sacro -algunas menos que en su etapa anterior-, datadas entre los siglos XIV y XX, dieron a conocer ayer al público los secretos de la diócesis de Albarracín y de la vida de sus obispos. El frío y la nevada que a primeras horas de la mañana cubrió los campos del entorno no impidieron que grupos de turistas accedieran a este recinto, así como los vecinos, siempre expectantes ante los proyectos que ejecuta la Fundación Santa María. "Parece otro y la iluminación es estupenda", señalaba un hombre de mediana edad.

 

Nuevas instalaciones, con los sistemas más actuales de sonido, iluminación y seguridad, permiten contemplar algunas de las piezas ya expuestas con anterioridad con una perspectiva diferente, sin la oscuridad de invadía todas las estancias. Pero lo más importante, según señalaba el gerente de la Fundación Santa María, Antonio Jiménez, es que los fondos se han ordenado con "un discurso coherente", sin el acopio de objetos que caracterizaban algunas de las salas.

 

"Se ha renovado todo -explicaba Antonio Jiménez-, pero ha sido una transformación condicionada por la peculiaridad del espacio donde se exponen los fondos, que son las dependencias principales y domésticas del obispo".

 

Una alcoba, por ejemplo, que en los orígenes del edificio fue biblioteca, es el espacio destinado a la exhibición de las piezas de orfebrería, donde un portapaz del siglo XVI, de plata, esmaltes y piedras preciosas, atribuido a Benvenuto Cellini, brilla con luz propia. Los curiosos trazados que se conservan en el techo de la vitrina de las custodias, marcas de un antiguo reloj de sol, que presumiblemente marcaba las horas mediante la luz que entraba por un agujero ahora inexistente, fue uno de los detalles que llamaron la atención de los visitantes.

 

Antonio Jiménez señaló que algunas piezas antes expuestas se han retirado, bien porque no aportaban nada al discurso expositivo o porque quedaban anuladas por los objetos principales. En las vitrinas, se muestran otras inéditas, como una original casulla de tela pintada. "Aunque hay menos piezas, la gente dedica ahora más tiempo en ver las diferentes salas", señalaba una de las empleadas del Museo.

 

Entre las novedades destaca un selector de distintas melodías extraídas del archivo de la Diócesis que el visitante puede accionar en la sala de música.

 

En las salas inalterables de lo que fueron las dependencias de los obispos conviven en armonía objetos antiguos, como la figura policromada de una Santa Bárbara del siglo XVI, que parece de porcelana, o una ménsula de la primitiva catedral gótica; con paneles explicativos o carteles de modernos materiales. Un audiovisual y un retroproyector, que exhibe documentos antiguos, completan el apartado más innovador.